miércoles, 29 de julio de 2009

El lugar donde no vuelan las palomas, Capítulo XI- La serpiente que se muerde la cola


No podía creer lo que mis ojos empapados de lágrimas estaban viendo. Era Robert. ¡Robert! El mismo Robert que había matado a mi pequeño. El mismo Robert al que odié y amé locamente al mismo tiempo. El mismo Robert que se suponía que debía estar pagando por sus pecados en una celda estaba allí, detrás de mí, sujetándome la cadera con sus fuertes manos, como solía.

-¡Hijo de la grandísima puta!-grité yo, desquiciada- ¿Qué coño haces aquí?

-Me han dado la condicional, por buena conducta. Ya ves.

-Pe…Pero… ¿A qué has venido?

-He visto la esquela de tu chico en el periódico y me dije, “¿cómo estará mi Emily?” Y aquí estoy.

-Yo no soy “tu Emily”, ¿me oyes? ¡No lo soy desde hace mucho tiempo, así que ya deberías saberlo!

-No te pongas así, corderito.-dijo, mientras intentaba acariciarme una mejilla. Le giré la cara con desprecio. Entonces, seguramente para romper el hielo, preguntó:- Ah, ¿y quién era el negrito que estaba contigo? ¿Es que le pusiste los cuernos a tu hombre? ¿Eh, guarra?

-Para tu información, el “negrito” es mi hijo, sí, pero es adoptado. Y tanto él como yo agradeceríamos que te fueras cagando hostias y desaparecieras de una vez de mi vida.

En ese momento, la voz de Robert, embargada hasta entonces con una sensualidad desmedida, se convirtió en un estruendo lleno de ira.

-¡Escucha!-gritó, arrimando su rostro arrogante a mi cara, que palidecía cada vez más, pero sin abandonar mi actitud desafiante.- ¡Todo el tiempo que estuve en la cárcel te tuve aquí clavada como si fueses una puta espina!-afirmó mientras señalaba su frente con la mano que tenía tatuado KILL.- ¡Pero claro! ¡No te importa una mierda lo que yo haya sufrido! ¡¡No te importa!!

Comencé a temblar. Temí que la furia de Robert se descargara en mí. Es más, temí que me pasase lo mismo que a Jimmy. Procurando no parecer asustada, le contesté, intentando hacerme oír por encima de los latidos de mi corazón:

-Robert, es mejor que hablemos en otro momento.

-¿¡En otro momento!? ¡¡ ¿En otro momento?!!

Entonces ambos escuchamos ruidos procedentes del cementerio. La gente ya comenzaba a irse. Robert, al ver esto, calló un instante y añadió, disponiéndose a marcharse y mirándome con desprecio:

-Tienes razón, ya hablaremos.

Contemplé cómo se alejaba, cómo se perdía en la lejanía, cómo mi horrible pasado volvía a perseguirme cual alma en pena. De repente, noto que me tocan en un hombro. Me sobresalto y miro hacia atrás asustada. Era Terry.

-Emily, ¿te encuentras bien?-dijo.- Estás…

Señaló mi nariz. La palpé. Estaba sangrando a mares. Lo cual, y creo no haberlo dicho, era muy común en mí. A veces, cuando me ponía muy nerviosa, o me asustaba mucho, o algo por el estilo comenzaba a sangrar por la nariz, y, en ocasiones, sin darme cuenta. Todavía no sé por qué. Simplemente, nunca lo supe. Aprendí a convivir con ello.

-No te preocupes, Terry.-sentencié, con las manos encharcadas de sangre.- Me pasa a menudo, lo sabes.

Me agarró una muñeca, sin llegar a hacerme daño. La sangre que emanaba de mi nariz salpicó sus manos cual si fuesen lágrimas, o gotitas de lluvia. Nos miramos. Estaba pálido. Hice que me soltase para poder limpiarme con un pañuelo, más que nada porque Adrien venía hacia nosotros. Aunque, por mucho que me limpiase, mi camisa seguía encharcada.

-Mamá, ¿qué te ha pasado?-preguntó Adrien sobresaltado.

-Nada, cariño, nada. Nada importante.

En ese momento, me giré hacia Terry y le dije:

-Adrien y yo nos vamos a casa. Estoy muy cansada.

No me lo impidió. Nos dimos dos besos y dejó que me marchara, cogiendo a Adrien de la mano y ansiando marcharme de aquel lugar.

Por la noche no pegué ojo. Hasta llegué a pensar si estaría loca y la visión de Robert había sido producto de mi imaginación, pero no. Era angustiosa y dolorosamente real. Temí que viniera para vengarse de mí. Tuve miedo de que pudiese hacerle daño a Adrien. Si lo hiciese, no me lo perdonaría jamás. Dos muertes son demasiadas.

Al día siguiente, que era un domingo, me dispuse a hacer la compra mientras Adrien seguía dormido. Hacía bastante calor, por lo que me puse una camiseta muy escotada y unos pantalones vaqueros. En el supermercado todavía hacía más bochorno, por lo que estar allí se hacía insoportable. De repente, mientras estaba cogiendo unas naranjas, oigo una voz detrás de mí.

-Corderito.

Me sobresalté. Tal fue el sobresalto que las naranjas resbalaron de mis manos como si fuesen peces. Me di la vuelta, sabiendo perfectamente con quién me iba a encontrar.

-¿Qué haces aquí, Robert?-dije, recogiendo las naranjas del suelo.- ¿Por qué coño me persigues?

-Dijiste que hablaríamos en otro momento. Este ya es otro momento.

-¡También te he dicho que quiero que nos dejes vivir en paz! ¡Pero eso te lo pasaste por el forro de los cojones! ¿Eh?

Me puse nerviosa, muy nerviosa. Mi tono de voz se endureció, quizás demasiado. ¡Pero es que no podía ser menos! Entonces, Robert dijo, enfurecido y a punto de pegarme:

-¡A mí no me levanta la voz ni Jesucristo! ¿Oíste?

Lo agarré por la muñeca, intentando que no me hiciese daño, con expresión seria, aunque por dentro estaba muerta de miedo.

-¡No me levantes la mano, Robert, no me la levantes! Sabes que con una sola palabra puedo volver a meterte en la trena.

Bajó el brazo y lo dejó caer a lo largo de su cuerpo. Entonces, se echó las manos a la cabeza y dijo, en voz baja y seguramente intentando que me compadeciese de él:

-¿Pero qué estoy haciendo? No puedo creer que estuviese a punto de… ¡Virgen Santa!

Desgraciadamente lo consiguió. Consiguió ablandarme el corazón, como siempre. Es más, estuve a punto de echarme a llorar. Por mucho que me doliese admitirlo, lo había pensado muchísimo en él y lo había echado de menos más de lo que desearía. Entonces, lo acaricié, en un acto prácticamente involuntario, y le dije, con voz dulce, haciendo que cumpliese su propósito:

-Si quieres hablar, Robert, nos vemos mañana a las 9 de la noche en el bar que hay enfrente de mi oficina. ¿Te parece?

Robert levantó la cabeza y me miró. Sabía perfectamente que yo reaccionaría de ese modo.

-¿No me estás engañando?-preguntó con recelo.

-¿Cuándo te he engañado yo a ti?-respondí fríamente.

Acto seguido él se marchó, dejándome a mí en medio del supermercado inmóvil como una estatua de sal. No podía creer lo que acababa de hacer. Robert y yo habíamos quedado. ¡Quedado! Y eso que me había jurado mil y una veces que no volvería a dirigirle la palabra, ni siquiera a verlo delante. Pero Robert sabía tocarme en el corazón, y eso le daba plena libertad a decidir sobre mis acciones. Había estado maldiciendo su nombre durante años, pero aún así sabía que me tendría a sus pies como una perra con una sola palabra de su boca.

En cuanto volví en mí, cogí las naranjas y fui a pagar todo. Salí del supermercado como una autómata. Decidí ir a la tienda donde me habían hecho el tatuaje. Todo lo que había pasado con Josh se merecía un puñal más.

Aquel día transcurrió sin más incidentes, eso sí, fue el único domingo que faltaba a misa. Recibí una llamada de tita Margarite. La pobre estaba hecha un manojo de nervios. Y “¿cómo estás, cariño?”, “¿Te encuentras bien?” “¿Quieres que vaya a ayudarte?” Apuesto a que tenía miedo de que lo del intento de suicidio volviese a ocurrir. Pero no, todavía recuerdo lo que me había dicho Josh, lo de que era un acto muy egoísta. Es verdad, lo era. Si muriera, tita Margarite moriría conmigo. No conviene darle esos disgustos, a su edad y con la salud de pajarillo que tiene.

También me llamó Terry por la tarde. Al igual que la tita, me preguntaba qué tal estaba y si necesitaba algo, a lo que yo siempre contestaba que “no, gracias”. Hablamos bastante rato, eso sí, no le mencioné el tema de Robert. Terry lo tenía enfilado desde que me había hecho aquello, y lo mataría si supiese que le dije que sí a su proposición de quedar. La verdad es que le agradecí muchísimo lo que estaba haciendo por mí. Siempre había sido un buen amigo, pero había que tener mucha paciencia para aguantarme en temporadas bajas. O bien discutía con todo aquel que se me cruzaba por delante, o bien dejaba que me ahogase en mi propia mierda. Y siempre con la voz de mi padre de fondo: “sólo sirves para limpiar y parir”, “sólo sirves para limpiar y parir”, “sólo sirves para limpiar y parir”, “sólo sirves para limpiar y parir”.

Al día siguiente fui al trabajo, como era normal. Trabajar por la mañana, comer con Adrien, llevarlo al colegio otra vez y ¡guardia! Otra vez al trabajo. Ese día sí que estaba deseando que acabase, más que nada para poder ver a Robert, arreglarlo todo de una vez y poder llevar por fin una vida medianamente tranquila. Llené el suelo de colillas, con lo nerviosa que estaba (por aquel entonces, todavía se podía fumar en las oficinas, aunque no por mucho tiempo). Después de mucho esperar, por fin llegó la hora de salida. ¡Oh, benditas 9:00! Salí de la oficina disparada. Al llegar al bar comencé a inquietarme. No sabía con quién me encontraría, con el “Robert bueno” o con el “Robert malo”. Llegué a dudar hasta de si saldría viva de allí. Agarré la manilla con fuerza, respiré hondo, cerré los ojos fuertemente y abrí la puerta de un golpe. Y allí estaba, de espaldas, apoyado en la barra con una cerveza en la mano. Típico de él. Me quedé parada en la puerta, inmóvil, sintiendo cómo me golpeaba el corazón en las sienes hasta llegar a hacerme doler la cabeza, hasta que Robert optó por girar la cabeza.

-Em, cielo.-dijo- Llegas justo a tiempo. Ven, acércate, que no te voy a comer.

Lo hice, aferrándome al bolso. Me situé enfrente de él. Aunque intenté apartar la mirada, los ojos de Robert eran los más bonitos que había visto nunca, y me miraban con tanta dulzura que creí que iba a morirme.

-¿Quieres tomar algo?-preguntó.

-N...no. No, gracias.

-Vamos al grano, Em.-dijo entonces, acariciándome la mejilla con la mano que ponía KISS.- Eres lo que más quiero en este mundo, y no estoy dispuesto a perderte otra vez.

Me dejé llevar. Esta vez no le aparté la mano, es más, dejé que me acariciase con total libertad. Noté que se me ponía la piel de gallina. No de miedo, sino de placer. Robert sabía dónde y cómo tocarme para que me volviese loca.

-Necesito oír de tus labios que tú también me quieres. Hace tanto que no lo escucho… Con un te quiero tuyo sería feliz.

Simple palabrería careciente de sentido. Simples frases sacadas de un poemario malo y barato. Aún así, no pude apartar mi vista de él, de aquellos ojos, que aquellos labios… Me di cuenta de que estaba perdiendo el control, por lo que me apresuré en decirle:

-R… Robert… Tengo que ir al baño. No me encuentro bien.

Me soltó. Entonces pude apresurarme a meterme en el baño de señoras. Cerré la puerta de un portazo. Me dirigí al lavabo y me humedecí la nuca. La verdad es que no me esperaba que su reacción me afectase tanto. Me miré al espejo. Gotas de sudor frío se deslizaban por mi pálida frente. Estaba consiguiendo lo que quería, le estaba cumpliendo el gusto de verme enamorada otra vez de él.

-¿Qué estás haciendo, Emily?-susurré, hablándole a mi reflejo.- ¿Quieres sufrir otra vez como una perra? No puedes volver a caer en sus redes.

De repente oigo que la puerta se cierra. En el espejo veo reflejada a una persona, Robert. Pensé que no se le pasaría por la cabeza entrar, pero estaba claro a lo que venía. ¿Para qué luchar? Josh había muerto. Mi madre, también. No había nadie que me obligase a ir por el camino del bien. El impulso era abrumador e irrefrenable. Me agarró por la cintura. Intenté separarlo interponiendo mis manos entre su pecho y el mío, pero no dio resultado. Comenzó a besarme el cuello dulcemente, sólo como él sabía, haciendo que los latidos de mi corazón triplicasen su velocidad. Lo agarré del pelo muy fuerte. Entonces me arrimó al lavabo y comenzó a subirme la falda. Yo le quité la camisa, sin hacer ningún esfuerzo por intentar dominar mis impulsos. Observé que Robert tenía un tatuaje en el pecho. Una serpiente del color de la sangre, enorme, en actitud amenazante. Sí, la paloma ha dejado de luchar y se ha dejado seducir por los encantos de una serpiente, sin tener miedo a que la pique y pueda matarla. La paloma es demasiado orgullosa como para dejarse amedrentar, pero lo suficientemente frágil como para tener que temer por su vida. Esta vez, Robert sacó un preservativo, lo vi con mis propios ojos. Entonces, comenzó lo fuerte. La verdad es que nunca me había excitado tanto. Seguramente sería por el morbo de hacerlo en el baño de un bar, sabiendo que pueden abrir la puerta y descubrirte en pleno acto. Mis poros se erizaron. Esta vez ya no sentí dolor, ni tampoco sentí amor, como con Josh, sino placer. Simple placer, lujuria, desenfreno. De repente, Robert, viendo cómo disfrutaba con la situación, me dijo:

-¡Dime que me amas!

No contesté. No era capaz de coordinar mi respiración para poder hablar.

-¡Dilo!-gritó.

Tuve miedo de que nos oyeran, pero, ignorando el eminente peligro, le dije, gritando todo lo que pude:

-¡Te amo!

-¡Más!

-¡Te amo!

-¡Más! ¡Ya llego!

-Te… Te… ¡Te amo, Robert!

El orgasmo fue cuanto menos intenso, y me pilló, por primera vez en mi vida, hablando, en mitad de una frase. Bajé la falda y me abroché la camisa lo más rápido que pude. Mientras Robert se subía los pantalones, me dijo:

-Estuvo de puta madre, ¿eh? Nunca te había visto tan fogosa.

-Lo mismo digo.

-Tenía ganas de verte, Em. Tú eres la que me inspira.

-¿Por inspirar quieres decir que te la levanto?

Ahora comencé a hablar con mucha más serenidad, pero él volvió a abrazarme por detrás, haciendo que volviesen a ponérseme los pelos de punta.

-Daría lo que fuese por que volviésemos a comenzar de nuevo.-me susurró al oído.

Mis labios esbozaron una sonrisa. Adoraba sentir su aliento en mi nuca.

-Pero… Adrien…-titubeé.

-Em, he estado tres años en la cárcel. Soy un hombre nuevo. Ya he pagado por mis pecados y quiero comenzar una nueva vida… A tu lado.

Lo miré de reojo. Sentí que lo que yo dijera ahora iba a sellar mi destino para siempre. ¿Debería darle una segunda oportunidad? ¿Se la merecía? No pensé mucho en lo que dije, pero le contesté, con voz muy dulce:

-Confiaré en ti.

Robert sonrió. Sabía que iba a responder eso. Yo hasta me sorprendí. Creí que no sería capaz de decirle eso al canalla que me había traicionado y que había jugado con la vida de mis pequeños, de mis hijos, de la sangre de mi sangre. ¿Cómo se puede confiar en alguien así? Cuando se está enamorada, se confía hasta en el mismísimo Diablo. Salimos del baño, sin reparar en las miradas acusadoras del tabernero y los otros clientes, y me fui a casa, o de lo contrario perdería el autobús. Sola, pues Robert quería terminar la cerveza.

-Un besito de despedida.-dijo, señalando sus labios.
Lo besé. Fue un beso fugaz pero intenso. Acto seguido, me marché. En el camino a casa pensé mucho en lo que había hecho. Me había dejado llevar por el deseo. Por el corazón en vez de por la razón. Debería guiarme menos por el corazón, pero no pude evitarlo. No me podía creer lo que estaba pasando. ¿Volver con Robert? ¿Arriesgarme a sufrir? ¿Arriesgarme a que le pasase algo a Adrien? El final se convertía en el comienzo. La serpiente que se muerde la cola. Nacer y morir en el mismo lugar. Intenté convencerme de que esta vez todo iría bien y me resigné a afrontar mi destino

1 comentario:

  1. Nada de esto me da buena espina... yo no me fio de él para nada... yo no creo que sea tan fácil cambiar, simplemente creo que es un manipulador...

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