domingo, 24 de enero de 2010

El lugar donde no vuelan las palomas, Capítulo XXVI (1ª parte)-Los susurros de la muerte



Can’t tell the reasons[1]
I did it for you.
When lies come intro truth
I sacrifice for you.
(…)
You won’t forgive me
But I know you’ll be allright.

Frozen- Within Temptation


La desconfianza es uno de los peores sentimientos que pueden existir entre dos personas. Por mucho que la quieras, comienzas a no creerle. Sus palabras se tornan ambiguas y flotan vagamente por el aire; las observas, y ni te esmeras ya en saber si son verdad o mentira. Es aún peor que el desamor, peor que el odio, pues estos sentimientos afloran de ella, como si fuesen capullos palpitantes de una planta repleta de espinas afiladas, que se abren, y explotan, y hieren. Los secretos son sus hijos; su existencia crea recelo, tensión. Viven ocultos en los rincones más inhóspitos de la mente y, cuando los obligas a salir, se aferran a todos tus sesos como un niño caprichoso se aferra a un osito de peluche en una juguetería. Todo eso devora las entrañas, crea gruesos muros invisibles entre la gente, desgarra vidas. Y cuando la desconfianza aparece, no hay manera de librarse de ella.

Recuerdo un día en especial. Un jueves por la noche. Aquel jueves por la noche. Mientras hacía las tareas de la casa, miraba el reloj de reojo, en un impulso por saber, no qué hora era, sino cuándo vendría Terry. Desde hacía bastante tiempo, venía más tarde que de costumbre a casa. Sé que trabajaba en un taller de coches de una marca bastante famosa, y eso le robaba mucho tiempo, pero sabía que algo no iba bien. Apenas hablábamos, desconozco por qué. Quizás es porque por la boca muere el pez.

Llegó él a las 10 de la noche, bastante más tarde de lo habitual. En cuanto sentí que se cerraba la puerta de la entrada, un clarísimo sonido perfectamente audible en el silencio de la noche, un escalofrío recorrió mi columna. No quise ir a recibirle, me mantuve impasible ante el fregadero, con un par de cuchillos en la mano. Fue entonces Terry el que entró a la cocina a saludarme.

-Buenas noches, reina.-dijo, abrazándome por detrás.

-No haces más que llegar a la hora que te sale de la polla.-le reprendí, sin ni siquiera mirarle.- Y aún por encima vienes haciéndome mimitos.

-Los siento, Emily. Ya sabes cómo es esto. Entre el arreglo de coches, las llamadas de los jefazos, la contabilidad… No es porque no quiera estar con vosotras, ni mucho menos.

-Podrías esforzarte en venir un poco más pronto algún día. Apenas pasas tiempo con la niña.

Era cierto; Amy iba a dormir a las 9 y media, así que apenas podía ver a su padre. Si él había venido a vivir con nosotras era, justamente, para que pudiésemos educarla los dos, para que pudiese tenernos cerca de ambos.

-Descuida.

Me di la vuelta. Ya no me importaba dejar de mirarle. Sonreí. En el fondo, estaba deseando verle.

-¿Qué tal el trabajo?-me preguntó.

Los días de reclusión en casa se habían acabado; ya me habían dado el alta, aunque seguiría trabajando sólo por las mañanas. Habían pasado únicamente 3 días desde que pude reincorporarme, así que aún me estaba adaptando al nuevo ritmo de vida, después de varias semanas.

-Bien, un poco cansada.

Advertí entonces que tenía la cazadora puesta todavía. Me acerqué a él y comencé a desabrocharle los botones.

-Quítate eso, que te vas a asar.-le ordené.

-No, que tengo frío.-me contradijo, mientras su hombro se libraba de una sacudida, con el fin de apartarme.

-Por favor, Terry, que tengo la calefacción al máximo.

Conseguí desabotonársela. Entonces fue cuando la vi, aquella mancha de sangre en la camisa, cerca de su hombro izquierdo. No era demasiado grande, pero sí lo suficiente como para introducirse en mis ojos como si fuera una aguja y que mi cerebro la tradujese como la visión del mismo horror.

-Sangre… ¿Cómo coño te has hecho esto?-le pregunté.

Intenté palpársela, para cerciorarme de que lo era realmente. Él se apartó bruscamente. Su rostro se tornó serio.

-Tuve un accidente en el taller. No es nada, ya he ido a urgencias.

-¿Y qué te dijeron?

-Nada, me vendaron, me pusieron la vacuna del tétanos por si acaso y santas pascuas.

-¿Por qué no me llamaste? Podría haber ido contigo.

-Estaba sangrando a chorros. En lo primero que pensé fue en ir al hospital, no en andar llamando a la gente.

-No es a la gente, Terry, es a mí.

-Mira, olvídalo. Estoy agotado, me voy a ducharme.

Quiso esquivar el tema, pero mi preocupación no hizo caso a sus palabras tranquilizadoras y quiso saber más.

-Déjame verla.

Él se detuvo en seco y se dio la vuelta para mirarme.

-¿Para qué la quieres ver, Emily? Por favor…-le puse nervioso. Eso indicaba algo.

-Para saber cómo la tienes. Déjame verla.-repetí.

-No, ya me han puesto la cura.

-Te pongo otra. Esa la debes tener sucia ya; te ha traspasado la sangre a la camisa.

-La sangre la tenía de antes. Estoy bien, en serio.

-Mejor, pero déjamela ver.-insistí.

-Que no, coño.

-¿De qué tienes miedo? ¿De que te retuerza un dedo dentro? Hombre, por favor.

-¡Que te estoy diciendo que no!

En ese momento, me apartó con un brazo, haciendo que casi perdiese el poco equilibrio que tengo. Luchando por mantenerme de pie, me sentí realmente desvalorizada, como si volviese atrás, intentando aferrarme al presente. Hasta Terry se quedó inmóvil; él tampoco se veía capaz de haberme hecho algo así. Se dio la vuelta bruscamente y se dirigió a la sala de estar. Necesitaba un lugar donde poder esconderse de sí mismo, una puerta que golpear y poder liberar toda su rabia reprimida. Aquel sonido estentóreo y fuerte parecía estar indicándome que me fuese. En un impulso, me acerqué a la puerta. Necesitaba escucharle, lo que fuese de él. Ni un solo sonido, ni de arrepentimiento, ni de nada. Silencio. Subí las escaleras y me encerré en la habitación. No quería estar en el mismo piso que él.

Y todo eso por culpa de una herida. Eso era lo que más me chirriaba. La desconfianza tiene extraños compañeros de viaje. Pequeñas minucias, detalles insignificantes, desembocan con su ayuda en discusiones sin sentido. Una, tras otra, tras otra. Entonces es cuando surge el odio. Aunque, por mucho que me engañase, nunca sería capaz de odiar a Terry.

Lo que más me impresionó, sin embargo, era que pudiese agredirme físicamente, a pesar de no haberme hecho daño. Dicen que los hijos de personas maltratadoras somos mucho más propensos a imitar el modelo de nuestros padres, pues son la referencia más directa de la realidad que tenemos. Ambos encajábamos con el perfil de personas maltratadas, pero no por eso le hemos arreado una paliza a nuestra hija, ninguno de los dos. Supongo que en un momento de ira ciega, no sabes muy bien lo que haces.

De repente, al cabo de un rato, sentí que se abría la puerta muy despacio. No quise mirar hacia atrás, sabía de sobra quién era.

-Emily…

No obtuvo respuesta. Permanecí sentada en la cama, dándole la espalda.

-Lo siento, yo… Llevo unos días un poco estresado, y me enciendo por nada.

-Que estés estresado no te da derecho a arrearme.-dije, fríamente.

-Perdón…

-Tuve que aguantarle muchas cosas a Robert, y a mi padre.-proseguí, como si no le hubiese escuchado.- Siempre he pensado que tú eras distinto a ellos, y quiero seguir pensándolo, así que no te quiero pasar ni una, aunque solamente sea un empujón.

-¿Qué coño quieres que haga, Emily?

En su voz se notaba que no sabía qué hacer. No había manera de volver atrás. Necesitaba mi perdón. Respiró hondo. Lo miré de reojo.

-Mira, sé que esto puede sonar cursi y todo lo que quieras. Es más, te doy permiso de que me cruces la cara en cuanto acabe de hablar. Pero… Eres todo lo que tengo. Desde que éramos críos intentaste apartarme de mi camino, que me llevaba a la autodestrucción, e intentaste que fuese un niño bueno como tú. Me ayudaste… hasta a perpetuar mis propios genes, aunque sean una mierda y quizás sería mejor que acabase en mi la estirpe, pero lo hiciste. Y me beneficiaste con ello. Bueno, nos beneficiaste. Aunque esto pueda sonar… no sé… de libro de amor barato, lo pienso todas las noches, y todos los días, y me doy cuenta de que no voy a permitirme el lujo de perderte, no sin antes luchar. Y menos por una discusión así, por supuesto. Ni yo soy quién, ni tú lo mereces.

Me di la vuelta. Una enorme sinceridad era irradiada en cada una de sus palabras. Un grandísimo estremecimiento atravesó mi columna.

-Puedes arrearme si quieres.-dijo.- Ojo por ojo, ¿no? Venga, sin miedo.

-¿Cómo voy a arrearte, tonto?-le respondí, dulcemente.

-Así te quedarás más tranquila y quedará la deuda saldada.

Me animé entonces. Me di cuenta de que alguien como Robert o mi padre no me pediría algo así ni en sueños. Con la mano en tensión, le arreé en la mejilla. Descargué todos mis nervios en aquella bofetada. Intenté no pensar que era él a quién se la daba, pues si no me habría detenido en seco.

-En comparación-dijo Terry, frotándose la mejilla.- yo te he dado una caricia.

Solté un par de carcajadas.

-Dijiste que sin miedo, ¿no?

-Aunque fuese un poco más suave, no pasaba nada.

Ambos nos reímos. La verdad es que parecía que todo volvía a ser como antes. Me acerqué un poco más a él, y le pregunté, evitando mirarle a los ojos:

-¿Es verdad todo lo que me dijiste antes?

-Claro, ¿por?

-Me parece increíble que pienses eso de mí. Fue muy tierno.

Él no quiso decir nada, ni yo añadí nada más. Él ya sabía lo que me había parecido su discurso. La verdad es que yo pensaba lo mismo de él. Era una persona sin la que no podría vivir.

Varios días después, fue cuando el destino me empujó hacia las cuerdas. Había perdido muchas cosas a lo largo de mi vida, y lo había llevado con valor y entereza. Pero es desesperante que te arrebaten algo tan importante. Llegas a desear que te lleven a ti también. Por la tarde, Terry y yo habíamos hablado antes de que se fuese a trabajar después de comer.

-Recuerda-dije.- que por la noche vienen mis hermanos y la tita a cenar.

Era viernes. Los había invitado. Tenía ganas de que viniesen a comer a mi casa, pues me encantaba ser una anfitriona.

-Ya me lo has repetido 20 veces, Emily. Soy cortito, pero tanto, tanto…

-Es para que te acuerdes de que hoy tienes que venir pronto. Prométemelo.

-Te lo prometo. A las 9 estoy aquí como un clavo.

-Eso espero.

Le besé en la mejilla, él hizo lo mismo conmigo. Quise que ese beso permaneciese gravado en mi subconsciente, y aún parece que siento su tacto en mi piel. Simplemente un beso. Lo traje tantas veces a la memoria, que lo recuerdo con total exactitud. Desprendían sus labios una cálida y dulce influencia, que logró que algo de calor se introdujese en mi rostro eternamente frío. Un beso… su beso… nuestro beso…

Pronto llegaron la tita y mis hermanos, justo mientras preparaba el pavo que tenía en el horno.

-Parece que estamos en acción de gracias.-decía la tita Margarite.

Me mantuve bastante tiempo en la cocina, acompañada de Liza, mientras se hacía la comida y el resto de los comensales se entretenían haciéndole mimos a Amy. A cada rato miraba el reloj. Las 9 menos cuarto, menos diez, menos cinco, en punto, y cinco, y diez, y cuarto… Comenzaba a desesperarme.

-¿Qué te pasa, Em?-preguntó Liza.-Te veo tensa.

-¿Cómo no voy a estarlo? El cabrón de Terry todavía no ha venido, y eso que le dije a las 9, ¡a las 9! Pero nada, como quien habla con las paredes.

Me mordí las uñas, me anduve con el pelo, me temblaban las manos, se me crispaban los nervios, apretaba los dientes. Y media. El pavo ya estaba hecho, pero no había rastro de Terry.

-Pues comemos sin él.-propuso Lorelay, que estaba al tanto de todo, a pesar de encontrarse en otra sala.

-No, no comemos sin él, me niego. Tiene que estar al caer.

Ahora depositaba mi confianza en él. Albergaba la esperanza de que viniera. Quizás porque la ira inicial se había transformado en miedo. De repente, sonó el teléfono que había instalado en la cocina. Lo cogí, nerviosa, pensando que era él. Nada más lejos de la realidad.

-¿Sí?

-Perdone, ¿esta es la casa del señor Terence Grives?-una voz masculina, seria, adusta, me hablaba al otro lado.

-Sí, lo es. ¿Quién llama?


(sigue en la 2ª parte)


[1] No puedo contarte las razones/ Por las que lo hice por ti/ Cuando las mentiras se convierten en verdades/ Me sacrifico por ti (…)/ No me perdonarás/ Pero sé que estarás bien.

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