jueves, 6 de mayo de 2010

El lugar donde no vuelan las palomas, Capítulo XXXI- Madre



Hay un momento en la vida de toda mujer en el que siente la necesidad de acunar a un pequeño. A un pequeño suyo. El instinto aflora. Y el tiempo sigue corriendo. Por experiencia digo que no hay nada más cruel e infrahumano que te arrebaten ese derecho. Arrancarte a tu niño de tus brazos, de tu vientre, es como si te arrancasen una parte del alma; a veces, no puedes ni vivir sin ella. Todavía te parece oírlo llorar, sentirlo en tus brazos, pero sabes que ya no está. El corazón de nuestros hijos late al lado del nuestro, y en cuanto dejamos de sentirlo, aparece un grandísimo dolor, que hace que, como en mi caso, perdamos las ganas de seguir adelante. Porque no hay nada tan angustioso, tan horrible, tan doloroso, como no haber podido impedirlo.

Aquel día, Amy se encontraba en su habitación, probándose su vestido favorito, para posteriormente ir al baño para que yo le peinase su larga melena castaña. Estaba tan linda. Sonreí al verla. Mi preciosa niña, mi vida. Comenzó a hacerme preguntas al poco de sentarse.

-¿Quién viene a comer, mamá?


-Una amiga mía.-respondí.- Se llama Sharon.

-¿Y cómo es? ¿Es guapa?-noté que le brillaban los ojos.

-Es guapísima. Tiene el pelo negro, largo, y unos ojos muy bonitos. Es como una princesa.

-Una princesa.-repitió Amy emocionada.

-Pero tú eres aún más guapa.-la besé en una mejilla con fuerza.

Sonrió, y dejo que siguiese deslizando el cepillo por su pelo brillante y suave.

-Va a venir una princesa a nuestra casa.-repitió en voz baja.

Cuando ella estuvo lista, se metió sistemáticamente en la sala de estar para ver los dibujos. Mientras, me dispuse a vestirme. Tenía que estar guapa para cuando viniese Sharon. Me vestí con una camiseta sin mangas negra, una chaqueta de punto larga verde oscuro y una falda vaquera. Estaba acicalándome en el baño cuando llamaron al timbre. Me sobresalté, aunque sabía quién era.

-¡Amy!-grité, mientras me pintaba la raya negra que perfilaba mis ojos- ¡Ábrele la puerta!

Escuché sus pasos desde abajo, por lo cual deduje que había obedecido a mi orden. Me pinté posteriormente los ojos de un color rosa ácido, con reflejos rojizos. Arreglé un poco mi larguísima melena y me dispuse a bajar las escaleras. No había oído nada, ni un solo saludo. Me inquieté. Amy permanecía prácticamente inmóvil, sosteniendo la puerta con una mano, mirando hacia fuera. Me acerqué a ella. Miraba a Sharon fijamente.

-Amy, ¿te pasa algo, cielo?-pregunté, posando una mano en su hombro.

Se dio la vuelta para mirarme, atónita.

-Es cierto, mamá.-afirmó- Es tan guapa como una princesa.

La miré con ternura. Sharon se reía algo avergonzada. Acto seguido, la pequeña se metió dentro de casa para seguir viendo los dibujos, dejándonos solas. Le sonreí. Realmente, era cierto que venía preciosa, aunque no tan exuberante como de costumbre. Llevaba una falda negra hasta los pies, un corsé negro de tela, apenas apretado, y una torera sobre los hombros. Su melena, alisada, se confundía perfectamente con su atuendo, como intentando camuflarse. Los labios, por el contrario, destacaban al estar pintados de un rojo intenso. Agarrada por ambas manos llevaba una bolsita.

-Cosas de niños-excusé-¿Quieres ver la casa?

-¡Cómo no!

Entró en el interior de la vivienda y dejó que pudiese cerrar la puerta. Luego de hacerlo, permanecí mirándola de nuevo de arriba abajo, maravillada por su belleza.

-Estás guapísima, Sharon.-le dije.

-Será menos.-sonrió- Tú sí que estás guapa. Esa falda te queda genial.

Me sonrojé. Los piropos, por muy pequeños que sean, hacen que me ruborice con facilidad.

-Pues anda que tu pelo… Liso te favorece muchísimo.

Sharon desvió la mirada, fingiendo una sonrisa.

-La verdad…-dijo, con la voz algo trémula- Es que el pelo… no es mío. Siento no habértelo dicho antes… Me daba vergüenza.

-¿Es una peluca?

-No, es un injerto.-se lo palpó- Cuando David vio que me estaba quedando calva, me mandó ponérmelo. Es como el que tenía antes.-se quedó un rato pensativa y rectificó:- Parecido, vaya. Se puede moldear como si fuese pelo normal, y no cae. Aunque preferiría no tenerlo, puestos a elegir.

La comprendí. Seguramente aquel pelo falso era una de las muchas ataduras que su novio le imponía. Ella solo quería ser libre, hacer lo que quisiera. Apuesto a que no quería tener aquel injerto por el que muchas mujeres pagarían solo por llevarle la contraria, para vengarse acaso. Le había hecho demasiadas cosas que no se pueden perdonar.

-Por cierto, cambiando de tema,-dijo Sharon tras un silencio, levantando la bolsa en el aire.- te he comprado un detallito.

-No hacía falta, Sharon.

-Bah, tonterías.-me la entregó- Es lo mínimo que puedo hacer por ti.

Sonriente, la abrí sin demora. Dentro había un paquetito de regalo que, al desenvolverlo, daban lugar a un camisón corto, de color rosa pastel, completamente transparente. Me puse pálida.

-Es para cuando Terry se despierte.-aclaró- Tienes que darle la mejor noche de su puta vida.

La miré. La verdad es que no me lo esperaba, y menos para seducir a Terry, pero he de reconocer que era precioso. Sharon tenía buen gusto a la hora de escoger ropa.

-Muchas gracias, Sharon, yo…

-Vete a probarlo.

Lo hice. Me metí en el baño, acompañada por ella, y me lo puse. Sin habérmelo mirado apenas al espejo, puedo decir que era exactamente mi talla. No me quedaba demasiado flojo ni demasiado ceñido. El color del camisón dotaba mi piel de una bella tonalidad. Mi ropa interior negra se entreveía claramente a través de él, dotando mi apariencia de una tremenda sensualidad. La tela acariciaba mi piel suavemente; me recordaba a las caricias de Terry. Las echaba de menos.

-Estás preciosa.-exclamó, agarrándome por las manos y estirándome los brazos para verme bien.- Te queda como un guante.

Sonreí, algo nerviosa. “La noche de su vida” pensé.

-Gracias, Sharon, no sé cómo compensártelo.

-Ya haces bastante invitándome a comer.

Comencé a desnudarme, mientras le proponía ver el resto de la casa mientras el pollo se cocinaba. Ella, por supuesto, quiso hacerlo. En cuanto me vestí, la subí al piso de arriba.

-Esta es la habitación de Amy.-dije, abriendo la puerta.- Fue de Adrien durante un tiempo, pero la repintamos cuando él se fue y se la cedió.

Las paredes estaban pintadas de rosa, un rosa claro muy parecido al de la prenda que me había regalado. Había mariposas estampadas en la pared, de color violeta. La cama era de madera, al igual que un pequeño escritorio. La caja de las muñecas se encontraba escondida en un rincón. Noté que los ojos de Sharon comenzaban a brillar, hasta el punto de volverse vidriosos. Tocó con la punta de los dedos aquellos insectos dibujados, como si quisiese que su roce los hiciese escapar de la pared volando. Suspiró. Había melancolía en aquel suspiro.

-¿Estás bien, Sharon?-le pregunté, con curiosidad.

-Sí, estoy bien.

Se le notaba serena ahora, después de haberse aclarado la garganta. Igualmente, supe que algo la había angustiado. Me miró.

-Es preciosa la habitación. Y tu niña igual. Es preciosa.-repitió.

Sonreí. La cogí por un pulso para llevarla a otra habitación. No me parecía recomendable que siguiese allí. Era como si algo la hiriese silenciosamente. Eso mismo fue lo que me pasó a mí cuando entramos en el estudio. En él estaba nuestro ordenador de mesa, un escritorio con dibujos míos y todas las paredes adornadas con fotos hechas por mí y por Terry. Desde que cayó en coma, no había vuelto a entrar en aquel lugar. Aquella sonrisa, tan real; aquellos ojos, tan llenos de vida, impresos en el papel, me entristecían. Desearía volver a sentirle junto a mí. Y darle la noche de su vida.

-Este es el estudio.-dije, introduciendo a mi invitada en la sala.

-¡Ostiás!-exclamó.- ¿Y estas fotos?-se acercó a ellas.

-Las sacamos Terry y yo. Nos gusta la fotografía.

-Nunca me lo contaste.

-Apenas lo sabe nadie.

Su vista se posó, acto seguido, en mi carpeta con dibujos que yacía en el escritorio. Me puse pálida cuando la cogió.

-¿Y esto?-los ojos le reían.

-¡Eh, no lo toques!-me acerqué a ella, avergonzada.

-¿Qué es?

La abrió con diligencia y miró su contenido. Aquellos papeles garabateados fueron palpados por sus manos una y otra vez mientras los veía detenidamente.

-Ya me gustaría a mí dibujar así.-me miró.- ¿Este es otro de tus talentos ocultos?

-Ya ves.-cedí, bajando la cabeza.

-Tendrías que hacerme un retrato algún día.

Nos reímos. Su risa era sincera. La mía era completamente fingida. Aquella habitación no podía suscitar alegría en mí.

-Dejé de hacer relatos desde que se lo hice a Terry.-miré una de las fotos. La había sacado yo. Sus ojos color tequila me miraban fijamente a través de ella. Añoraba aquella mirada.

Esta vez fue Sharon la que notó que estar allí me afectaba en exceso y que sería mejor enseñarle otra habitación. En cuanto me cogió del brazo, supe que sería mi salvación y suspiré aliviada. En ese alivio había escondidos pequeños retales de angustia.

-Y esta es mi habitación.-volví a sonreír.

Aquel lugar sí me gustaba. En él había estado con los dos hombres que más había querido en toda mi vida y había padecido el síndrome más hermoso. Al acercarse a la cama, vio aquella máquina horrible y grotesca y se echó cómicamente hacia atrás.

-¿Qué coño es esto?-me recordó a mí misma cuando la había visto por primera vez. Ese detalle me hizo reír.

-La necesito para dormir. Me ayuda a respirar.

Lo dije con total naturalidad. La verdad es que hacía tiempo que le perdiera el miedo. Hasta llegaba a disfrutar con el rumor que producía cada vez que cogía aire. Era mi única compañía en las noches frías.

-¿Quieres probarlo?-le pregunté.

-¡Venga!-se dio la vuelta y cogió la mascarilla con una mano. Se la arrebaté.

-Deja que te la ponga yo.

Sonriendo, se la coloqué suavemente sobre su escultural nariz y su boca sensual y perfecta. Tras haberlo hecho, me arrodillé encima de la cama y estiré el brazo para encenderla. Ese zumbido volvió a inundar la sala. Sharon comenzó a respirar rápido.

-No…no puedo…-no escuchaba lo que decía, pero supe leerle los labios.

-Tranquila, respira fuerte. Cuesta algo acostumbrarse al cambio, pero no es nada.

Agarrándola de una mano, hice que acompasase su respiración con la mía. Respiré hondo, profundamente. Consiguió pillarle el ritmo. Me miró. La miré. Y nos reímos. Era gracioso pensar que yo también me había puesto tan nerviosa como ella los primeros días. Antes de que me diese tiempo a reaccionar, se quitó la mascarilla de golpe.

-Pues sí que es útil esta cosa.

Intentó levantarse de la cama para seguir recorriendo la casa, pero volvió a caer sentada. Oprimió las sienes con ambas manos.

-¿Estás bien, Sharon?


-Estoy mareada.

-No te preocupes. Respira hondo, como antes. Verás cómo te va pasando.-apoyé una de mis manos en su espalda. Le costó algo más que antes, pero consiguió estabilizarse.

-Es difícil acostumbrarse, lo digo por experiencia.

-No pasa nada. Igualmente, mola. Estaría bien tener uno.

-Pues con lo caros que son, mejor casi morirse.-me reí.

Nos levantamos y nos fuimos. El pollo seguía en el horno y seguramente ya estaba hecho. En cuanto llegué a la cocina, detuve el horno y lo saqué. Estaba doradito. Un poco quemado por una esquina, pero apenas se notaría.

-¡Vaya pinta tiene! Estás hecha toda una cocinera.

-Bah, que voy a estar.

Con los guantes de cocina puestos, me dirigí al comedor, donde ya estaba la mesa puesta, con la comida.

-¡Amy!-grité- ¡A comer!

En menos de nada apareció junto a nosotras y se sentó a la mesa, a mi lado. Sharon estaba en una esquina. A las esquinas siempre les llamo los “sitios de honor” pues en ellas solo se sientan los invitados o, en todo caso, aquel a quien favorece una festividad. Es casi tradición. Cuando era pequeña, solo mi padre se sentaba en las esquinas, como si fuese el amo de la mesa. De la mesa, de la casa y de todo.

-Sharon,-le dijo Amy, con ojos brillantes. Esa es su miradita de curiosidad.- ¿de verdad eres princesa?

-Pues claro.-respondí yo, mientras ella bebía un trago de vino.- Todas las mujeres somos princesas, ¿no lo sabías?

-¿Tú también, mamá?-se sorprendió.

Recordé el mote de mi madre. Vino a mis oídos el recuerdo de haberlo escuchado de sus labios.

-Por supuesto.

Tras un breve silencio, Sharon contó su versión.

-Verás… Yo era una princesa muy querida que vivía en un palacio enorme con vasallos, y criados, y súbditos. Era un lugar precioso en el que nunca tenías hambre, ni frío, ni te faltaba de nada. Pero un día, hice algo que no debí hacer… y no pude volver al castillo nunca más.

-¿Por qué?

-Me han desterrado. Es por algo muy complejo, quizás cuando seas más grande.-sonrió, acariciándole la mejilla.

La miré. Intenté no darle vueltas a la cabeza, pensar en aquel ficticio destierro. No obstante, sabía, por la forma en la que miraba a Amy, que había algo que le devoraba las entrañas, y que necesitaba sacar afuera cuanto antes.

Después de comer, mientras Amy jugaba en su habitación, Sharon y yo nos pusimos a charlar en la sala.

-Tienes muchísima suerte, Emily.-me soltó.

Era la segunda persona que me lo decía.

-¿Por?

-Tienes una casa preciosa, una niña monísima, un novio que te quiere…

-Terry no es mi novio.-le repetí.- Somos buenos amigos, eso es todo.

-¿A quién intentas engañar: a mí o a ti misma?

Me quedé bloqueada por un segundo. ¿Engañar? ¿Acaso estaba engañando? ¿Acaso era una mentirosa? Terry… lo vi todo claro entonces. Comprendí que los borrachos siempre dicen la verdad, y por eso me acosté con él. Comprendí que él fuese el único que fuese capaz de arrancarme una sonrisa. Comprendí nuestro mutuo magnetismo. Una sola frase había arrojado luz contra mis sentimientos. Una luz cegadora. Terry… yo…lo amaba.

-Supongo… que todos nos auto-engañamos…-le respondí, titubeante.

-Eso es cierto.

-¿Tú también?

-Sí, con muchas cosas.

-No tendrá nada que ver con mi hija, por casualidad, ¿no?

Giró la cabeza para mirarme anonadada. Seguramente pensaba que no me daría cuenta.

-Vi cómo la mirabas.-proseguí.- Y lo triste que te pusiste al llegar a su habitación ¿Te pasó algo?

Tragó saliva. Estaba a punto de echar a llorar.

-Sabes que no te juzgaré si me lo cuentas.-la tranquilicé.- Nunca lo he hecho.

Recordó. Su boca dibujó una sonrisa amarga.

-Intenté engañarme a mí misma-dijo- porque pensé que sería una buena madre.

-Eso vas a tener que explicármelo.

-Iba a tener un hijo, Emily.

Me quedé impresionada, tanto que me levanté de un salto del sillón. Sentí como si algo me atenazase la garganta y me impidiese seguir respirando. ¿Un hijo? ¿Sharon iba a tener un hijo? No podía creérmelo, no sé. ¿Dónde estaba? ¿Qué le había pasado? ¿Por qué estaba tan apesadumbrada?

-¡¿Qué?!-chillé.

-Siéntate y te lo cuento.-me agarró de un brazo y tiró de mí hacia abajo.

Me tiré en mi sitio como una autómata.

-Verás… No es una historia fácil… Eres la primera persona a la que se la cuento.

-Tienes mi palabra de que nadie más se enterará.-me coloqué en una posición en la cual pudiese mirarla en todo momento a los ojos.

Respiró hondo por la nariz.

-Hace apenas tres años… comencé a sentirme algo mal, por ahí del mes de junio. Ya sabes: vómitos, dolor de cabeza… Además que hacía un par de semanas que no me venía la regla. Decidí ir al ginecólogo. Iba algo asustada, ya sabes, pero a la vez esperaba en cierto modo que mis sospechas fuesen ciertas. Después de hacerme pruebas, volví un par de días después y me dijeron que lo estaba. Sí, lo estaba. Embarazada. La verdad es que me sonó algo raro. Otras como yo se habrían llevado las manos a la cabeza. Ninguna puta quiere tener hijos. Pero yo… yo le sonreí al médico, y casi me tuve que tapar la boca para no gritar. Mi sueño siempre había sido ser madre. Me puse muy contenta. Pero por otro lado no podía dejar que David se enterara. Pensé en escondérselo durante unos 5 meses y, cuando se diese cuenta, sería demasiado tarde y me dejaría tenerlo.-se rió irónicamente. Luego prosiguió:- Quitando el malestar típico del embarazo, me encontré bastante bien. Por fin, pensé, servía para algo más que para darle placer a cuatro salidos de mierda. Esta vez estaba, nada más y nada menos, que dándole vida a un nuevo ser. Me sentía infinitamente feliz. Recuerdo que le cantaba a veces…estando sola en casa para que David no me oyese… una canción holandesa. Me la cantaba mi madre cuando era pequeña… Witte zwanen. Zwarte Zwanen. Wie gaat er mee naar Engelland varen?-comenzó a entonarla entre lágrimas. Reconocí aquella forma de llorar. Era dulce y desesperanzada, rendida. Mucho había llorado de esa manera cuando perdí a Jimmy. Se tapó la cara con las manos.
-Sharon…-la abracé, pasándole un brazo por la espalda.- tranquila… no me lo cuentes, si no quieres. Siento habértelo preguntado

-No, no.-negó con la cabeza.- Quiero contártelo. Necesito contártelo.

Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.

-“La cosa es que David no es tonto y se dio cuenta enseguida. Fue el 22. Me estaba desnudando y me suelta: <<¡Qué gorda estás!>> y…bueno… comenzó a hacerme daño. Me puse nerviosa, porque no sólo estaba haciéndomelo a mí.-se acarició el vientre.-Y tuve que soltárselo. “

“-¿Qué?-me preguntó cuando se lo dije. “

“-¿No te das cuenta, David? Vamos a tener un bebé. “

“Era una ingenua. Una jodida y asquerosa ingenua. “

“-Sí, ¿tuyo y de quién más? “

“-¿Cómo que quién más? “

“-No te hagas la inocente. Te has acostado con más tíos que yo. ¿Qué crees, que no te preñan? “

“No supe qué contestarle. Estaba muy asustada. Ya me quedara bastante claro que David aborrecía a ese niño, que ni siquiera había nacido. “

“-Tienes que abortar. “

“Ahí sí que me quedé petrificada. Por supuesto, mi respuesta fue un no rotundo. A mí no me parece mal que la gente aborte si tuvo un hijo por error; eso antes que no quererlo. Pero yo sí que lo quería. “

“-Si no quieres hacerlo por las buenas, vamos a tener que hacerlo por las malas.-me dijo. “

“Entonces… -Sharon rompió a llorar de nuevo. Escuchaba que le faltaba el aire por la ansiedad y el terror de tener que revivir aquello.- Me agarró por los pulsos y me tiró en la cama. Yo le gritaba que no me hiciera daño, que me dejase, que parase… Pero no me hizo caso, no me hizo caso… Y siguió, una y otra vez… Me violó… cinco veces-recalcó- Y yo chillaba… no quería perder a mi bebé… Entonces, comenzó a salirme como agua y mucha, mucha sangre… Intenté levantarme, pero me dolía la barriga como si me la estuviesen apuñalando. Antes de irse a ponerse hasta el culo de birras y de putas, David me propinó un codazo fuerte en el vientre…-se lo acarició, gruñendo entre dientes:- El muy capullo quería dejar el trabajo bien hecho. “

“Conseguí levantarme y pedir un taxi, que me dejó en la puerta del hospital. Me dolía mucho, casi no podía moverme. Me temblaban las piernas… estaba muy asustada. En cuanto entré, me tumbaron en una camilla y me hicieron preguntas, mientras me miraban ahí abajo.-miró la zona con recato.- Yo no paraba de llorar y de decirles que salvaran a mi hijo. Uno de los médicos me dijo: “

“-Tiene usted en la cavidad vaginal varias contusiones. ¿Ha sido víctima de algún tipo de agresión sexual? “

“Puedo ser un poco idiota para esto de la jerga médica, pero entendí perfectamente que insinuaba que me habían violado. Y mira, táchame de lo que quieras, insúltame, me lo merezco, pero cubrí a David. Y condicioné la salvación de mi bebé. “

“-Es…es que… soy puta. “

“En cuanto oyeron eso, casi me dejan allí desangrándome. Pero saqué un fajo de billetes del bolsillo, pues metí la cartera para pagarme el taxi, y grité: “

“-Les pagaré lo que quieran. Tengo pasta de sobra. ¡Pero por amor de Dios, no dejéis que se muera! “

“No pudieron hacer nada. Aunque al menos yo estoy viva, y algo es algo…-se mordió los labios.- No sabes lo duro que es tener que empujar, y empujar, y empujar para sacar para afuera un cadáver. Y le vi muerto, Emily, le vi muerto… “

No pude resistir más. Ahora era yo la que lloraba. Me abracé a ella con fuerza, agarrando sus costados con ambos brazos. Ella me envolvió el cuello. La escuchaba gemir de dolor en el oído.

-Sharon, te juro por mi madre que no vas a volver a sufrir más, y menos por un hijo de puta de ese calibre.

-Él hizo lo correcto, Emily. Una puta no debe tener hijos.-respondió, muy convencida, y mismo serena.

-¿Tú te estás oyendo? ¡Tienes todo el derecho del mundo a tenerlos, como mujer que eres! ¡Y si no te sale del coño abortar, pues no te sale del coño y no hay más que decir, le guste o no! ¡Tú tienes potestad para decidir sobre lo que quieres hacer con tu vida!-bajé la cabeza. Ahora mi tono estaba medio apagado por el recuerdo.- No cometas el mismo error que yo cometí.

Pronto vino la noche, y con ella, la calma nos sobrevino. Aparte de las ganas de alcohol. Dejé a Amy en casa de Lorelay. La niña entró en su casa emocionada, pues se había comprado un perrito pequeño, cubierto de pelo blanco castaño, con unos ojos grandes, oscuros y brillantes. Le llamó Pipo. A mí me recordaba a Terry.

Llegamos al bar alrededor de las 11 de la noche. Tobías estaba fumando un cigarro en la puerta, vestido de negro enteramente, con un gorro de lana en la cabeza para guarecerse del frío. Aún así, estaba sentado en una esquina, acurrucado. Le vi temblar suavemente. Quizás estaba llorando. Nos vio y, sin levantar la cabeza, se levantó. Finalmente, nos miró a los ojos. Los suyos, hermosos y verdes, no parecían estar irritados. No obstante, parecía estar algo amargado.

-Buenas noches, Tobías.-le dijimos a unísono.

-Buenas noches.-contestó. Tenía cansancio en la voz.

-No tienes muy buena cara.-fue Sharon quien lo advirtió.- ¿Te encuentras bien?-apoyó una de sus largas manos en la mejilla de él.

-No te preocupes.-respondió, secamente. Vi que se sonrojaba.

Cuando íbamos a entrar en el local, Tobías me agarró por un brazo y arrimó su boca a mi oído.

-¿Podemos hablar?

-Claro.-le susurré.

Le dije a Sharon que me encontraba un poco mareada, que entrase ella en el bar y yo la seguiría en breve. Él y yo nos sentamos uno al lado del otro, medio acurrucaditos. Me pasó un pitillo y no pude decirle que no. El calor que producía el tabaco y el abrigo que me proporcionaba el cuerpo de Tobías hacían que me sintiese a gusto.

-¿Sabes?-comenzó, con voz muy velada.- Conseguí vencer un poco el insomnio y el mono y pude dormir un par de horas la pasada noche.

-¿En serio?-reconocí que era un gran paso.

-Sí. Y he soñado algo… Estuve pensando mucho tiempo en ello.

“Otro con sueños extraños” pensé. Por lo menos no era la única.

-Cuéntame.-le ordené, mientras le daba una calada fuerte al pitillo.

Tobías me imitó.

-“Verás… La cosa era… que me encontraba apoyado en el marco de la puerta de una habitación. Dentro había un crío de unos 8 o 9 años, no sé muy bien, durmiendo en la cama. Me daba la impresión de haber estado más veces allí y de haber visto a ese niño más veces. Lo veía dormir, tan quietecito, y sonreí. Tenía tentaciones de darle un beso de buenas noches, ya sabes, como hacen algunos padres, pero no soy esa clase de tío. Me limité a escuchar cómo respiraba, tranquila y profundamente, y saber que estaba bien. Entonces oigo una voz. Una voz preciosa: “

“-¿Está dormido? “

“Me giro y allí está, acostada en la cama.-se sonrojó como una manzana, sonriendo.- Era Bloody. Estaba guapísima, nunca la había visto tan… Aunque estuviese sin maquillar y con un pijamita polar. No me importaba, yo la veía bonita. Nos miramos, sonriendo y me acerqué a ella. “

“-Vas a tener que levantarte pronto, prepararle el desayuno, llevarle al colegio…-la verdad es que no sé por qué lo sabía, pero dicho por Blood sonaba mejor. “

“-No te preocupes por nada. Yo me encargo de él hasta que te pongas bien. “

“La besé en los labios dulcemente. Después, ella se metió debajo de las mantas y la acaricié. Luego me desperté, como siempre. “

-Qué lindo, Tobías.-dije, contenta, dándole otra calada al cigarro.- Tú y Bloody padres de una criaturita.

Pensé en el sueño de Sharon. Su sueño frustrado. Quizás Tobías era el indicado. Él nunca le levantaría la mano. Lo intuyo, son cosas que pueden percibirse a simple vista.

-Estuve pensando, ya te lo dije.-me advirtió.- Yo también pensé que muy bonito, que daría… yo que sé qué daría… supongo que todo, por estar con ella, y tener un niño… Aunque se me den como el culo. Pero… no podemos ser padres.

-¿Y eso por qué?

-¡Oh, vamos! ¿Es que no lo ves?

Negué con la cabeza. Tobías suspiró profundamente.

-No quiero que mi hijo tenga que oír a su madre llegar a las tantas a casa, a veces acompañada de maromos horribles y malolientes que la soban, y la toquetean por Dios sabe cuántos sitios. Nunca lo entendería. En cuanto a mí…-tardó en comenzar a explicarse.- Cuando vas a esnifar, el sonido que hace el papel de aluminio que vas a usar al desenrollarse es tan… enervante, tan molesto… hasta a mí, que soy el que lo usa, me produce escalofríos, me crispa la sangre. Quizás no es tanto por el papel en sí, sino por lo que voy a hacer con él. Y… no puedo permitir que ningún hijo mío tenga que oírlo, porque va a saber qué es… y no quiero. Aparte de esto… ¿tú crees que los niños de la escuela, o los vecinos, no se van a enterar de quién es hijo? Y Bloody…-bajó la cabeza. Pronunciar ese nombre le hacía ruborizarse.- ella se culpará. Lo sé. Pensará que es suya la culpa, por ser lo que es… Y mira… que yo me haga esto, vale,-me enseñó disimuladamente las heridas de la muñeca.- pero si lo hace ella… no lo voy a soportar…va a ser superior a mí… Y no quiero dejar a mi hijo solo en el mundo. Sé lo que se pasa en esos casos y no es agradable. Nuestra unión estaría destinada al fracaso y todo se iría a la mierda.

Tobías comenzó a fumar frenéticamente. El mero hecho de pensar en aquella situación le producía una angustia enorme. La vi reflejada en sus ojos. Eran como un espejo. No quise abrazarle, solamente le cogí de la mano. ¿Qué podía decirle? Tenía razón, en todo. Su relación se iría al garete, su niño llevaría a cuestas una infancia traumática y dolorosa; y todo por esos compañeros, esos vecinos, que recriminan a un pobre chaval con miradas acusadoras y burlas tipo “hijo de esta”, “hijo de aquel”… Era como si la propia sociedad, con esa cruel estratagema, intentase impedir que gente como Sharon y Tobías pudiesen tener un hijo como cualquier persona. Y no sólo harían sufrir a esa criatura, sino también a sus padres, hasta el punto de que no sabrían ni qué hacer. Dejar las drogas, todo el mundo sabe que no es nada fácil. La prostitución es aún peor, pues tienes que enfrentarte a mafias y demás tinglados. Eso es demasiado difícil para una mujer. Y para una pareja.

Acabamos de fumar nuestros respectivos cigarros y entramos en el bar juntos. Antes de que Tobías cruzase la puerta, cabizbajo, le di una palmadita en la espalda. Comprendió lo que quería decir y me dedicó una sonrisita muy leve. Me senté al lado de Sharon y él se escondió tras la barra, el único lugar seguro de su existencia. Esta vez, Sharon no le preguntó qué le ocurría ni si se encontraba mal. Sabía que sí. Ni siquiera fue capaz de mirarla a los ojos.

De repente, mientras agarraba con la mano el cubalibre que me había servido Tobías, recibí una llamada. Era Lorelay. Supuse que estaría harta de la niña y que querría que fuese a recogerla.

-Dime Lori.-respondí.

-Emily… ven inmediatamente.

Había nerviosismo en su voz. Supe que algo no marchaba bien.

4 comentarios:

  1. aaaa eress malaa, me dejas con la intrigaa T_T
    amo la nove, yase que acabas de subri cap`,pero sube otro, no importa si es corto, no me quiero quedar con la intrigaaa

    beso :)♥

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  2. http://www.novelasobrevampiros.blogspot.com/

    esa es la pag de mi novee

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  3. PD: pasate por mi nove, ya subi cap ;)

    y sube cap, no me dejes con la intrigaaaaa ajaja


    besssso:))♥♥

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  4. holaaa me encanta la nueva pagina, y la imagen de emily :)

    sigo esperando el capitulo :)
    besoos
    nunca cambies tu nove tienes una imaginacion increible
    si quieres pasate por mi nove pero si quieres

    aaaaa sube cap

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