lunes, 12 de julio de 2010

El lugar donde no vuelan las palomas, Capítulo XXXIV- Hablando en pasado


Casual figures of tired hours[1]
The confused code number, riddle without words
(...)
[We fall, as at cinema
It would not be sad, it would be ridiculous]
And we will be for ever
Together
Shout has gone out, in a house window
The world without "us"
(...)
[Do not surrender, to live is to be in fight]
Day for two, one houses
Fear, wall, saliva, coma
From here all bad is visible in red paints
And you are powerless
Identification of a corpse as in news speak - bodies
You should be courageous
(...)
Ice in my hands
The rain in eyes will rush back
Coma.

Koma-Slot
(La canción original es en ruso, esta es la traducción más o menos fiable al inglés)



Paredes blancas, rugosas, conocidas. Deslizo mis dedos, sintiendo cada uno de los socavones que la forman. El vuelo de un vestido, camisón acaso. El lazo que se anuda bajo mi pecho se mueve de un lado a otro. Al compás de mi andar. Taconeo. Fuerte, sonoro, rítmico. Sale de mis pies, ¡imposible! Una puerta se abre. Luz cegadora, que absorbo con la totalidad de mi retina. Y allí está. Es Terry. Somos él y yo en una misma habitación. Puedo ver sus ojos abiertos. ¿Debería sorprenderme? Solo sonrío.

-Mi reina linda.-susurra.

Me acerco con rapidez. Mi escaso equilibrio se rehabilita. Adopto el pasear de una modelo, de una princesa, de una equilibrista. Un pie delante del otro. Un pie delante del otro. Comienzo a verle con claridad. No hay duda de que está despierto. Abro las piernas y me subo a la cama. Apoyo un puño. Otro puño. Le miro. Le domino. Le consumo. Se acelera mi respiración. Entrecortada. Rápida. Agitada. La suya no la escucho, aunque agudice el oído. Nada.

-¿Qué quieres hacer, Emily?

-¿Que qué quiero? Darte la mejor noche de tu vida.

Me agarra por las caderas. Movimiento seco. Caigo sobre la cama. Ahora es él el que me mira. La Dominatriz se deja dominar como un corderito. Dejo yacer las manos sobre la almohada. Mi ropa desaparece. El viento se la lleva. El aire me trae una ráfaga de voluptuosidad. Le beso en los labios. Tras tanto tiempo. No existe sabor más dulce que el de los besos olvidados. Ni dolor más profundo que el de las caricias ausentes. Desliza sus manos. Destino, mi cicatriz. Mi corazón comienza a golpear con fuerza. Mis sienes. Mi pecho. Las yemas de mis dedos. Tiemblan. Él retira los hilos suavemente. Como si fuesen cordones de un corsé. Me abrazo a su cuello. Ahora el corazón tiene por donde escapar, como si me renegara. Nunca había sentido tanto amor en un solo momento. Late demasiado fuerte. Le beso el cuello. Me caen las lágrimas.

-Terry, tienes que despertar.-agarro su cara. Necesito que me mire.-Tienes que volver a casa. Amy y yo te necesitamos, yo te necesito. No puedo seguir sin ti. No aguanto.

Baja la mirada. Me esquiva. Todo comienza a hacerse borroso, a desvanecerse en la oscuridad.

-¡Terry!-un grito. Silencio. Susurro.-Te perdono.

*Bip Bip Bip*

Abro los ojos, aún envueltos por legañas escarchadas.

-Mierda.-consigo murmurar, mientras alzo el brazo débilmente para apagarlo. En cuanto lo hago, dejo que caiga fuera de la cama.

Me giro, en un impulso, y miro a mi lado. Sigue sin haber nadie. ¿Tendría que ser de otra manera? Suspiré hondo.

-Adoro estar enferma.-murmuré, gruñendo.

El Síndrome volvía a carcomer mis sueños, y cada vez con más frecuencia y más ferozmente. La ausencia se hacía demasiado larga, y no podía atreverme a caer en la resignación. Sé que volvería; volvería, y yo le diría todo lo que necesitaba decirle. Pero pasaban las horas, los días, los meses, y lo único que paliaba mi dolor era mirar hacia el pasado. Luego, todo lo que en otro tiempo me había hecho feliz, se rompía en mis dedos como si fuese un dulce cristal. Hablar en pasado es algo que te hace ver que lo que tuviste en otro tiempo se ha ido, se desvaneció, y no volverás a recuperarlo jamás; pero yo no podía hacerlo. No hasta que no hubiese esperanza.

Me levanté de la cama con dificultad. Corrí a preparar a Amy para ir a la escuela y luego encaminarme hacía el trabajo. Era la rutina de siempre, que había perdido interés y emoción, si es que alguna vez lo había tenido. Me sentía vacía cada mañana, como si me faltase algo esencial. Hasta que no lo recuperase, todo sería en blanco y negro.

-Mamá.-me dijo Amy cuando estábamos en el coche.- ¿Hablaste con papá?

Era la típica mentira. Iba a mantenerla viva costase lo que costase hasta que todo volviese a su cauce. Sin separar las manos del volante, comencé a hablar serenamente:

-Sí, cielo. Me dijo que está bien, y te manda muchos saludos.

-¿Por qué nunca llama cuando puedo hablar con él?-noté que su tono era triste y lastimoso.

-Porque está muy ocupado. Pero no te preocupes, cuando vuelva, ya lo harás.

Apenas se me ocurrían argumentos para tranquilizarla, aunque tampoco es que aquella mañana estuviese muy lúcida. Lo único que necesitaba era volver a acostarme en la cama y soñar…

En la oficina apenas presté atención a mi trabajo. Miraba para la pantalla del ordenador, pero no veía nada; oía a los clientes, pero no les escuchaba. Apoyaba la cabeza sobre la palma de mi mano y me fijaba cada poco en el reloj. Interminables minutos se paseaban por mi mente, recordándome que estaba un minuto más lejos de él. Quise buscar reposo a mi alma atormentada en los recuerdos. Sí, aquella mañana de junio, en el recreo. Yo siempre estaba sola, o acompañada por unas chavalas que hablaban de temas de los que no entendía, y me tenía que mantener en silencio. En pleno verano, y aún llevaba un abrigo, debido a mi algidez crónica, y me acurrucaba en las escaleras del patio a pensar en mis cosas sin que nadie me molestase. Mi mente era un mundo aparte que nadie podía pisotear, en el que nadie podía entrar, que nadie podría destruir. Estando absorta en mis pensamientos, llegó Terry y se sentó junto a mí. No me había percatado de su presencia, así que golpeó mi hombro. Me asusté.

“-Pensé que eras otra persona.-me excusé.

Nos levantamos, para poder dejar pasar a unos profesores.

-¿Cómo puedes aguantar una chaqueta así en pleno verano?-se rió.

-Ya te dije que siempre tengo frío, no es culpa mía.

Me miró como solía, acariciándome con sus ojos color tequila, siendo la única persona cuya presencia me provocaba sosiego en lugar de terror.

-¿Sabes? Cuando seamos más mayores, tenemos que escaparnos a las Bahamas.

La que me reí a carcajadas entonces fui yo.

-¿A las Bahamas a qué, si puede saberse?

-Es un sitio cálido, alejado de la mano de Dios, paradisíaco, con playita, sol... Tú olvidarías para siempre lo que se siente al tener frío y yo…-se lo pensó durante un instante.-Yo renegaría de mi identidad para siempre y comenzaría desde cero.

-¿Por qué?-me eché un mechón de pelo para detrás de la oreja.-Me gusta tu identidad.

-Hay demasiadas cosas que no sabes.

Bajé la mirada. Sabía que no iba a contarme nada.

-Aunque-prosiguió.-piénsatelo. Viviríamos en cabañas de madera, ¡podríamos ser vecinos! Nos pasaríamos el día en la playa, sin preocupaciones. Y… tú llevarías florecitas hawaianas en el pelo.-agarró las puntas y las palpó, moviéndose emocionado de un lado a otro.

-¿Hibiscos?

-Hibiscos, eso.

Sonreí dulcemente.

-No es mala idea, me encantaría fugarme contigo…”

-Vuelve a la realidad, Emily.-me murmuré a mí misma.

Miré a mi alrededor. Habían pasado demasiadas cosas desde aquel día. No, Terry no había renegado de su dolorosa identidad, ni yo me había librado del intenso frío que regía mi cuerpo. No había islas paradisíacas ni cabañas de madera; tendríamos que permanecer eternamente atrapados en este lugar donde no vuelan las palomas, al igual que el melancólico Tobías, la dolida Sharon, el inocente Klaus… Ninguno de nosotros conseguía escabullirse a su paraíso alejado de la mano de Dios, permanecíamos resignados en aquel Averno que se disfraza de ciudad. Cada uno viviendo su propio Infierno, teniendo que refugiarse en el pasado. ¡Tantas cosas habían pasado desde que nos habíamos prometido fugarnos juntos! Me había quedado viuda, separado, tuve dos hijos y dos hijos me murieron, Terry volvió a plantar semilla en mi vientre y me dio una hermosa niña, mi corazón corroído por la enfermedad quiso detenerse para siempre… Quizás algún día el Síndrome lo consiga.

Dejé a Amy en casa de Lorelay tras salir del trabajo y me encaminé al hospital. No comí, no quería hacerlo. Tan solo quería verle. Poder contemplar su piel blanquecina, sus ojos sin brillo, sus labios pálidos. Me acerqué al sillón que había junto a la cama y me senté en él. Me imaginé que era simplemente un sueño, que simplemente estaba dormido y que en cualquier momento podría despertar, y devolverle a mi vida aquella parte que le faltaba, que estaba en letargo. Me acurruqué en mi asiento, buscando aquellos brazos que no tenía, y le observé detenidamente. No tenía nada que decirle, nada que expresarle en palabras; tan solo tenía para él el dolor y la incertidumbre que se entreveían en mis lágrimas. No podía prometerme no llorar cuando estuviese allí, era imposible no hacerlo. En aquella ciudad, solamente podía ver palomas morir, pero no por volar, sino por tener cortadas las alas. Un par de lágrimas se deslizaron por mis mejillas. Llegué a desear que se hubiese muerto a causa de aquel disparo y poder ahorrarse todo ese dolor. Era una lucha cuerpo a cuerpo con la imperturbable y temida Muerte en la que no podía prestar ninguna ayuda; era Terry contra Ella y Ella contra Terry, y era aún imposible saber quién iba a ser el vencedor.

En ese momento, abrieron la puerta. Agarré instintivamente la pistola de mi bolso al no observar al extraño huésped ataviado con una bata blanca.

-Identifíquese.-dije, secamente.

-¿Q…qué me identifique?-tartamudeó.

-Sí, identifíquese inmediatamente.

Dejé entrever la pistola, apartando la mirada de él.

-P…Pues yo conocía a… yo le conocía…eh…

Empuñé con ira el arma y le apunté sin titubear. Observé cómo levantaba las manos asustado.

-¡No me venga con monsergas!

-¡Eh! ¡Eh! ¡B…baje eso! ¡No voy a hacerle nada!

-Le estoy diciendo que quién es.-seguí en mis trece, con frialdad.

-S…soy compañero de trabajo de él… de Terry…Trabajamos juntos en el taller.

Dejé caer mis manos sobre las rodillas.

-¿Charlie?

-Exacto.-asintió.-Ande, guarde la pistola, que m…me pone nervioso.

La guardé de nuevo en el bolso, sin dejar de observarle de arriba abajo con recelo, aunque con algo de admiración. Aquel era el Charlie del que tanto había oído hablar.

-No esperaba que hubiese nadie más aquí.-dijo, más tranquilizado.-Así que ahora le toca identificarse a usted.

-Yo soy Emily.

-¿Emily? ¿La novia de Terry? ¿Esa Emily?

-¿Qué otra Emily quería que fuese?-me encogí de hombros.

-En…Encantado de conocerla. Terry me había hablado muchísimo de usted.-me ofreció la mano.

-Lo mismo digo.-respondí, algo más cordial, estrechando su mano con delicadeza.

Al haber un par de sillones en la habitación, Charlie arrimó uno de ellos, que yacía en una esquina, al mío, que estaba al lado de la cama de Terry, para poder observarle en todo momento. No me inmuté ante los movimientos de su compañero, volví a clavar la vista en la cama, y en el cuerpo álgido que descansaba en ella, como si no hubiese nada ni nadie más en la habitación. Seguramente, al percibir esto, intentó sacar algún tema de conversación:

-Eres tan guapa como Terry decía, veo que no exageraba.-su voz sonreía, pero no encontró respuesta por mi parte.

“Olvidar lo que se siente al tener frío”, cuánto deseé entonces haber escapado con él lejos cuando tuve la ocasión. Lejos, lejos, lejos…

-Era buen chaval, y muy trabajador, por cierto. Es una pena que le haya pasado esto, siempre los mejores…

Siempre los mejores… ¿Se van? ¿Caen, como castillos, como torres de naipes? Ninguna de aquellas dos cosas le había pasado. Fruncí ligeramente el ceño, aunque seguí sin añadir nada.

-El chollo en el taller es mucho si no está él, los otros son mucho más vagos. La verdad es que es una gran pérdida.

Sin dejar de mirar a Terry dormir su interminable sueño, opté por arrancar furiosa aquellas palabras de mi boca:

-Escucha, no es una gran pérdida porque no lo hemos perdido. No hables en pasado sobre él.-giré la cabeza para mirarle, rozando la ira.- ¡No está muerto, no lo está! ¡Aún seguirá hablando contigo y trabajando contigo! ¡Seguirá diciendo…mintiendo, acerca de que soy guapa! ¡Sigue siendo buen chaval! ¿Es que no lo comprendes?

Volvió a ponerse nervioso, su voz le delataba.

-Lo s…lo siento mucho.

Me senté en el sillón de nuevo, pues me había levantado con el enfado. Charlie no tardó mucho en irse, seguramente tachándome de rara. Rara no sé, pero sí paranoica, y sí dolida. Me incliné sobre la cama. Necesitaba sentirle cerca, poder susurrarle.

-¿Por qué se empeñan en darlo todo por perdido? ¿Es que así somos los humanos, seres que nos rendimos, que dejamos de luchar, de creer, de tener ilusión, solamente por ver el objetivo alejado de nosotros? ¿Por qué hablan de ti en pasado, Terry? El navajas, Charlie… Cierran el capítulo de tu vida airosos, trocando el tiempo verbal de sus afirmaciones, echan por tierra todo lo que estás luchando.-bajé la mirada.-No sé si me estás escuchando, pero te aseguro que mientras siga latiendo tu corazón no me voy a dar por vencida.-negué con la cabeza.- ¿Crees que una princesa dejaría morir la esperanza de recuperar a su enano?-me reí levemente.-Nunca lo haría. Si no, ¿quién va a hacerle recuperar la alegría? La vida me enseñó a hablar en futuro y pensar que quizás algún día podamos irnos juntos a las islas paradisíacas de las que me hablabas. ¿Te acuerdas?...-sonreí con tristeza.-Tengo que recuperarte como sea.

De repente, un ruido enervante y molesto envolvió la habitación, haciendo que me despertase de mi ensoñación de repente. Sonaba como un chillido agudo, como el grito de dolor que desgarra una garganta reseca. Miré alarmada al frente, luego a los lados. Era mi teléfono móvil.

-¿Sí?

-Emily.-Supe enseguida de quién se trataba. Aquel pronunciar nervioso no me dejaba la menor duda.

-Tobías, ¿qué pasa?

-Tenemos que hablar.

-¿Ha pasado algo?-mi rostro translució preocupación

-No, no, no. Solo quiero hablar. Teníamos que contarnos algo.

-¡Ah, es cierto!-asentí.- ¿Cuándo te viene bien?

-Por mí, vente ahora. Acabo de levantarme.-parecía cierto, a juzgar por su voz apagada.

Miré mi reloj de muñeca con curiosidad. Eran las 5 de la tarde. El tiempo se pasa volando cuando te encierras entre los recuerdos que residen en tu melancólica mente.

-¿Dónde quieres que hablemos?-le pregunté.

-En mi casa, mismo.

Tras haberlo hablado, colgué. El camino quizás se me haría largo, y volvería a aflorar el dolor, como si fuese pisando las espinas que llevo clavadas en el alma. Miré a Terry. Había perdido tanto, tanto, tanto en aquella cama. ¿Podría perder más? Me levanté silenciosamente y volví a dirigirme, sin miedo a que me pillasen los médicos, a aquella sala pequeñita. Y allí, en aquella cartera, estaba la fotografía. “Do it for her”. Seguramente él hablaba sobre ella en pasado, como si nunca volviese a repetirse aquel momento, con nostalgia. Quizás no podríamos sacar una foto igual, pero él sí podía seguir viviendo. La guardé en el bolsillo y salí de la habitación. Volví a mirarle. Quizás era hora de rendirme yo también.

Incomprensiblemente, mi sentido de la orientación se había despertado completamente y me dirigí certera al piso de Tobías, no sin la imagen mental de la fotografía, de Terry. El recuerdo de sus ojos, de sus palabras. “Renegar de mi identidad”, “olvidar lo que se siente al tener frío”, volar como las palomas, lejos, donde nadie pudiese encontrarnos juntos, simplemente lejos. Cerré los ojos. Una lágrima fue limpiada por el viento cautelosamente, como si fuese un leve pañuelo bordado con gotitas de lluvia. Mi rostro comenzó a mojarse por el llanto del cielo, y por el mío propio. Era la empatía que los ángeles y los astros mostraban hacia mi pena. Cada paso que daba era un segundo más del pasado. Al llegar a la casa de Tobías, escampó como si nada. Aún así, seguía sin calentar el sol.

-Pasa.-me invitó a entrar, ya arriba.

Estaba tal y como la recordaba, quizás más desordenada si cabe. Miré hacia los lados con curiosidad mientras escuchaba los soplidos con los que Tobías se liberaba del humo de su cigarro. Colgué la chaqueta, pues estaba empapada, en una percha en cuanto entré. Posteriormente, nos dirigimos a su habitación, en cuya cama me senté. Me agarré ambos brazos, y comencé a tiritar, acurrucándome en mí misma.

-Eh, ¿te pasa algo?-me preguntó, colocándose enfrente de mí.

-Tengo mucho frío.-murmuré, entrecortada, mirándole desde abajo.-Muchísimo.

-Eso es por la calefacción.-comenzó a pasear por la estancia.-Está jodida desde hace años. En cuanto sopla un poco de viento, es como estar dentro de un mausoleo.

Comenzaron a temblarme los labios. Sentí cómo toda mi piel se erizaba hasta dolerme.

-Estoy congelada.-susurré, todavía en voz más baja, como si se estuviese apagando.

Tobías, que notó al momento mi malestar, se dirigió al armario. Bajé la mirada. Sin previo aviso, sentí una calurosa y suave influencia en los hombros. Me estaba tapando con una sudadera azul de algodón.

-Espero que así entres en calor.-sonrió, recordándome aquella vez en la que él había sufrido tanto frío.

-Gracias, Tobías.

-No se merecen.

Volvió a hacer hincapié en colocarme debidamente la sudadera. Agarré los dos extremos y le sonreí. Entonces, me rozó suavemente una mano con una de las suyas, aquella que estaba completamente resquebrajada.

-Tienes las manos ardiendo.-le dije.

-Pues será ahora, porque no suelo.

-¿También las tienes frías?

-Templadas, supongo. Cuando me rajo se enfrían un poco.-le miré con curiosidad, aclaró.-Será por la pérdida de sangre.

Le miré, algo entristecida. Realmente, aquel no era el día adecuado para hablarme de heridas.

-Ibas a contarme lo de tu hermano.-cambié de tema.

-Cierto.-asintió.-Aunque no sé muy bien por donde…empezar.-se rascó la nuca algo nervioso. Seguramente los gritos de una pandilla de niños que jugaban en la calle lo hacían inquietarse todavía más.-Viví toda mi infancia con mi madre y mi hermano Jesse. No teníamos ni un duro, y menos desde que murió mi padre, cuando yo era muy pequeño. ¿Sabes? Es curioso que no recuerde estar con mi padre, jugar juntos, ni nada de eso. Lo único que recuerdo de él es verlo acostado en el ataúd en el velatorio. Eso ya hace que te preguntes… no sé… ¿por qué papá está ahí? ¿Por qué duerme en un sitio tan estrecho?-se rió leve.-Desde entonces, mi madre se volcó mucho en Jesse. De mí, básicamente pasaba bastante, por lo menos de hacerme mimos y eso. Decía que me parecía demasiado a mi padre.-torció el labio.-Un día, mi hermano y yo estábamos jugando al fútbol y comenzó a toser mucho. Le llevamos al hospital. Tuberculosis, una enfermedad de fácil curación en un país como este. Pero no teníamos pasta, y como ratas hay a montones…-hablaba con ironía y amargura.- ¿Qué más dará una más que una menos? ¡Si se reproducen continuamente!-suspiró angustiado.-No es fácil a los 9 años ver cómo se apaga una vida. Lo único que sabes de la muerte es lo que viste en los comics, ¿y sabes qué? Ahí solo mueren los malos, y mi hermano no era de los malos. Un mocoso de 4 años no puede guardar maldad.-negó con la cabeza, convencido.-Me pasé toda su enfermedad durmiendo a su lado, arrodillado al pie de la cama. Al principio mi madre me echaba la bronca por si me contagiaba, pero llegó un momento en el que comenzó a darle igual, porque veía que se le escapaba todo de las manos. Hasta que una mañana me desperté… y nada. Nada, la noche se lo había llevado. Se lo había llevado y no iba a volver.-se mordió los labios.

-Tobías, tranquilo.-le acaricié la espalda, deslizando mi mano de arriba abajo.

-No…No pasa nada.

-Hoy te noto muy nervioso.-hice que me mirase, apoyando mis dedos en los laterales de su cuello. Sentí, sobre la yugular, lo fuerte y rápido que latía su corazón.-Quizás no deberías habérmelo contado hoy.

-Que va. Este es el día idóneo para sacar mierda, lo necesito.-se le notaba mucho más sereno, pero con algo de congoja en la voz.-Aparte, ahora te toca a ti.

-¿A mí?-confiaba en que no se acordaría.

-Ibas a contarme tu experiencia, lo de tu hermana.

-Ah, ya. No tiene mucho que contar, fue todo muy rápido.-intenté sortear el tema.- Teníamos 5 años ella y 6 años yo. Estábamos jugando con las cometas y una se enganchó en un árbol. Subió a cogerla y…se calló, y se partió la cabeza.

Tobías palpó una de sus sienes, como si él sintiese ese desgarrador y mortal dolor.

-Joder.-murmuró.-Debió ser muy fuerte para ti.

-Lo fue.-le miré a los ojos.- ¿Quieres que te cuente un secreto?

Asintió, con curiosidad.

-Eres a la primera persona a la que se lo cuento.-bajé la cabeza.

-Para todo hay una primera vez.-sonrió. Otra vez aquella sonrisa amiga y dulce.

Mi hondo suspiro se escondió entre las risas de los niños de la calle.

-Verás, tras perder a mi hermana tuvimos que mudarnos a la ciudad. Aquella casa estaba teñida de sangre, y no podíamos permanecer allí, con el recuerdo fresco de su muerte en la memoria. Estaba haciendo la maleta de mis juguetes cuando escuché un ruido procedente del jardín. Me asomé por la ventana y la vi. Era una paloma. Bajé a verla y… Tenía un ala arrancada, perdía mucha sangre. Quizás cuando llegué aún quedaba algo de vida en ella, pero se desvaneció al poco tiempo. Después de haber reprimido tantísimas lágrimas al morir mi hermana, lloré con todas mis fuerzas enfrente de aquella paloma muerta. Quizás fue entonces cuando me percaté de que ninguna de las dos volvería.

Bajé la cabeza apesadumbrada. Desde aquel día a mis tiernos 6 años, las palomas se cruzaron en mi vida continuamente, alentándome, hundiéndome…

-Las palomas te recuerdan a ella, ¿verdad?

Negué con la cabeza.

-Aquella al menos era mi infancia. La infancia que perdí.

Las lágrimas pugnaban por volver a escaparse de mis ojos. No hice nada por frenarlas. No podía retenerlas ni un segundo más, estaban haciéndome demasiado daño. Di descanso a mis párpados al apoyar las pestañas en mis mejillas. Fluían aquellas dóciles gotitas de agua, del agua que emanaba mi más honda melancolía. Fueron las palomas las que me trajeron de vuelta todo aquel sufrimiento. De repente, me vi envuelta en un calor dulce, muy dulce, que intentaba paliar aquella dolorosa algidez. Sentí un tejido suave rozando mi mejilla, a la par que una estructura frágil que la sostenía. Entreabrí los ojos entre sollozos entrecortados. Me encontraba abrazada intensamente a Tobías. Introduje las manos en sus costados y me aferré a su espalda, agarrando con fuerza la camiseta negra. En cada una de aquellas lágrimas iba una pequeña declaración de mi agradecimiento. Comencé a gemir de una manera tan fuerte que era como si me estuviesen arrancando la piel del alma. Tobías me acarició el pelo susurrando frases tranquilizadoras. No recuerdo lo que me decía, pero sí cómo me calmó aquella voz grave y profunda.

Sin previo aviso, llegó un momento en el que él me apartó violentamente y se levantó de la cama. Le miré entre lágrimas, asustada por su reacción. Abrió la ventana, pudiendo mirar a la cara a aquellos escandalosos chiquillos. Me acerqué a él con rapidez, mientras cogía aire, se apoyaba en el alféizar y, posteriormente, gritaba con todas sus fuerzas:

-¡Putos mocosos de mierda callaos de una Santísima vez si no queréis que os meta un palo por el puto culo! ¿¡Queda clarito!?

Los niños se quedaron callados, conmocionados. Uno de ellos rompió a llorar. Tobías, aún cabreado, cerró de golpe la ventana.

-¿Estás loco?-le reprendí.- ¿Cómo se te ocurre decirles eso?

-¡M…Me estaban poniendo del hígado, joder! ¡No los aguantaba ni un…ni un solo segundo más!

Le miré a los ojos, tras haberme liberado de las lágrimas. Estaba pálido. El labio inferior le temblaba suavemente. Me fijé en su nariz posteriormente.

-Tobías-me acerqué a él, hablándole con voz serena.-volviste a recaer, ¿no es cierto?

-No.-le seguía temblando el labio.

-No me mientas.-volví a centrarme en la nariz. Pequeñas estelas titilantes confirmaban mi afirmación.

Bajó la cabeza. No quería que le viese morderse los labios. Encogió los puños y los apretó con fuerza.

-Contéstame, Tobías.

-Sí, ¿vale?-levantó la cabeza bruscamente-¡Sí, me volví a meter! ¡Pero es que no podía…no podía! ¿Tú sabes cuántas noches llevo sin dormir? ¿Quieres que te las enumere? Para que te hagas una idea, ¡llevo desde que me quité! ¿Tú sabes cuánto tiempo es eso? ¿Crees que puedo estar sin dormir toda la puta vida?-esta vez eran las manos las que le temblaban. Rompió a llorar.-Sé que os he defraudado, a ti y a Bloody… Vosotras confiabais en mí y yo lo eché todo a perder. Pero no pude, no pude, no… Tenía que hacerlo si quería ponerme bien.

-Tobías, tranquilo. Hiciste lo que pudiste.-apoyé la mano en su hombro. Le miré a los ojos inclinando ligeramente la cabeza.- ¿Vas a contárselo?

Negó con la cabeza.

-No puede saberlo. No quiero que se desilusione. Ella no tiene la culpa de que yo sea un perdedor.-se dejó caer sobre la cama, como si se le hubiese agotado la vida. Acostado, se tapó la cara con ambas manos, sollozando intensamente.-Blood, perdóname.-murmuraba.

-¿Cuántas te tomaste?-me senté a su lado y le acaricié la rodilla.

-Me pegué un tiro…-se corrigió al ver que no entendía.-Me metí una raya de coca ayer por la noche, a las 4 de la madrugada y… y dos de cristal hoy por la mañana. Pude dormir hasta las 8 y media. Eso es mucho para mí, ¿sabes?

Le miré con tristeza. “Perdóname” me susurró a mí esta vez mientras se retorcía de dolor encima de la cama. Me recosté a su lado, apoyando la cabeza encima de su pecho. Suspiré. No podía regañarle. Aquel día me estaba matando.

-Quizás fue demasiado brusco dejarlo de repente. Mejor que vayas disminuyendo poquito a poco.

Se incorporó de repente.

-No, no, no, no, ni de coña. No pude hacerlo y no voy a volver a probar. No, no quiero volver a pasar todas aquellas noches en vela no, no, no, no.

Nos miramos mutuamente. Seguramente él esperaba algún reproche por mi parte. Lo que hice fue permanecer sentada a su lado, repitiéndome aquellas palabras dolida:

-La solución es hablar en pasado, ¿no? No os veis capaces de hacer algo y habláis en pasado. No veis ninguna salida y habláis en pasado. Creéis que así está todo perdido, que no hay remedio de cambiarlo, ni de que vuelva a nosotros. El pasado, pasado está, ¿no es cierto? ¿No decís así siempre? Es fácil tirar todo por la borda y decir que no se puede cambiar, que no se puede hacer nada. Pensáis que todo se arregla hablando en pasado.

-Emily…-se le notaba apesadumbrado.

Me levanté de la cama.

-Tengo que irme.

-No, Emily.-me agarró por un brazo.-No te vayas. Perdóname, por favor. Te he dicho que lo necesitaba.

Solté su mano, no sin esfuerzo. En circunstancias normales habría permanecido a su lado, pero necesitaba escabullirme de todo y de todos. Estaba harta de escuchar hablar en pasado. El portazo débil que provocó la puerta le hizo entrever toda mi tristeza. Sin ni siquiera haberme librado de la sudadera, me encaminé hacia ningún lado, amparada por la niebla. Volví a estallar en llanto, pero aquel era mucho más calmado, aunque más melancólico. Saqué del bolso aquella fotografía. Que lo hiciera por mí. Quizás yo tenía que hacer algo por él a cambio. ¿Pero el qué? Resistir a la tentación de hablar en pasado me parecía una buena meta. No quería decir que Terry “había sido” un buen padre, que me “había ayudado” durante toda mi vida. ¿Por qué? Porque seguiría siendo un buen padre, porque me seguiría ayudando. Porque Terry no estaba muerto, aunque sí lo estuviese la esperanza. Tampoco lo estaba Tobías, y podía volver a intentar dejarlo. Él era una persona fuerte y sabía que podía hacerlo. Si no era por él, ni por mí, ni por Bloody siquiera, que lo hiciese por su hermano. Que no volviese a meterse lo que nunca le permitiría al pequeño. Pero él era otro que se rendía, agotado por la dura batalla que se había librado entre él y sus pensamientos, y que hablaba de su lucha en pasado. Podría volver a llevarla a cabo, todavía con más fortaleza, y sin duda sería capaz de vencerla. Pero, ¿cómo devolver al presente a la gente que deja sus miedos en el pasado? Seguí caminando, escuchando de música de fondo el ruido seco de mis taconcitos. Agarré con ahínco la sudadera mientras la otra mano acercaba a mi pecho la fotografía. Cerca de mi cicatriz latía el pulso de la más absoluta angustia. Como si de un imán se tratase, la calle donde trabajaba Sharon, a la que acudía noche tras noche, me atrajo de nuevo. Las dos veces que más había sufrido mi sentido de la orientación me había guiado hacia allí. Intenté salir apresuradamente, pero me encontré entre la basura con mi amigo Klaus.

-¡Ángel! Hacía tiempo que no te veía.-se acercó a mí pletórico.

-Ahora no puedo hablar, Klaus.-le respondí con voz frágil y quebrada.

Me miró de arriba abajo antes de dar media vuelta e irme. Aunque no me dejó, pues me llamó a gritos de nuevo.

-¿Qué quieres?

-Ángel, ángel, ¿qué es eso?-señaló mi mano, aquella que sostenía la fotografía.

La miré por última vez. El brillo, la luz que se reflejaba en mi pelo, en mi rostro, en mi sonrisa. Mi camisón etéreo y volátil. Su cámara, su flash, su cariño. Su deseo. Su motivación. Hazlo por ella.

-Esto, Klaus, son sueños rotos.



[1] Figuras casuales de horas cansadas/ El confuso código punza sin palabras/[Caemos, como en el cine/No debería ser triste, sino ridículo]/Y estaremos juntos/Siempre/El chillido se escapó, en la ventana de una casa/El mundo sin “nosotros”/ [No te rindas, vivir es luchar]/Un día para dos, un hogar/Miedo, paredes, saliva, coma/Desde aquí todo lo malo es visible en pinturas rojas/Y tú estás sin fuerzas/La identificación de un cadáver como en las noticias-cuerpos/Tienes que ser fuerte/Hielo en mis manos/La lluvia de mis ojos caerá/Coma.