sábado, 8 de agosto de 2009

El lugar donde no vuelan las palomas, Capítulo XII- Él no es mi padre



Would you die tonight for love?[1]

Join Me- HIM


Silencio. Quietud. Tranquilidad. Oscuridad. No sé cómo he llegado a esta situación, ni tengo interés en saberlo, pero me gusta estar así, aunque es inquietante. De repente, flashes. Imágenes intermitentes delante de mis ojos. ¿Qué está pasando? Una voz autoritaria grita, otra más débil chilla. Comienzo a distinguir algo: “¡Puta! ¡Puta!” ¿Quién es una puta? Observo que llevo mi vestido favorito, el que mamá me dejaba llevar muy pocas veces porque decía que era muy escotado. Ji, ji. Siempre logro ponerlo cuando no me ve para salir por ahí. ¿He vuelto a cuando tenía… 16 años? ¡No! Entonces… aquellas voces… Me asomo a la cocina, a ver qué pasa. Me lo imaginaba, papá está pegándole a mamá. No me gusta que haga eso. ¿Por qué siempre le pega? Debería ir a cuidar de mis hermanos, pero prefiero quedarme a ver. Tengo ganas de decirle, o mejor, que gritarle que la deje, pero tengo miedo. Odio tener miedo. “Puc” ¿Qué ha sido eso? ¡Estoy sangrando otra vez! ¡Mierda! Como sepa papá que estoy aquí, me va a matar. ¡Está mirando para aquí! Me escondo detrás de la puerta, a ver si con suerte no me ve. Tapo la nariz con las manos para que no vuelva a gotear. “¿Emily?” ¡Dios, sabe que soy yo! Quiero escapar, pero tengo mucho miedo. Permanezco muy quieta, de cuclillas. ¡Joder, que no me vea! Dios te salve, María. Llena eres de gracia… ¡No llores, Emily, sé fuerte! El Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres. Una sombra está proyectada en el suelo. Levanto la vista. Es él. Sabía que acabaría pillándome. “¡Te dije mil veces que no vengas a la cocina!” Perdón, papá, yo no… Yo no quería… Me agarra por una muñeca. ¡No por Dios! ¡Te he pedido perdón! ¡No! ¡No! “¿Y crees que con un perdón basta? Maldita cría de los cojones” “¡Paul, déjala en paz! ¡Déjala! ¡No le peques a mi niña!” “¡Tú aparta!” ¡Mamá! Está en el suelo, tumbada, llorando, sangrando. Yo también sangro. Sangro mucho. ¡Para, por amor de Dios! ¡No! ¡NO!

“¿Mh?” Abro los ojos. Gracias a Dios todo había sido un sueño. Apoyé los brazos en la almohada e intenté levantarme. De este modo contemplé que estaba manchada de sangre. Bajé la vista todavía más y vi que mi inmaculado camisón blanco estaba también ensangrentado. Me llevé las manos a la nariz. El horror se apoderó de mí, a pesar de que no era la primera vez que me pasaba, al percatarme de que estaba sangrando por la nariz. Salí de la cama y fui al baño, intentando no tropezarme con Adrien para que no me viese, a pesar de no saber si seguía dormido o no. Cogí una toalla, presa del nerviosismo, y comencé a limpiarme la nariz, las manos, los brazos y el pecho, que estaban salpicados. Me quité el camisón y eché también toda la ropa de la cama a lavar. Semidesnuda, acudí a mi habitación y me puse una bata. Me miré al espejo que había en mi habitación. Me sentía como una puta después de haber follado con Robert en aquel maloliente baño de bar. Sentí que había traicionado a Terry, a Josh, a mi madre, a mis hijos y a todo lo que yo quería. De repente escucho llamar al timbre. ¿Quién podía ser, a las once y media de la mañana?

-¡Yo abro!-gritaron abajo.

Era Adrien. Seguramente se había despertado antes y se había ido a la sala de estar a ver la televisión. Todos los fines de semana lo hacía. Aquel día ninguno de los dos habíamos ido ni al colegio ni al trabajo. Josh acababa de morir hacía nada. Además, mi intento de suicidio, que era archiconocido en la oficina, era algo que todos temían que volviese a suceder. Decir tiene que hasta mis compañeras me rogaron que pidiese unos días de asuntos propios, y claro, cedí. La verdad es que nunca pensé que mi intento de suicidio fuese tan mediático, lo sabía toda la ciudad.

-¡Mamá!-chilló Adrien- ¡Ven! ¡Es para ti!

Presa de la inquietud y la curiosidad, bajé las escaleras a toda velocidad, sin ni siquiera calzarme. La sorpresa fue impresionante, aunque se veía venir. Era Robert. Estaba guapísimo, con sus pantalones vaqueros ajustaditos, una camisa blanca, el pelo engominado. ¿Y yo? Con una batita finísima de color salmón que apenas cubría mi cuerpo semidesnudo, que es como a Robert le gustaba verme. Estaba apoyado en el marco de la puerta, con una mano detrás de la espalda y la otra en el bolsillo, con aquella arrogancia y chulería que lo caracterizaban.

-Hola, palomita.-dijo él, de un modo muy provocador. Apuesto a que tenía pensado repetir lo del día anterior.

-Hola.-respondí, fríamente. Lo último que quería era volver a estar con él.

Había cambiado mi apodo. Seguramente porque había visto mi tatuaje cuando nos enrollamos, como yo había visto los suyos. La serpiente. ¿Por qué una serpiente?

-¿Me has echado de menos?-preguntó.

- ¿De verdad crees que te echaría de menos, Robert? Eres un ingenuo.

Vi que fruncía el ceño. Seguramente esperaría otra respuesta, pero para alguien que me había arrebatado a mis hijos, eso era lo más suave que podría decirle.

-¿A qué has venido?-pregunté, deseando perderlo de vista.

-A verte.

Entonces, mostró que la mano que escondía con tanto empeño portaba una rosa roja, la cual me dio. La cogí, por supuesto. ¿Cómo iba a rechazarla? Me encantan las flores. La olí. Su aroma era tan débil y dulce que parecía entrarme por la nariz hasta el estómago y al corazón, que comenzó a latir más fuerte. Intenté mantener la compostura.

-¿Te gustan?

Volví a clavar mi acusadora mirada en sus ojos. Aquel penetrante azul parecía estar ahogándome.

-¿Crees que me vas a devolver a mis hijos con un manojo de rosas? ¡Anda y que te follen!

-He cambiado, Emily. Me mandaron a un curso de rehabilitación. Soy un hombre nuevo, créeme.

Quise por un lado creerle, pero mi mente me ordenó que hiciese lo que hice. Con toda mi rabia contenida, le cerré la puerta.

Pasé dos o tres semanas siendo acosada por Robert. La verdad es que era raro volver a mi anterior rutina, aunque él no había vuelto a agredirme. ¿Sería cierto que estaba cambiando? Uno de aquellos días, en los que Robert me había dado un poco de tregua, quedé con Terry para tomar una copa en nuestro amado pub: El Templo de La Salsa. Sí, buen café, buen ambiente, pista de baile y cubalibres cargados de ron cuantos puedas desear. Para mí aquel sitio era el paraíso. Me encontré con Terry en la entrada. Me puse un vestido rojo muy provocativo, con mucho escote y abierto por la espalda, de vuelo, con zapatos de tacón negros y un bolso a juego. En cuanto me vio, Terry, con mucha amabilidad, me dijo:

-¡Qué guapa vienes hoy! ¿Eh, reina?

-No es que venga guapa, es que lo soy.-respondí, riéndome a carcajada limpia.-No, en serio, tengo que contarte algo.

Entramos en el pub. Nos sentamos en nuestra mesa habitual, estratégicamente colocada enfrente de la pista de baile, más que nada para intentar sacarlo a bailar, sin resultado. En cuanto nos sentamos vino José, el camarero, a atendernos.

-Ola señorita.-dijo, tan dicharachero como siempre.- ¿Qué van a tomar?

-Un par de cubalibres alegres y burbujeantes, José.-respondí.- Y esta vez invito yo.

-A sus órdenes, señorita.

Dicho eso se marchó. Terry me miró extrañado mientras yo sacaba un pitillo del bolso.

-¡Coño, Emily! ¡Hoy estás que te sales!

-Ji, ji.-me reí nerviosa, no sabía cómo decírselo. Encendí el cigarrillo y aspiré fuerte. Mi semblante se tornó serio- Es que, verás, Robert… Ha salido de la cárcel. El otro día quedamos en vernos, y hablar, y… bueno… nos acostamos.

-¿Os acostasteis?-noté entonces enfado y preocupación en su voz.- ¿Cómo pudiste…? ¡Ese tío te amargó la vida, Emily! ¿No te detuviste a pensar en si volvería a hacerte daño?

-¡Yo no quería, Terry, fue un puto error! ¡Además, él ha cambiado! ¡No volverá a hacerme daño!

Esta vez la que de puso nerviosa fui yo. Me puse a gritar allí, como si me fuese la vida en defender al capullo de Robert. ¡Lo que hace el amor! De repente, apareció José, con una bandeja portando dos cubalibres.

-Aquí tienen. Dos cubalibres alegres y burbujeantes.

Lo miré con cara de mala hostia. El pobre no tenía la culpa de mi mal humor. Ni Terry tampoco, sé que solo quería protegerme, como siempre. Pero desgraciadamente mis sentimientos hacia Robert eran indomables.

-Ah, gracias, José.-le respondí, un poco más tranquila.

¡Bendito alcohol! Tenía muchísimas ganas de olvidarme de todo por un segundo y dejarme llevar por la noche. Zanjamos el tema así y nos pasamos un buen rato bebiendo y riendo. La sonrisa de Terry era sencillamente perfecta. Yo no era capaz de apartar la mirada de ella. Y de sus ojos. Tenía unos ojos preciosos. Al cabo de un rato dejé de fijarme en Terry y mi mirada se posó en un adonis cubano que bailaba en la pista. ¡Había que verlo bailar! Su cuerpo musculoso brillaba como si estuviese recubierto de aceite. ¡Dios, vaya hombre! Entonces, vi como aquel ser perfecto y escultural me miraba. Creo que se había percatado de mi indudable atracción. En cuanto acabó la canción, se acercó a nuestra mesa. En aquel momento me creí morir. Se apoyó en mi silla, me estrechó una mano y me dijo, con un reconocible y sensual acento:

-Hola bella señorita. ¿Le importaría a su novio dejarle que me conceda un bailecito?

-¡Oh! Él… Él no es mi novio. Vamos.

Lo cogí de la mano. Al llegar a la pista me agarró muy dulcemente la cadera con una mano, sin soltar la mano que me tenía cogida. Yo apoyé la otra en su hombro y me dejé llevar. Dejé que hiciese conmigo lo que quisiera. ¡Y vaya baile! Era casi tan excitante como hacer el amor. Al acabar nos dirigimos a la mesa, pero retrasando el momento dejando que él me besase en el cuello y me susurrase cosas bonitas, como que era la mujer más guapa que había visto, y cosas por el estilo. Yo me dejé hacer, por supuesto. Estaba como una cuba.

-Baila usted maravillosamente, señorita.-me dijo.- ¿Podría preguntarle su nombre?

-Me llamo Emily. Emily Gray.

-Yo soy Eduardo Fernández. A su servicio.

Me reí. En aquel momento me reía por cualquier cosa.

-¿Viene mucho por aquí?-preguntó.

-Suelo venir la mayoría de los fines de semana.

-Yo acabo de descubrir este lugar, pero sabiendo que usted y su palomita-lo decía por el tatuaje- vienen tanto por aquí, creo que yo me pasaré a visitarlas.

-Por mí, encantada.

Entonces, y sin quererlo, llegamos a la mesa. Me percaté de que Terry nos había estado observando todo el tiempo, pero no le di importancia.

-Aquí la tiene, señor. Se la dejo tan bella como me la dejó usted a mí. O quizá más. –se volvió hacia mí y me plantó dos besos en la mejilla. No me alteré, me había estado dando besos un buen rato.- Hasta otra, señorita.

-Hasta otra, señor. Ji, ji, ji.

Hecho esto se marchó del bar. Yo embelesada viendo cómo salía por la puerta.

-¡Ay, Terry!-suspiré.- ¡Qué pedazo de macho! ¡Te lo digo ya! Me pone los pelos como escarpias. Aún acaba de irse y ya quiero volverlo a ver.

-No te pases, ¿eh?-dijo él.- Se le veía de lejos que era un donjuán.

-¡Oh, vamos! ¿Es que no sabes divertirte?

Después de eso lo que vinieron fue copa tras copa, tras copa, tras copa. Salimos del bar aproximadamente a las 5 de la madrugada (y eso que al día siguiente Terry tenía que ir a trabajar). Él había bebido bastante menos que yo, así que me sujetó para que no me cayera allí en medio de la calle, pues no podía mantenerme de pie, y llamó a un taxi. Me acompañó hasta mi casa, hasta abrió él la puerta. Menos mal que Adrien estaba con los tíos en casa de la tía Margarite, como siempre que salíamos, que si no… Terry tuvo que subirme en brazos las escaleras para llevarme a la habitación. Yo me agarré a su cuello como una lapa. Me dejó encima de la cama.

-¡Joder, Emily! ¡Cómo estás, hija!

-¿Cómo que cómo estoy? Buena, ¿verdad?

Él me miró extrañado.

-Emily, has bebido demasiado, lo mejor es que…

Antes de que pudiese terminar la frase vio como me había quitado el vestido con rapidez y estaba, lenta y sensualmente, desabrochándome el sujetador. Comencé a reír. Noté que se calentaba. Al poco tiempo, estaba con el sujetador en la mano.

-¿Eso que tienes ahí es un palo o es tu cosita que se alegra de verme?

En cuanto me di cuenta, nos estábamos besando. ¿Besando? ¿Terry? ¿Yo? Parecía impensable, y en aquel momento estaba ocurriendo. Estaba permitiendo que entrasen en contacto nuestras lenguas, nuestros labios, y que se fundiesen en un beso eterno. Me acarició. Lo acaricié. Le morí el labio. Se quitó la camisa. Le bajé el pantalón. Entonces, me acosté en la cama, completamente desnuda, ronroneando como una gata. Se situó encima de mí. El simple roce de su piel contra la mía hacía que se me acelerase el corazón, hacía que mi monte de Venus estallase como un volcán, mostrando toda la voluptuosidad que había permanecido todo este tiempo escondida para él. Escuchaba su voz jadeante, que me susurraba; no recuerdo lo que me decía, pero sí que cada vez que lo hacía notaba unas cosquillitas en el oído. Dulces escalofríos recorrían mi columna como si fuesen olas en un mar de tormenta, en la que los relámpagos eran los destellos de mis ojos. Sólo recuerdo una cosa que me dijo, sólo una:

-Emily…No debemos… Robert…

-Él no es mi padre.

Esa frase se me quedó grabada para siempre. Volví a besarlo, para que no pudiese contradecirme, para que no pudiese decir ni una sola palabra. No necesitaba hacerlo. Simplemente con sentir su respiración en mi oído, se me erizaba la piel. Envolví con mis brazos su cuello, como si fuese lo único seguro a lo que podía aferrarme en medio de aquella tempestad. Perdí la noción del tiempo y de la realidad. De repente, el rayo. El trueno. Un grito. Luego, la calma.

Pasaron horas y horas. Comencé a oír ruidos. El fregadero goteaba “Plic, plic, plic”. Las agujas del reloj se movían “Tic, tac, tic, tac”. Sentí como una punzada en las sienes. Todos aquellos ruidos hacían que mi cabeza quisiese estallar. Hasta es sonido de mi propia respiración era insoportable. Entonces abro los ojos como entre niebla, encharcada en sudor, todavía desnuda, boca abajo y sin desmaquillar. A medida que me iba incorporando iba recordando todo lo que había pasado la noche anterior, aunque estaba un poco borroso: los cubalibres burbujeantes, el donjuán de Eduardo, el polvo con Terry… ¿Un polvo con Terry? Ni siquiera me lo acababa de creer. ¿Y si todo aquello había sido un sueño? Estaba sola en la cama, así que barajé esa posibilidad. Me percaté de que encima de la mesita había una nota. “Emily” ponía. La cabeza me dolía demasiado como para pararme a pensarlo, pero estaba bastante segura de que aquella letra la había visto antes. Desdoblé la nota. Hasta el sonido que producía esta acción me daba escalofríos. Me aprendí la carta de memoria, de las veces que la leí:

“Hola Emily:

Perdón por no avisarte de que me había ido, pero me daba rabia despertarte. Por si no lo recuerdas, hoy tenía que irme a trabajar.

En cuanto a lo de la noche… No voy a mentirte, estuvo de puta madre. La verdad es que no me esperaba que fueses tan… déjalo, mejor que no me explaye, sabes de sobra cómo fue. Sólo decirte que agradecería, dado que los dos estábamos hasta las trancas, olvidarlo y que siguiéramos siendo amigos como hasta ahora. Si te parece bien.

En cuanto a lo de Robert, seré breve. Sabes que le tengo tirria a ese capullo, por todo lo que te hizo, así que a la mínima que te haga, llámame. Pero hazlo.

¡Ah! Antes de que se me olvide. Te he comprado un cruasán, que sé que te encantan, y tienes el café en la cafetera. Seguramente cuando te levantes estará frío, pero lo calientas otra vez y aquí no pasó nada. Yo también me he preparado algo, espero que no te importe, pero ya lo he limpiado todo.

Bueno, pues eso. Cualquier cosa me llamas. Un beso.

Terry.

PD: Buenos días.”

Involuntariamente mis mejillas se ruborizaron cuando leí la carta. Terry era atentísimo, siempre lo había sido. Adoraba su forma de ser. Además, cuando habíamos hecho el amor, me había tratado con muchísima delicadeza, más de la que tenían Robert e incluso Josh. Mucha más. Todavía recuerdo aquella frase que yo había dicho mientras él me tomaba, refiriéndome a Robert: “Él no es mi padre”. Su significado lo dejaba bastante claro. Nadie mandaba en mí. Ni siquiera Robert, o mi propio padre. Yo era autosuficiente, capaz de valerme por mí misma, capaz de tomar mis propias decisiones y capaz hacer con mi vida lo que yo quisiera. Ahora, ¿estaba encaminándome correctamente? Intenté no darle más vueltas al asunto y olvidar todo lo sucedido, como me había propuesto Terry, pero aquello no iba a ser olvidado tan fácilmente.

[1] ¿Te gustaría morir de amor esta noche?