lunes, 29 de marzo de 2010

El Lugar Donde No Vuelan las Palomas: Capítulo XXIX-Tan solo una puta





If you want to save her[1]


First you have to save yourself


If you want to free her from the hurt


Don't do it with your pain


If you want to see her smile again


Don't show her you're afraid

Circle of Fear- HIM

Es un acerbo de saberes, es una cadena interminable de sufrimiento, son millones de lágrimas por miles de gemidos, es una condición social que te condiciona como su propio nombre indica, es el dolor mezclado con el placer y hecho palabra. Puta. Pero no sólo es una palabra, un insulto, una cualidad, sino todo lo que conlleva.

Relacionado con esto está ese deseo irrefrenable de poseer lo imposible. El problema es que no queremos ver. Nos empeñamos en vendarnos los ojos. Eso es lo que nos lleva a encerrarnos en nosotros mismos, ahogarnos en una jaula de humo, alimentar nuestros sueños rotos con el néctar de la lujuria, seguir un sendero de arenilla blanca sin retorno. ¿Por qué? Todas las razones posibles se resumen en una: por odio. Odio a nosotros mismos, a nuestra vida y a nuestro status. Odio a todo lo que tenemos y no queremos tener. Odio a lo inalcanzable, buscando el placer en el autoengaño. Eso es todo lo que tenía dentro: odio.

Una noche como otra cualquiera, en la que Sharon y yo fuimos al bar como siempre. Pero al caer la noche, se descubre la cara oculta de las personas. Lo más negro, o quizás lo más puro, imaginable. El dolor tiene cabida en la noche, y se alimenta de la luz de las estrellas; el sufrimiento aprovecha la oscuridad para corroer y desgarrar el alma sin ser visto. La verdad es asesinada por la Luna y todas las fantasías y sueños tienen cabida. Cae la noche y, con ella, todas las sombras que nos invitan a evadirnos de nuestra propia realidad, sin pensar en las lágrimas que pueden brotar de los ojos de alguien que nos quiere.

Entramos por la puerta, juntas, riéndonos. No sé de qué estábamos hablando, no lo recuerdo, pero debía ser entretenido. Miré inconscientemente a la barra, ansiosa de un cubata, cuando vi a Tobías respaldado en una silla, al lado de los licores, con una cerveza en la mano, fumando un pitillo. Estaba distinto, se lo noté. Tenía la cara mucho más blanquecina, y ojeras en los ojos; hasta podría jurar que estaba mucho más delgado. Cada poco tiempo le daba una calada al cigarro, como si aquel humo fuese el único aire que pudiese respirar. Y lo exhalaba con fuerza, con rabia, de un golpe seco. Nos acercamos a él. Sharon, en cuanto lo vio, se tornó pálida.

-Tobías.-le preguntó.- ¿Estás bien?

-La vida es una puta mierda.-dijo él en respuesta, sin ni siquiera mirarnos.- ¿Cómo voy a estar bien?

-¿Te ha pasado algo?-intervine yo entonces.

Giró la cabeza. Clavó sus ojos en nosotras. Pero no eran los mismos.

-Muchas cosas. Tampoco me voy a poner a contároslas. Sería ridículo. No. Son demasiadas…

Se levantó, mientras le daba una última calada al pitillo y lo tiraba al suelo, para pisarlo con rabia. Miró a Sharon.

-Tú no mereces tener una vida así.-se acercó a ella. Tenía congoja al hablar.- La vida es tan horrible…y tú eres tan, tan bonita.-le acarició una mejilla. Le temblaban las manos- Tenías que tener una vida bonita, como tú. ¿Por qué?

Deslizó aquellos dedos temblorosos por la piel suave de Sharon. Ella tragó saliva, dejando entrever una gran tristeza en su rostro. Sabía lo que le pasaba. De repente, desde la otra punta de la barra, un cliente que estaba esperando gritó:

-¡A ver, chaval! ¡Deja de tontear con esa puta y mueve el culo!

Entonces su humor cambió drásticamente. Empujó a Sharon bruscamente hacia atrás y se dirigió hacia él, con paso ligero.

-¡¡Bloody no es ninguna puta!!-chilló.

Sin que nos pudiésemos dar cuenta, estaba fuera de la barra, peleando con el otro hombre, el cuál le estaba propinando una buena paliza. La sangre de Tobías salpicaba el suelo mientras él se aferraba en defender aquella idea a base de darle puñetazos a su contrincante, el cual estaba encima de él machacándole. Sharon y yo corrimos hacia allí. Ella gritaba una y otra vez el nombre de Tobías, llena de miedo.

-¡No le pegue más, joder, que lo va a matar!-le grité al señor mientras lo agarraba de un brazo y lo separaba de él.

-¡Unas buenas ostias le hacían falta a este niñato!-dijo, mientras se enderezaba.

Tobías se levantó con dificultad, apoyándose en Sharon, pero en cuanto lo hubo hecho, volvió a dirigirse hacia su rival, despotricando con la boca llena de sangre:

-¡Hijo de puta, maricón de mierda! ¡Cabrón de los huevos! ¡Tu puta madre!

Sharon lo agarró por el pecho, frenándolo, cuando volvían a estar a medio palmo de distancia.

-¡No, Tobías! ¡No!-le reprendió, asustada, apoyando la cabeza en su espalda, tirando de él hacia atrás.

Le dio entonces la vuelta, para poder mirarle, mientras el otro tipo de marchaba cabreado del bar. Él giró la cara ligeramente y escupió un chorro de sangre.

-¿Estás loco? No vuelvas a hacer algo así.-le dije.

Pero él miraba a Sharon, la miraba como si fuese un caballero que había fallado en el intento de salvar el honor de su princesa. Ella colocó las manos en los laterales de su cuello, y le clavó sus ojos llenos de preocupación en su rostro.

-Tú no eres puta, ¿a que no?-dijo Tobías.- Ese capullo estaba mintiendo.-sonrió.- No lo eres, ¿verdad?

Sharon enmudeció. Quiso apartar la mirada de él, pero sus ojos verdes la miraban con gran insistencia. Suspiró.

-Tienes sangre en la ceja.-respondió ella, intentando desviar el tema.

Era cierto, un corte enorme, provocado seguramente por un anillo, se alzaba en una de sus cejas. Y sangraba aparatosamente, encharcando toda la mejilla. Cogió un pañuelo de papel de la mochila y le limpió suavemente. Él dio un respingo.

-No voy a hacerte daño.-dijo, con mucha delicadeza.- Tranquilo. ¿Te duele?

-Un poco…

De repente, mientras ella continuaba limpiando su sangre, él se dio la vuelta, tapándose la boca y echó a correr. Lo persiguió.

-¡Tobías!

Se metió en el baño y le cerró la puerta en la cara. Me acerqué apresurada hacia ellos. Sharon apoyó el oído en la puerta, para saber qué estaba haciendo. Las arcadas se escuchaban desde fuera. Cerró los ojos y suspiró hondo, mientras murmuraba una y otra vez:

-Joder…Joder…Joder…

-No te preocupes, Sharon.-le dije.

-¿Cómo no me voy a preocupar?-se separó de la puerta con desdén.

-Vamos, mujer, sólo es una cogorza. Yo también las tengo, y aquí estoy.

Giró la cabeza y me miró, como si estuviese ofendida.

-¿No lo has pillado o qué?

-¿Qué tengo que pillar?

Se detuvo, apoyada en el marco de la puerta.

-Ha… mezclado.-respondió, con dificultad.

-¿Mezclado?

-Alcohol y coca. Y eso sin contar el tabaco, claro.

Me quedé petrificada. De ahí venía su conducta extraña, su agresividad, su tristeza. Por eso estaba ahora encerrado vomitando. Y apuesto a que las cicatrices también estaban relacionadas con eso de algún modo.

-¿Estás segura?-le pregunté, incrédula.

-Completamente.-se mordió los labios.- No sabes lo rápido que le latía el corazón. Por no hablar de que tenía algo blanco en la nariz, que habría que estar ciego para no verlo. Tendremos suerte si no le da un infarto.-se echó el pelo para atrás, nerviosa.

Volvió a acercarse a la puerta y posó una mejilla en la puerta.

-Deja de vomitar de una vez.-dijo, con tono lastimoso.

Pero se seguían escuchando los gemidos, los suspiros y las continuas arcadas procedentes del interior del baño. Giró entonces la cara. Yo la imité. Lo que vimos fue a un hombre alto y recio, de unos 40 o 50 años, moreno de piel y de aspecto bastante rudo detrás de la barra atendiendo a los clientes y mirándonos con odio. Sharon le hizo un gesto para que se acercara. Él le obedeció, poniendo mala cara.

-¿Qué pasa ahí?-preguntó, señalando el baño.

-Es Tobías.-respondió ella.- No se encuentra bien… Se ha pasado un buen rato vomitando. Debe estar enfermo del estómago, lo vi muy pálido. Lo mejor será que vaya a casa a descansar. Mañana o pasado se encontrará mejor, estoy segura.

Al escuchar la palabra “descansar” le cambió la cara hacia un rechazo absoluto. Cruzó los brazos a modo de negativa.

-Ni de coña. Yo vengo a trabajar con fiebre o con lo que me echen…

Sharon lo miró suplicante.

-¿Quiere un favor a cambio?-sonrió, mirándole a los ojos.- Sabe que se lo haré, tengo buena fama.

Aquel hombre alzó una ceja. Parecía gustarle la idea.

-En ese caso, mañana aquí a las 11 de la noche, sin falta.

-No hay problema, aquí estaré.

-Anda, llévense al chaval. Y díganle de mi parte que se mejore rápido.-recalcó esta última palabra.

Volvió a la barra. Sharon y yo nos miramos.

-Es una ventaja de ser puta.-se rió.- Siempre consigues lo que quieres.

Otra vez salía esa palabra. Puta. Para él, el impedimento de alcanzar un sueño. Para ella, el duro día a día, del que de alguna manera hay que sacar provecho. Si esa palabra no se hubiese interpuesto, simplemente nunca se habría dado esta situación. No llorarían los ojos verdes; no se turbaría la miel de los otros. Una palabra, solamente, condicionó dos vidas, conduciendo una de ellas hacia la autodestrucción.

En aquel momento, la puerta del baño se abrió de repente. De él salió Tobías, pálido como las velas, apoyándose en las paredes para poder caminar, pues era como si no le respondiesen las piernas. Sharon, al verle, se dirigió hacia él corriendo y le abrazó, agarrándolo por los costados, apoyando la cabeza en su pecho.

-Tobías, gracias a Dios… ¿Estás mejor?-alzó la mirada.

Se palpó la cabeza. Seguía algo confuso.

-He vomitado sangre. Tenía arcadas y me salía sangre. Era muchísima sangre.

-No te preocupes, Tobías.-le dije, apartándole el pelo de la cara. Estaba impregnado a ella por el sudor.- Eso es que has sangrado antes.

Se quedó pensativo, como intentando asimilar lo que le había dicho.

-Vamos a llevarte a casa.-proseguí, ya que Sharon se mantenía abrazada a él.- Allí podremos cuidarte hasta que te pongas bien.

Me miró serio.

-El jefe…

-Ya hemos hablado con él. Dice que vayas a descansar, que no hay problema.

Bajó la cabeza, despacio. Vio cómo Sharon se aferraba a él, con el firme propósito de no dejarle solo de nuevo. La observó, como si estuviese ante algo tan frágil, pero a la vez tan hermoso que podría quebrarlo con el más mínimo roce.

-No puedes ser una puta.-le dijo, todavía más convencido que antes, sonriendo.- No. Una puta no se preocuparía así por mí, y menos sabiendo que no tengo ni un duro. No lo haría. No.-y lo negaba con la cabeza.

Ella escondió la mirada, la apartó de los ojos verdes, acunados por las ojeras y llenos de dolor. Los suyos también sufrían.

-Vamos a casa.-le dijo, agarrándole del brazo.

Tuvimos que ir a pie, pues yo no tenía allí el coche y Sharon no sabía conducir. Fuimos siguiendo exhaustivamente las indicaciones de Tobías, quien se detenía cada poco a vomitar en una esquina, mientras nosotras le sujetábamos el pelo. Tuve que abrir yo la puerta, pues él no daba pie con bola, hablando en plata. Entramos en el piso. La verdad es que estaba bastante ordenado, aunque se respiraba un cierto caos en el ambiente. Fue al entrar cuando nos dimos cuenta de que Tobías había caído en el suelo de cuclillas y se abrazaba, temblando.

-¿Qué te pasa, Tobías?-le preguntó Sharon, asustada.

-Tengo frío.-susurró.

-Pero si estás colorado.-dije, y era cierto que lo estaba.- ¿Cómo puedes tener frío?-le toqué la frente, por si tenía fiebre. No estaba caliente. Sólo las mejillas. Lo demás era un cúmulo de escalofríos.

-Es la droga.-me dijo ella, en voz baja. Luego, se giró para volver a ver a Tobías. Arrodillada a su lado, comenzó a frotarle los brazos con las manos.- Tranquilo… Entrarás en calor…

-Lo mejor será meterlo en la ducha. Un poco de agua caliente le vendrá bien.

Tobías me miró, tiritando, con la respiración entrecortada.

-Es una buena idea.-dijo Sharon, levantándole.- Vamos, Tobías.

Él le obedeció, dejando que ejerciese control sobre sus piernas y le hiciesen ponerse de pie. Se dirigió al baño, apoyado en ella, todavía con un inmenso frío dentro de su cuerpo. Tuvimos que desnudarlo, pues, evidentemente, él solamente se preocupaba de intentar darse calor. Yo le quité la camiseta muy despacio, para que no sintiese un cambio brusco de temperatura. Sharon le bajaba el pantalón y el calzoncillo, lentamente, como solo ella sabía. Tirando hacia abajo, con suavidad, con tiento. Él tuvo entonces un ataque de risa bobalicona mientras decía:

-Bloody, que nos conocemos.

Ella giró bruscamente la cabeza y le miró, no me atrevería a decir con odio, pero sí bastante enfadada. Supongo que por pasar de decirle que no es puta a reafirmarlo. Sus uñas se le clavaron en las piernas y las rasgaron, mientras se enderezaba. Los arañazos eran de aspecto semejante a los de un gato, y uno de ellos rezumaba un poco de sangre. Tobías se inclinó y los miró, retorciéndose de dolor. Soltó un gemido, casi inaudible, pero Sharon no mostró compasión hacia él. Abrió el agua de la ducha y lo empujó un par de veces para que se metiese dentro.

-Vete a la ducha, anda.

Consiguió su propósito. En cuanto lo hizo, le cerró la cortina para que no nos viésemos mutuamente.

-Voy a buscar un par de mantas y una toalla.-propuse.

-Yo mientras le calentaré una tila o algo, a ver si por lo menos se va calmando.

Suspiró. Ella no sabía qué haces ante una situación así. Me acerqué y le aparté el pelo de la cara.

-Verás cómo no es nada.-le dije.- No te preocupes por él.

-Si muere será mi culpa.

-No morirá. Venga, tranquilízate y deja de pensar en esas cosas.

Asintió, resignada, e hicimos lo que teníamos previsto. En la habitación de Tobías, en un armario, había varias mantas. Cogí un par de ellas, a la par que una toalla, y miré a mi alrededor. Estaba todo desordenado y descolocado. Pude distinguir, en aquel lugar caótico, una guitarra española apoyada en la pared. Era bastante antigua y estaba algo rota por los bordes; se distinguía cerca de las cuerdas las palabras “Fuck you all” grabadas en la madera, probablemente con un cuchillo o algo similar. También encontré en la mesita un par de cajetillas de tabaco, una revista porno, una foto de una mujer, probablemente su madre, una botella de cerveza vacía y una navaja, con algo de sangre seca en el filo. Seguramente se había cortado las muñecas con ella. Encima de la cama había un pequeño crucifijo, como si Dios fuese lo único estable en su vida, lo único puro, o quizás solamente era un mero espectador de su dolor.

Salí de allí y me dirigí a la cocina, donde estaba Sharon mirando atentamente al microondas, con la mirada triste. La tacita llena de agua daba vueltas, hipnóticamente. En cuanto pitó, ella miró hacia la puerta y me vio.

-Vamos a verle.-ordenó, mientras echaba la bolsita de tila en el agua.

Asentí. Llevaba un buen rato en la ducha, y ya estaba empezando a inquietarme. Al llegar al baño, Sharon abrió la cortina que posteriormente había cerrado. Entre un espeso cúmulo de humo pudimos ver a Tobías, todavía temblando, con la piel roja de lo caliente que estaba el agua.

-Tobías…-dijo Sharon, con preocupación en la voz.- Sal de ahí, mi niño.

Él lo negaba con la cabeza.

-Tengo frío.-argumentaba.- Tengo mucho frío.

-Hazme caso.-dicho esto, asomó la cabeza en la ducha y cerró la llave del agua.

Cogió una toalla y se la puso por los hombros, antes de sacarlo a fuera. En cuanto sintió el contacto con el aire frío del baño, cayó en el suelo de rodillas, entre escalofríos. Sharon, gritando su nombre, cogió una manta y le tapó con ella apresuradamente, mientras se situaba de cuclillas para poder abrazarle con fuerza.

-Tienes que entrar en calor, Tobías.-le decía, mientras frotaba sus brazos con las manos de nuevo, y luego volvía a repetirlo:- Tienes que entrar en calor.

Él giró entonces la cabeza, para poder mirarla a los ojos.

-Me estás engañando, ¿verdad Blood? Tú no eres una puta. No, no lo eres. Tienes que trabajar en otra cosa. Déjame pensar… Enfermera, seguramente; por eso estás todo el rato tomándome el pulso-al decir esto, Sharon retiró lentamente los dedos de su cuello.-, y por eso me tapas tanto para que no tenga frío.-sonrió.- O… o quizás un empleo menos deprimente… Modelo, quizás; será por eso que eres tan bonita… O profesora; solo eso explica que quieras tratar con un niñato como yo.

Ella no le quitaba ojo de encima, escuchando cada una de las palabras que emanaba su boca. Suspiró. Deseaba decirle que estaba en lo cierto, que no era una puta, que era cualquier otra cosa, pero era imposible. ¿De qué serviría negarlo? Estaba impresa aquella palabra en cada uno de sus actos, de sus prendas, de sus rasgos. Tobías la miraba con impaciencia, esperando una respuesta con ansiedad.

-Dime algo, Blood. Dime algo…

Sharon cogió la tacita de tila y se la entregó. La tomó en sus manos y miró su contenido. Luego la miró a ella, y comenzó a llorar, temblando aún de frío.

-Por favor, Bloody, dime que no lo eres, aunque sea mentira.-suplicaba.- Necesito que me lo digas. ¡No estés callada, dímelo! Dime que no eres puta. No lo eres, ¿a que no?-insistía, con lágrimas en los ojos.- ¿A que no, Bloody, a que no? Dime que no.

Del centro de aquellos ojos verdes caían las lágrimas como si fuesen cristalitos perfectamente tallados. Eran tan amargas, había tanto dolor en ellas. Ni un sollozo salió de sus labios, solamente palabras, susurros, que invitaban a Sharon a mentirle. Pero ella no podía, no era capaz de negar lo que realmente era. También empezaron a resbalarle aquellos cristales de los ojos.

-Bébete eso, Tobías. Verás cómo te encuentras mejor.-le ordenó, empujando suavemente la taza a su boca.

-Nunca me contestas.-dijo él, mirándola, con los ojos húmedos.- ¿Entonces es cierto?

No recibió respuesta alguna. Solamente bajó la cabeza, sin dejar de abrazarle.

-Por eso vale la pena morir, ¿sabes?-sentenció él con frialdad.- Por eso.

Nos sorprendimos ante sus palabras, pero quizás yo fui la que más. Por eso se había intentado suicidar, probablemente, por eso aquellas muñecas estaban rasgadas, desgarradas. Por Sharon, su sueño inalcanzable, la personificación de todas sus esperanzas rotas. Le agarró la cara e hizo que la mirase. Ahora ella lloraba de rabia.

-No vuelvas a decir algo así.

-¿Qué importa, Bloody? Es mejor morir chutándose que morir sufriendo. Por lo menos mueres de placer.

Le agarró por la muñeca, escondida por los mitones mojados, pues no se los había quitado al ducharse, y se lo llevó a la habitación. Recordé entonces las palabras de Klaus: Tobías iba a ahogarse con sus propias lágrimas. Su tristeza era tan honda que quizás ese era el final que le esperaba. Mientras recogía todo en el baño, los escuchaba hablar. Sharon le reñía, lloraba: “No voy a dejar que te pase nada” decía, cada poco. Él seguía lamentándose, intentando creer su propia mentira, gritando con ella. Pero aquella rabia era hacia ellos mismos en lugar de hacia el otro. Pasé disimuladamente por delante de la habitación, mientras les miraba. Sharon estaba nuevamente abrazada a Tobías, apoyando la cabeza en su pecho, rehusando mirarle a los ojos. “No te dejaré”, repetía una y otra vez ella, “No te dejaré”. Me metí en la cocina. Limpié un poco todo aquello y, tras concienciarme sobre lo que quizás vería, decidí entrar a verles.

Tobías estaba acostado en la cama, boca arriba, durmiendo. Se le escuchaba respirar con fuerza, a causa del tabaco. Seguramente toda aquella tensión liberada le dio sueño. Sharon, a su lado, estaba sentada en la cama, acariciándole con suma delicadeza. Percibió enseguida mi presencia, a pesar de que me mantuve en la puerta sin moverme, y me miró.

-Se ha quedado dormido el pobre.-dijo, sonriendo levemente.- Debía estar agotado.

-¿Cómo está?

-Todavía tiene el corazón desbocado, y tiembla algo, pero supongo que se pondrá mejor.

Giró la cabeza, clavando sus ojos ahora en él. Estaba tapado con la manta que le dimos, semidesnudo, pues parece ser que se puso el pantalón de nuevo. En el pecho tenía el tatuaje de un corazón. Sharon lo repasó con las uñas, sonriendo.

-Por cierto,-dijo, sin mirarme.- mira lo que he encontrado en un cajón de la mesita.

Sacó entonces una bolsita, contenedora de algo blanco, y me la tiró. Pude cogerla al vuelo y confirmar sin ninguna duda que se trataba de cocaína.

-Es bastante pura.-añadió.- Con un par de rayas de eso, te quedas hecho polvo. La mía es bastante más suave.

-¿La tuya?-pregunté, alarmada.

-Yo también la tomo.

-¡Y luego le riñes a Tobías!

-Yo me sé controlar, ¿vale? Él no, sino no estaba así, eso te lo aseguro. Y no hables tan alto, le vas a despertar.

-¿Por qué lo haces?

Me miró con tristeza.

-Para tener un puto motivo para levantarme por la mañana e ir al trabajo, si se le puede llamar así.-desvió la mirada.- Seguro que Tobías también lo hace por eso.

De repente, sonó mi móvil. Por el tono de llamada, deduje que era mi hermana Lorelay, avisándome de que volviese a casa. Efectivamente, no me equivocaba.

-Tengo que irme.-dije.- Mi hermana me llama.

Sharon asintió y volvió a mirar a Tobías.

-Vente tú también.-le ordené.- Necesitas descansar.

-No.-se giró con indignación.-Nunca le dejaría solo. Podría tener una parada cardíaca por la noche, que no es el primer caso ni el último. ¿Y entonces qué? ¿Qué hago si la palma? No quiero irme, puede pasarle algo.-hablaba con seriedad.

No me gustó cómo sonaban sus palabras. Llegué en aquel momento a temer realmente por la vida de Tobías, hasta el punto de clavar la mirada instintivamente en su pecho para cerciorarme de que respiraba. Me recordó a lo que le había pasado a Josh, me sentí tan impotente como entonces.

-Si eso-propuse.- me quedo contigo. Yo tampoco quiero que le pase nada.

-No hace falta, Em. Tú tienes una hija a la que cuidar. Yo solo puedo cuidarle a él.

-¿Has pensado en David?-le pregunté, bajando la cabeza.

-Le diré mañana por la mañana que he estado trabajando hasta muy tarde.

-No te creerá.

-Lo sé.-esbozó una sonrisa de resignación.

Me dispuse a irme, turbada por todo lo que había pasado y todo lo que podía pasar. Me giré antes de abrir la puerta para poder observar a Sharon.

-Si le pasa algo llámame inmediatamente.-le conminé.

-Tranquila, sé primeros auxilios.

-Tú hazlo.

-Descuida.

Fui entonces a casa, con la imagen reciente de Sharon al pie de la cama de Tobías, como si fuese una Julieta velando la muerte de Romeo. Y la obsesión de él me resultaba tan extraña. Que no fuese una puta. ¿Querría mantenerla intacta, pura, virgen, solo para él? Quién sabe. Recuerdo como si fuese ayer cómo lloraban, y se abrazaban, intentando sin resultado darse consuelo mutuamente. Ella quería renegar de lo que era realmente, de Bloody. Él solamente quería ver cumplido su sueño y poder estar juntos.

Fue acostarme en la cama aquella noche y tener aquella pesadilla horrible. Yo estaba en la casa de Tobías de nuevo, y escuchaba un llanto desde una habitación. Intimidada, amparada por la oscuridad, abría la puerta. Lo que me encontraba era la viva estampa del más absoluto dolor. Sharon estaba arrodillada en el suelo junto a Tobías, que yacía inerte en él. Ella le cogía de la mano, le acariciaba, lo movía de un lado a otro, lloraba tanto. “¡Tobías!” decía “¡Tobías, háblame! Tenías razón, no soy una puta, ¿ves? ¡No lo soy! Por favor, dime algo”. Pero aquel silencio era tan absoluto como el sonido del corazón que había dejado de latir. Sharon insistía, y le besaba una y otra vez en aquellos labios sin vida, mientras repetía que le hablase, que despertase, y le encandilaba con falsos argumentos. Recuerdo con claridad que de los ojos de Tobías se deslizó una lágrima. De aquellos ojos que parecían estar tallados en cera. Observé la escena impasible, pero con un fuerte sufrimiento interno. De repente, una mano en mi hombro, una voz: “Te lo dije, ángel, se ahogó con sus lágrimas”. “¿Y ella?” ahora era yo la que preguntaba. “A ella simplemente le corroerá su propia existencia”. Entonces, unos hombres agarraban a Sharon por las muñecas y las piernas, separándola de Tobías, y comenzaban a violarla. Grité su nombre, pero era inútil. A pesar de la muerte, los ojos de él comenzaron a emanar lágrimas. El dolor que sentía ella la hizo morir haciendo aquello que estaba plasmado en su ser. Me desperté sobresaltada, con sangre en la mascarilla.

Necesitaba que llegase la noche para poder hablar con Sharon y preguntarle qué había pasado. No tenía llamadas en el móvil, así que intuí que no había pasado nada grave; aún así, estuve todo el día pendiente de que me llamara. Seguramente me llamaría llorando, sin ser capaz de pronunciar que Tobías estuviese muerto, o ingresado en el hospital en estado crítico. Temí esa noticia, temí que al final cumpliese su propósito y pudiese morirse. Me imaginé una y otra vez la escena, y las diferentes maneras de actuar que podía seguir para preocupar lo menos posible a Sharon, pero pudiendo dejar escapar mi pena y que no me destrozase por dentro. Esperé con impaciencia el momento de presentarme en aquella calle, junto al bar. Recuerdo que por el camino vi a Klaus, junto a un cubo de basura.

-¡Ángel!-me gritó.

Me acerqué a él. Quise sonreírle, pero estaba demasiado centrada en Tobías.

-Una cosa.-dijo, llevándose la mano a la barbilla.- El chico… el chico que llora… ¿Está bien?

-¿Por qué dices eso?-pregunté, asombrada.

-Ayer os vi iros con él a Bloody y a ti. Estaba blanco, tan blanco como la nieve, y no podía andar bien. ¿Le pasó algo?

Suspiré. Un hondo suspiro.

-¿Sabes lo que le pasa? Que tiene mucho dolor y mucha tristeza dentro, y es la única manera que se le ocurre de neutralizarlo, a base de cosas malas.

-¿Dónde le duele?-se palpó entonces el pecho y la barriga, como si pudiese notar su sufrimiento de esa manera.

Sonreí levemente. Cada vez que estaba junto a Klaus sentía como si estuviese hablando con un niño pequeño, no de más corta edad, pero sí de más corto entendimiento que mi hija.

-Si le duele el corazón, que es lo que te duele cuando estás triste, puedo darle el mío. No me importa, no me interesa…-se miró, y hablaba con seriedad.- Él es joven, lo necesita más que yo.

-No pienses en esas cosas, Klaus. Se le pasará. Es un dolor pasajero.

-Si no se le pasa, este no duele y se lo puedo dar. Nunca, y llevo con él 60, o 70, o 80 años, no sé, no me… Pero dile que es mío, ¿vale? Así vendrá a mi tumba a echarme flores.-sonrió.

Desvié la mirada. El comentario de aquel adorable viejecito quería hacer mella en mí, junto con el asunto de Tobías. Vi que Sharon se separaba entonces del resto, que se encontraban cerca de la carretera en manada, y me hacía señas. Opté por despedirme e ir hacia ella. No le vi buena cara. Tenía cerca de un ojo una cortadura, producida quizás por un anillo o similar, y su rostro infundía tanta preocupación. La agarré una mano. Apenas hizo presión.

-¿Qué pasa? ¿Está bien?-pregunté angustiada.

-Supongo. Estuve con él hasta las 4 o las 5. Luego… me llamó David. Estaba muy cabreado, opté por ir. Y mira.-me señaló la herida.- Y pudo ser peor si tardase más.-bajó la cabeza.- ¡Soy gilipollas, joder! Tenía que haberme quedado a su lado.

La abracé. No, no podía verla sufrir de aquella manera por culpa de un indeseable como David. Un impedimento era esta vez aquella palabra, el impedimento de ser feliz, de vivir, de ser libre. Escuchaba cómo respiraba fuertemente en mi oído.

-Vamos al bar.-le dije.- Después vamos a casa de Tobías a ver cómo está.

Asintió, sin apenas ánimo para mover la cabeza. Vino un poco detrás de mí. Pensé entonces en mi sueño; no quise contárselo a ella, por supuesto, pero no podía evitar pensar si se cumpliría, si él estaría muerto. Muerto por la decepción de no haber alcanzado su mayor sueño, por no haber tenido ni oportunidad, por querer a alguien equivocado, muerto por una maldita palabra: Puta. Entramos.

Al mirar hacia la barra, nos quedamos boquiabiertas. Tobías, el mismo Tobías que ayer no se podía apenas levantar, ni andar, y que era un cúmulo de escalofríos, estaba trabajando como si nada. Seguía pálido, lo noté, y mucho, pero por lo menos parecía que se encontraba mejor. Aún así sostenía en la boca, inseparable, un pitillo, expulsando el humo por la nariz. Nos acercamos a él, incrédulas. No solo por el hecho de que hubiese pasado la noche sin más complicaciones, sino también por encontrarse allí, currando diligentemente.

-¡Tobías!-gritó Sharon, llevándose las manos a los labios.

Se metió en el otro lado de la barra y le abrazó fuerte, apoyando la cabeza en su pecho. Él la miró con sorpresa, pero no dudó en deslizar la mano por su pelo rizado una vez, una sola vez que hizo que se sonrojasen sus mejillas.

-Tenía tanto miedo de perderte.-susurró, seguidamente, su tono de voz adquirió el volumen normal:- ¿Cómo estás?

-Bien… Me duele un poco la cabeza.-eran las primeras palabras, después de aquella noche fatídica, que escuchábamos pronunciar, con voz entrecortada, a Tobías. Se llevó la mano a una sien, en señal de dolor.

-¡Cómo no te va a doler!-dije.

-¿Sabes?-prosiguió Tobías, sin escucharme, dirigiéndose a Sharon.-Recuerdo tu voz en mi casa, me decías que entrase en calor. ¿Ayer estuviste en mi casa?

Sharon asintió en respuesta. Entonces, levantó la cabeza y le miró a los ojos. Noté seriedad en su mirada.

-No vuelvas a hacerlo, ¿vale? Por muy jodido que te sientas, no vuelvas a hacerlo.

-¿El qué?-seguramente quiso hacerse el loco.

-Mezclar.-al pronunciar esta palabra, él se tornó más pálido, si cabe.

Esperó ella una respuesta, una promesa, fuese verdadera o falsa, de que no volvería a hacer tal temeridad. En lugar de eso, giró la cabeza y sus duras palabras salieron de su boca amparadas por el humo de su cigarro:

-Yo hago lo que me sale de los cojones.

Se quedó sorprendida por su afirmación. Quizás ambas, aunque yo me temía que dijese algo así.

-¿Eres gilipollas o qué?-gruñó Sharon.- ¡No tienes ni idea de cómo estabas ayer! ¡No sé cuanta coca te metiste, pero no era moco de pavo! ¡Tuviste taquicardias y temblabas muchísimo, y fue puta suerte que no tuvieses que ir al jodido hospital con un infarto, o muerto!-recalcó la última palabra.

El tema le afectaba en exceso, y no era para menos si era conocedora de aquellos mundos. Tobías, entonces, dijo una frase, que sin duda alguna se me quedó grabada:

-¡Preocúpate de tus asuntos; si solo eres una puta!

Eso la neutralizó completamente. Se quedó completamente quieta, y su garganta era incapaz de articular ningún sonido. Las lágrimas de deslizaban con furia por sus delicadas y pálidas mejillas, mientras sus trémulos labios murmuraban:

-Una puta… ¿Tan solo una puta, Tobías?...-le miró, elevando el tono de voz:- ¿Sabes lo que me decías ayer? De eso no te acuerdas, ¿verdad?... Me decías que yo no era puta, que no podía serlo, y llorabas, Tobías. Llorabas tanto, tanto…-desvió la mirada.- Y ahora me dices…

Él la observó dolido. Seguramente comenzaba a recordar sus palabras de la pasada noche, o quizás, al darse cuenta de que Sharon conocía por lo menos parte de su gran aspiración, se percató de la barbaridad que había dicho. Aunque no se atrevió a remendarlo, dudo si fue porque sabía que ella no le haría caso o porque estaba demasiado convencido de no querer dejar sus vicios. Sharon le miró enfurecida, mientras se iba.

-¿Sabes qué será lo próximo, Tobías? La coca y el alcohol te van a saber a poco, y vas a empezar con cosas más fuertes, hasta que comiences a inyectarte caballo y demás mierdas en vena.-se detuvo en seco, enfrente de la puerta.- Pero ya no me va a importar lo más mínimo. Así que haz lo que quieras, como si te matas. Me importa mierda.

Abrió y cerró la puerta rápidamente, provocando un sonido estridente y seco que inundó la sala. En el suelo relucía todavía un débil sendero de lágrimas. Tobías suspiró, y se propuso seguir con su trabajo, pero pude agarrarlo por un brazo con fuerza antes de que se alejase.

-Tenemos que hablar.-le dije.

Suspiró. Estaba bastante fastidiado. Me fui al otro lado de la barra y nos dirigimos a una habitación en cuya puerta había un cartel que rezaba: “Sólo empleados”. Era la cocina. Tobías se apoyó en una encimera y me miró. Al ver su actitud, exploté:

-No puedes hacerle esto. No tienes derecho. ¿No ves lo que está sufriendo?

-¿Y a mí qué me cuentas? Es ella la que está exagerando.

-No exagera, Tobías. Ella vivió mucho más esto que tú. Sé…-giré la mirada.- Sé lo de tus… muñecas. Por lo menos me imagino de qué se trata, y dudo que las drogas no tengan nada que ver… Mira, sé que tengo pocos años más que tú y que me mandarás callar, pero créeme que sé bastante sobre esta vida. Yo también me he intentado suicidar, y gracias a mi marido me di cuenta de que es una muestra de egoísmo tremenda, y que les haces daño a la gente que quieres.-miré a Tobías, estaba serio.- Y taparlo con droga no es la solución.

Él bajó la mirada. Estaba arrepentido, pensativo, lo vi.

-Pero… ella… No sabe nada, ¿verdad?

-De los cortes no, pero sí de lo otro. No sabes cómo estaba ayer. Yo estaba preocupada, te puedes imaginar, pero lo suyo era pánico. Y cuando le dijiste aquello… lloraba… y no sabía contestarte. Así que, si no dejas las drogas por ti mismo, hazlo por ella.

-Le dije… que no era una puta…

-Y no lo es.-sonreí.

Se dio media vuelta apresurado y se dirigió a la puerta de la cocina. Antes de salir, se giró para mirarme una última vez.

-Lo voy a intentar, pero no prometo nada.

Fueron estas las palabras que pronunció antes de irse del bar corriendo. Le seguí, pero permanecí observando por la ventana. Afuera, Tobías agarró a Sharon por la cintura, a la vista de todas sus sorprendidas compañeras, y la abrazó por detrás con dulzura, apoyando la barbilla cerca de su cuello. Sharon cerraba los ojos y le acariciaba una mejilla. Él le hablaba, seguramente le contaba que intentaría dejarlo. Y allí, amparados por la oscuridad de la noche, la tomó en sus brazos, dejando que sus lágrimas de agradecimiento fuesen su elixir, de donde sacaría la fuerza necesaria. En tanto que aquellos amantes gozaban el uno del otro, pensé que quizás, y en contra de lo que se pudiese esperar, aquel Romeo y su Julieta tendrían un desenlace esperanzador. Sonreí. No todo estaba perdido. Aún residía en todos nosotros la voluntad de ser felices.




[1] Si quieres salvarla/ Primero sálvate a ti mismo/ Si quieres librarla de la herida/ No lo hagas con tu dolor/ Si quieres volver a verla sonreír/ No le hagas ver que estás asustado.

viernes, 12 de marzo de 2010

El lugar donde no vuelan las palomas, Capítulo XXVIII-Ángel



Mas non temas, que antre mil[1]
N’hai máis que un anxo antre os demos,
N’hai máis que un atormentado
Antre mil que dan tormentos.

Xan- Rosalía de Castro.

Apenas un par de noches más repetí aquella rutina de ir al bar de Tobías a hablar con Sharon, y ya había dejado de sentirme extraña. Sí, aquella gente era ahora mi gente. Aquellos a los que nadie en su sano juicio se acercaría. Una fuerte empatía comenzaba a atarme a ellos. Podía ver todo aquel sufrimiento en sus ojos, y me sentía terriblemente identificada. Sí, el dolor es algo que une, realmente. Todos, seamos quienes seamos, lo sentimos. El dolor nos hace ser quién realmente somos. Todos los días, alguien se muere ante nuestros ojos, sea física o emocionalmente, y nos empeñamos en no verlo, como unos jodidos ingenuos, y hacer como que no va con nosotros. Si no va hoy, irá mañana, y entonces será cuando nos lamentemos.

Recuerdo un día con claridad. Me dirigía a nuestro garito de siempre; sedienta, ansiosa de alcohol que llevarme a la boca. Amy estaba con Lorelay en casa, así que no tendría de qué preocuparme, eso sí, no debería trasnochar demasiado. Paseé por aquella calle, mojada por las lágrimas, en la que moraban todo tipo de personas enfermas, pobres, y tristes. Sí, tristes. No hacía falta verles llorar. Sus ojos translucían todo aquel dolor. Odiaba pasar por aquel lugar, pero no podía ocultármelo a mí misma. Ese era el mundo, por mucho que me disgustase. De repente, giré la cabeza y lo vi. Era un señor bastante mayor, de unos 60 años. Tenía la ropa toda rota, la cara sucia, y la mirada perdida. Estaba sentado en un banco, comiéndose los restos de una manzana podrida que seguramente se había encontrado en la basura. En aquel momento, llegó una pandilla de indigentes, que intentaron quitársela. Todo sucedió tremendamente rápido. Él forcejeó con ellos, pero no fue capaz de conseguir lo que él mismo había ganado. Intenté ir a socorrerle, pero el grupo se marchó corriendo. El pobre anciano, permaneció en el banco, temblando asustado. Un hilo de sangre comenzó a caerle por la nariz. Entonces sí que casi me da algo allí mismo. Me torné pálida. Le pasaba igual que a mí. Yo también habría sangrado. Una movida así me haría sangrar. Aunque no hizo nada. Se limitó a hablar solo, mientras se encharcaba. No pude esperar más, me acerqué a él.

-Hola.-le dije, con voz dulce. Me miró con miedo.- ¿Estás bien?

Desvió los ojos hacia el suelo. Luego volvió a clavarlos en mí, llevándose las manos a la nariz, como intentando detener la hemorragia.

-Yo también sangro mucho por la nariz. Sé lo que eso.

Saqué una cajita de pañuelos de papel del bolso y le entregué uno. Retrocedió.

-No temas, no voy a hacerte daño. Yo no soy como esos capullos. Acerca un poco la cara, te limpiaré yo.

Sorprendentemente, me obedeció. Lo hice con muchísimo cuidado, intentando que no se asustase. En cierto modo, me recordó a lo que le había hecho a Terry cuando nos conocimos. Cuando lo hube hecho, volvió a palparse la zona. Al cerciorarse de que ya no sangraba, sonrió.

-¿Tienes hambre?-le pregunté.

Asintió, decidido. Recordé que tenía un sándwich en el bolso. Lo había llevado a la oficina, pero al final no lo había comido. La verdad es que desde lo que le pasó a Terry, mi apetito volvió a menguar. Se lo entregué.

-Toma. Es para ti.

-Para mí.-repitió.

Lo cogió rápidamente y comenzó a hincarle el diente. Seguramente hacía muchísimo tiempo que no probaba algo así. Sonreí. Me alegré de haberle ayudado. Opté por levantarme, pues me encontraba de cuclillas, y seguí mi camino.

-Tengo que irme. Nos vemos.-le dije, para despedirme.

-¿Tienes que irte? ¿Nos vemos? Nos veremos si tienes que irte.-respondió, mientras me alejaba.

Entré en el bar. Sharon y Tobías, apoyados ambos en la barra, charlaban animadamente. Se palpaban. Él el hombro, el brazo. Ella, la espalda. Permanecí en la puerta, intentando averiguar qué estarían diciendo. Tobías, al verme, le dijo:

-Mira, ahí viene.

-¿Pasa algo?-pregunté.

-Estábamos hablando de tu tatuaje.-respondió Sharon.- Tobías quiere hacerse uno.

Suspiré aliviada. Por un momento había pensado que murmuraban algo malo sobre mí.

-¿Me lo enseñas?-dijo él, tímidamente.

-Hombre, tampoco es plan de desnudarme en pleno bar.

-Venga, mujer, yo te tapo.

Lo hice. Le di la espalda a él, y me subí la camiseta, sin llegar a enseñar el pecho. Sharon me escoltaba por delante. En cuanto pudo verlo, se quedó con la boca abierta.

-¿Qué te dije?-bramó ella.- ¿Es bonito o no?

-Es precioso. Joder, debió doler bastante.

-No te creas. Estaba decidida a hacerlo, así que no me importó demasiado el dolor. Además, un hombre hecho y derecho como tú, no debería preocuparse por eso.

Nos reímos. Me bajé la camiseta, y nos acercamos ambas a la barra, para poder seguir hablando los tres.

-¿Qué quieres tatuarte, Tobías?-le pregunté.

-Ni idea. Supongo que un tribal, como el que me hice aquí.-se palpó entones en el bajo vientre.-o alguna de estas mariconadas.

-Tienes que hacerte algo que te guste, aunque no sea lo común. Simplemente, busca en tu corazón, y sigue tu instinto. Yo fue lo que hice. Así acabé con una paloma en la espalda.

-¿Por qué una paloma?

-Es algo muy complejo. Tampoco es plan de ponerme a explicarlo.

-Yo también tenía pensado en hacerme uno.-dijo Sharon.- Pero no estoy demasiado convencida aún.

-¿Qué tienes que pensar?-le reprendí, sonriendo.- Un tatuaje se hace a lo loco, sin pensar siquiera.

-Me gustaría tatuarme un ángel.-irrumpió Tobías, después de reflexionar sobre ello. Miró hacia Sharon.- Un ángel hermosísimo. En el pecho.-le sonrió. Se sonrieron.

-No es mala elección.-sentencié.- ¿Verdad?-dije con picardía finalmente, mirando a Sharon.

Ella se acercó a Tobías y, suavemente, posó una de sus manos en la zona que él había mencionado.

-Sería precioso. Yo también podría hacerme un ángel. No en el pecho, porque no puedo, pero… Quizás en la espalda, como Emily.

Tobías, que se había sonrojado, agarró la mano de Sharon y la miró con preocupación.

-¿Por qué no puedes? ¿Pasa algo?

Se tornó pálida. Temía que descubriese su secreto. No debía saberlo, pero no le salían las palabras para tranquilizarlo. Tuve que intervenir.

-No pasa nada, Tobías. Olvídalo.

Se separaron. Me miró. Estaba agradecida de haberla ayudado. Le devolví la sonrisa. Sabía que ella no permitiría ver preocupado a Tobías. Me fui pronto a casa. Los dejé solos, bebiendo codo con codo, riendo. La sonrisa blanca y perfecta de Sharon se reflejaba en los ojos verdes de Tobías, que la miraban con una tremenda atención. Existía una perfecta armonía entre ellos.

Pasaron apenas un par de días más hasta que volví a reencontrarme con aquel señor. En lugar de ir al bar, preferí sentarme en un banco a esperar a Sharon y poder ir juntas. Lo vi; me observaba, sin atreverse a acercarse, desde la otra punta de la calle. Opto finalmente por hacerlo. Sonreí, para que no tuviese miedo. Se quedó parado en una esquina del banco, mirándome de arriba abajo.

-Hola.-me dijo.

-Hola.-respondí, cordialmente.- Te acuerdas de mí, ¿verdad?

-Sí que me acuerdo. Me diste de comer y me limpiaste el otro día.

A pesar de ser mayor, tenía voz de niño, y bajaba la mirada avergonzado. Me acerqué a él, sin levantarme del banco.

-Siéntate, no tengas miedo.-propuse.- Mira, te he traído un pastelito.-rebusqué en el bolso y lo saqué. Lo había comprado para comer en la oficina, nuevamente, pero no había tenido hambre.

Él me obedeció. Se sentó a mi lado y cogió lo que le ofrecía. Mientras comía con avidez, me miraba con admiración. Yo lo observaba con ternura, sonriendo. Al acabar de comer, me dijo algo que se me quedó grabado para siempre:

-Señorita, no finjas. Sé lo que eres.

-¿Cómo?-le pregunté extrañada.

-Eres un ángel.-afirmó, con contundencia.-Un ángel bonito.

Le miré. Él estaba completamente seguro de lo había dicho, y seguramente estaba esperando a que se lo corroborara. Tragué saliva. Todavía no me creía lo que acababa de oír. Un ángel…

-Alguien así no es sino un ángel.-continuó.- Eres demasiado bonita.

Sonreí. Se le veía esperanzado con mi presencia, con su mentira. Me enternecí, pero no supe qué decirle.

-Tienes que salvarnos, mi ángel. Tienes que salvarnos.-me miró.- Estamos muy mal. Todos estamos mal, y nos morimos, ángel. ¡Nos morimos!

-Yo…-titubeé.

-El otro día, vi a un bebé morir en brazos de su mamá. Su mamá gritaba, gritaba cosas… y lloraba.

Me recordó en aquel momento a mi hijo, a Jimmy, cuando se había muerto. También murió en mis brazos, ante mis ojos. Nunca me perdonaré haberlo permitido. Debí haber denunciado a Robert en lugar de huir, y quizás así seguiría vivo... y Terry y yo cuidaríamos de él. Bajé la cabeza. Él me acarició el pelo.

-Tienes que ayudarnos.-repitió mientras me enderezaba.- Mi ángel.

-No puedo.

-Sí que puedes, te envía Dios.

Y él seguía con lo mismo. Desvié la mirada. En ese momento, vi a Tobías sacando la basura. Quise saludarle, pero antes de que pudiese reaccionar, el señor con el que estaba dijo:

-Llora mucho.

-¿Quién?

-Él.-respondió, señalando a Tobías.- Sale a fuera y llora. Se pasa mucho tiempo llorando, y parece que no respira.

Lo miré. Vestido de luto perpetuo, con aquella piel blanca, aquellos ojos verdes, aquel aspecto enfermizo y débil, pero a la vez tremendamente bello. Un destello de la luna hizo que brillase la marca que había dejado en su rostro una lágrima. Ajeno a todo, volvió a meterse en el bar.

-Un día-dijo- se ahogará con las lágrimas.

-Se morirá de tristeza.-dije, imitando las palabras de Angus.

Giré entonces la cara para poder mirar a mi interlocutor. En cuanto lo hice, sonrió, como si mi mirada le produjese una gran calma.

-Ni siquiera sé cómo te llamas.-dije.

-Klaus. Me llaman Klaus.

-Yo me llamo…

-¡No me lo digas!-exclamó Klaus.- No soy digno de saber el nombre de un ángel.

Me quedé sorprendida, pero no quise contradecirle.

-¿Por qué estás aquí?-preguntó.- No es un sitio bonito para ti.

-Estoy esperando a una amiga.-sonreí.- Es aquella.-señalé a Sharon con la cabeza, mientras ella descansaba en una esquina. Giró la cabeza y, al verme, me guiñó un ojo.

-Ah, eres amiga de Bloody.

-¿Bloody?

-Sí, ella se llama Bloody.

La sangrante… Supuse que sería un apodo. Quizás por eso Tobías la llamaba Blood. Me pareció extraño el nombre, le di vueltas.

-Creo-prosiguió Klaus.- que se llama así porque sangra.

Lo miré sorprendida. Tuve un mal presentimiento.

-¿Sangra?-le pregunté, ansiosa.

-Sí. A veces llega aquí un chico con ojos de mar-seguramente se refería a ojos azules o grisáceos.- Y se la lleva. Se la lleva a un coche y se van. Cuando vuelven, ella vuelve sangrando. Sangra mucho y tiembla. Y las piernas… las piernas parece que no le responden…

Entonces lo comprendí. Comprendí por qué ella siempre colgaba el teléfono de golpe, el moratón que tenía en el hombro, que dependiese de David para ir a cualquier sitio… Se veía a la legua, pero nunca me lo había confirmado, y me aferré en creer que yo estaba equivocada. Miré a Klaus. No hablé nada más con él. Me despedí y me fui al bar.

-Adiós, ángel.-me dijo.

-Adiós.-respondí, sonriendo.

Llegué al bar y me senté en una banqueta, enfrente de la barra. ¿Tenía que salvarlos? ¿De qué? ¿Cómo? Y pensar que ahora me tomaban por un ángel. Todo se volvió muy confuso para mí en aquel momento. Tobías estaba apoyado en la pared, al otro lado de la barra, fumando. No llevaba mitones. Me extrañó.

-Hola, Emily.-me dijo, al verme.- ¿Qué te pongo?

Entonces fue cuando lo vi. Un escalofrío recorrió mi columna, haciendo que me latiese con más fuerza el corazón. En la muñeca de Tobías, la derecha, la cuál dejó entrever cuando se apartó un mechón de pelo de la cara. Tenía unas cicatrices, rectas, que se la atravesaban una y otra vez, se entrecruzaban; eran rosadas, rojizas, profundas. Reconocí esas heridas. Terry tenía una también en la muñeca. Pero Tobías tenía más, muchas, tantas… Por eso llevaba mitones. Lo miré horrorizada. No me podía creer que él quisiese hacerse algo así. Comprendí entonces por qué lloraba.

-Una birra.-dije, intentando aparentar normalidad.

Sonrió. Aguantando el pitillo con los labios, como solía hacer, sacó una botella de la nevera y la colocó en la barra. En ese momento, sin que pudiese impedirlo, mis dedos se acercaron a la botella y rozaron la muñeca de Tobías muy suavemente. Estaban calientes aquellas cicatrices; nunca olvidaré la manera en la que aquel calor se quedó impregnado en la yema de mis dedos, estimulando todos y cada uno de los poros de mi piel. De repente, y sin más previo aviso, retiró bruscamente la mano y la arrimó hacia su pecho.

-¡No me toques la muñeca!-gritó.- ¡No me la toques!-temblaba.

-No te he tocado nada, Tobías, solo iba a coger mi cerveza.-le dije, sorprendida, intentando que no se diese cuenta de mi curiosidad.

Noté que jadeaba muy fuerte, como si tuviese ansiedad. Se tapó las heridas con la manga de la camiseta, nervioso.

-No tenías que haberlo visto.-dijo, con voz temblorosa.

No supe qué contestar, su reacción me había dejado sin habla. Entonces, entró Sharon en el bar. Se acercó a nosotros, sonriendo. En cuanto vio a Tobías, su rostro mudó en preocupación.

-¿Te encuentras bien, mi niño?-preguntó.- ¿Te pasa algo en la mano?

Él se tapó las heridas con más insistencia. Noté que se había tornado pálido. No contestó, se dio media vuelta y se fue, con la cabeza baja, mordiéndose los labios. Sharon se había quedado impresionada, prácticamente horrorizada, añadiría. Le comprendí. Él nunca habría querido que su secreto fuese conocido, y menos por Sharon. Nunca lo permitiría. Seguramente pensaría que ese conocimiento cambiaría su manera de verle. Supe lo que sentía. Estaba avergonzado, avergonzado por haber nacido en un mundo que no le corresponde, que le es completamente ajeno. Sí, él también necesitaba que le dijeran lo bonito que es aquel pulso lacerado, rajado, resquebrajado. Me recordó a lo que Terry había hecho con mi cicatriz, y tuve ganas de acercarme a él y decírselo, reproducir aquellas palabras: “qué bellas son”; ver cómo sus ojos translucen felicidad, por una vez en su amarga existencia, y sus labios, sus carnosos y perfectos labios, esbozaban una sonrisa. De repente, y después de hablar con el otro empleado del bar, salió apresurado hacia la puerta, con las manos en los bolsillos de la sudadera. Sharon lo agarró por un brazo en cuanto pasó por nuestro lado.

-Tobías, ¿qué te pasa?-hablaba suplicante.

Él lo sacudió con insistencia, haciendo que ella se echase para atrás, como si le hubiese arreado. Clavó la vista en el suelo, no quería que viese en cada uno de sus rasgos la más pura expresión del dolor, ni quería sentirse juzgado por su mirada. Salió del bar y la puerta se golpeó provocando un sonido fuerte, pero a la vez sordo y frágil. Lo observamos. Posteriormente desvié con suavidad la vista hacia Sharon. Tenía los ojos húmedos. Seguro que aquellas lágrimas rogaban por salir y acudir a su encuentro a través del aire.

-Déjale solo, Sharon.-le dije, seriamente.- Lo necesita.

Giró la cabeza, extrañada.

-¿Sabes lo que tiene?-me preguntó, con ansias de recibir una respuesta.

-Lo intuyo, eso es todo.

Sonreí levemente. No quería que se preocupase, Tobías no lo habría permitido. Ahora compartía un secreto con él. Ella comprendió que quería cambiar de tema. Cogió un pitillo del bolso y lo encendió.

-Oíste, Emily, te he visto hablar con aquel viejo…

-¡Ah, con Klaus! ¿Qué pasa con eso?

-Verás… Ese tío está loco; es esquizofrénico o algo así. Yo que tú no me acercaría demasiado.-echó el humo del cigarro a lo largo de toda su estructura.- No quiero que vengas a verme y acabes muerta… o algo menos fuerte, no quiero asustarte, que acabes asustada o eso, ¿comprendes?

Me reí, tapándome la boca con una mano. Pensé en que si lo contaba, me tomaría por loca a mí también. Ella levantó una ceja.

-¿Qué te hace tanta gracia?-gruñó.

-No me hará daño, Sharon, tranquila.-le respondí, entre carcajadas.

-¿Y tú qué coño sabes?-frunció el ceño.

La miré con una sonrisa en los labios. Me resultaba extraño decírselo:

-Piensa que soy un ángel.

Se echó ligeramente hacia atrás.

-¿Hablas en serio?

-¡Y tan en serio! Ni siquiera quiere saber mi nombre. Dice que no es digno conocer cómo se llama un ángel enviado por Dios.

-¿Un ángel?-todavía no se lo acababa de creer.

-Sí.

-¿Tú?-me señaló.

Asentí.

-¿A santo de qué?

-Un día, hace poco, le di de comer. Hoy me vio y me lo soltó sin más.

-No, si tienes una suerte… El único loco con el que te topas, y te toma por un ángel. Hay que joderse.-se echó a reír.

-Me dio pena, Sharon, voy a seguirle el juego.

-¿Por qué?

-Necesita algo en lo que aferrarse, algo en lo que creer… un milagro, eso es todo.

-No pensarás convertirle el cartón de vino en dinero, o algo así.

-Esto es serio.-la miré.- Sólo quiere tener esperanza.

-Como veas.-sonrió.

Recordé entonces lo que me había contado sobre ella. Pensé en comentárselo.

-Además, me contó tu alias.-dije.

-¿Qué alias?

-Bloody.

Su rostro mudó por completo.

-Ah, ese.-desvió la mirada hacia el suelo.- No solo es mi “alias”, Emily.-hablaba con seriedad.- Es mi sombra. Me persigue a dondequiera que voy, limitando mis actos, haciendo que no sea yo la que obra, acaparando toda la atención. La odio. Pero es una parte insoluble dentro de mí. No hay modo de arrancarla fuera.

Se le notaba esa rabia en la voz, ese desprecio, por el alter ego que le perseguiría durante el resto de su vida.

-¿Por qué Bloody? ¿Por qué no… no sé… Springtime, por ejemplo?

-Me lo escogió David. Le gustaba ese apodo. Suena como a vampiresa, y como tengo manía de morder cuando follo, me venía de perlas. Además, Springtime es muy, muy poco sexy, perdona que te diga.-sonrió.- Aunque… si quieres la verdad… preferiría haberme llamado Butterfly…-bajó la cabeza y se rió.- Chō no chi, o algo así.

Sonreí. Quise sacar entonces el otro tema a relucir, el más doloroso. Tenía que hacerlo. Ahora era su ángel.

-También-dije con seriedad.- he oído que David…-la miré. Nos miramos. Sabía qué iba a preguntarle.- te pega. ¿Es cierto?

Sharon giró la cabeza. Se mordió los labios. Me moví para poder mirarla a los ojos.

-¿Es cierto o no?-grité.

Me miró. No quería decírmelo. No tenía otra opción.

-¡Sharon, joder, contesta!

Entonces cerró los ojos y asintió con mucho dolor. Recuerdo perfectamente cómo aquellas lágrimas resbalaban por sus mejillas, y cómo temblaba. La miré indignada. No quería haber oído aquello.

-Lo sabía.-bajé la mirada.- ¡Joder! ¡Y no quise verlo!

Ella seguía llorando. Lloraba en silencio. Recordaba. Sufría.

-¡Eres una mujer fuerte, Sharon! ¡Tienes que salir de eso!

Entonces fue cuando explotó. Sí, toda aquella rabia, toda aquella impotencia, colisionaron en su interior, hicieron que estallase en miles de lágrimas, provocaron aquella intensa congoja cuando me reprochó:

-¡No soy una mujer fuerte, a ver si te enteras! ¡Siempre dices lo mismo, que tengo que luchar, pero estoy harta! ¡Tú puedes luchar porque tú eres fuerte! ¡Yo soy una puta débil de mierda que te la chupa por cuatro duros y punto!

Entonces, cayó en el asiento, suspirando y gimiendo. La abracé. Apoyé mi mejilla en su cabeza. Le besé en el pelo. Sentía como si entre mis propios brazos estuviese yo, cuando Robert me maltrataba.

-No llores. Encontraremos una solución, te lo prometo.

Sharon lo negaba con la cabeza. Y lloraba. Todavía recuerdo aquel llanto, cómo entraba por mis oídos y hacía que me estremeciese. La acerqué hacia mí.

-Te lo prometo.-repetí.

La mantuve en mis brazos mucho tiempo. No sé cuánto, pero mucho. Lo suficiente como para recordar con exactitud todo aquel dolor. Le dije tantas cosas para intentar tranquilizarla… Ella necesitaba hechos. Indudablemente. Ella, Tobías, Klaus. Necesitaban hechos.

Me fui del bar en cuanto Sharon se hubo tranquilizado. Volvió entonces Tobías, me crucé con él en la puerta. Tenía los ojos rojos; sus preciosos ojos verdes. Me miró. ¡Cuánta tristeza había en aquella mirada! Se tapaba las cicatrices aún con insistencia, como si fuese lo más oculto de sus ser, que estaba destinado a ser visto por gente extraña. Sus adentros, sus entrañas, sus miedos, sus inquietudes, todo. A merced del otro, a merced del mundo, a merced de él mismo. Era un castigo con el que tendría que vivir el resto de su vida.

Me dirigí al hospital, como siempre, siguiendo el mismo camino, sin cambiar ni siquiera de acera. Aquello se volvió una costumbre. Entré en la habitación. Sí, todo seguía igual. ¿Todo? Dentro de mí millones de cosas habían cambiado. Ahora era un ángel.

“Un ángel. Salvador. Redentor. Sin alas, sin halo, pero un ángel. Ahora tengo un cometido. Tengo que liberar a almas atormentadas y solas de su pesada carga. Suena épico, lo sé. ¿Imposible? No lo creo. Mi propia liberación depende de ellos. Necesito ver que aquel cuerpo blanco y dotado de perfección no vuelve nunca más a ser azotado, ni maltratado, ni humillado; que aquellos ojos verdes, brillantes, como esmeraldas, no vuelven a derramar ni una sola lágrima; que aquella nariz arrugada y roja del frío no vuela a sangrar nunca más por el miedo. Y estoy segura de que voy a conseguirlo. No tengo ninguna duda. Soy un ángel.”


[1] Pero no temas, que entre mil/ No hay más que un ángel entre los demonios, / No hay más que un atormentado/ Entre mil que dan tormentos.