miércoles, 22 de julio de 2009

El lugar donde no vuelan las palomas, Capítulo IX- Reabrir mi corazón


Pasó un año de aquello. Josh y yo vivíamos felices en nuestra casita, como si fuésemos personajes de un cuento de hadas que parecía no tener fin.

Una noche, mientras yo estaba acostada, leyendo, si no me equivoco, un libro sobre nazis o no sé qué historia, y fumando un pito. Josh se sentó en una esquinita de la cama, a mi lado, y me dijo:

-Emily, tengo que hablar muy seriamente contigo.

Me alarmé. No me gustaba la expresión “hablar muy seriamente”. Casi siempre traía consigo desgracias.

-¿Qué pasa, Josh?-pregunté, preocupada, dejando el libro en la mesita de noche.

-Verás… Llevamos ya mucho tiempo juntos y… Como todo ser humano, tengo la necesidad de… Ya sabes, de crear descendencia… Ignoro si has superado lo de Jimmy y John, pero como creo que sí lo has hecho, te pregunto: Emily, ¿quieres que tengamos un hijo?

Realmente no me esperaba eso. ¿Un hijo? ¿Otro hijo? ¿Yo? Me quedé en blanco unos segundos, hasta que pude llegar a decir, titubeante:

-No… No sé si…

-Emily, serás una madre inmejorable, y lo sabes.- contradijo Josh- Que el padre no fuese el indicado, no significa que fuera culpa tuya, te lo digo siempre.

Lo pensé detenidamente. Quizás sí era hora de tener otro bebé, de empezar de cero. No sabía qué contestarle, tuve miedo. En cuanto miré los ojos de Josh, supe que tenía muchísimas gana de tener un hijo, un portador de sus genes, por lo que le dije, aunque no muy segura, mientras apagaba el pitillo en un cenicero:

-De acuerdo. Tengámoslo.

Estaba convencida de que no habría mejor padre que Josh, convencidísima. Por lo tanto, nos pusimos, como se suele decir, manos a la obra. Por primera vez en mi vida iba a tener un hijo conscientemente, es decir, sin sorpresas, sin llantos, sin angustias. Un hijo querido y esperado. En cuanto acabamos, recosté la cabeza en la almohada, invadida por el placer, mientras Josh, que estaba a mi lado, acariciaba mi vientre mientras decía:

-Ahora dejemos que la naturaleza haga lo suyo.

Sonreí. Estaba algo asustada, es decir, no era fácil pensar que iba a tener a otro niño creciendo dentro de mí, no era fácil pensar que volvería a ser madre otra vez. Recapitulé mentalmente todo lo que había hecho con mis otros hijos, para que no volviese a suceder. ¿Realmente estaba preparada para hacerlo, para reabrir mi corazón, para reabrírselo a otro niño? Me costó mucho quedarme dormida.

Durante unos meses, no dejaba de ir al médico, y siempre su respuesta a la pregunta de si iba a concebir otro hijo era un rotundo no que a Josh le taladraba las entrañas. Lo intentamos, y Dios sabe que lo intentamos varias veces, pero no había forma. Un día, me detuve a hablarlo con Josh, mientras fumaba cigarro tras cigarro con avidez.

-¡No hay forma!-repetía él una y otra vez llevándose las manos a la cabeza.- ¡No sé qué está pasando!

-Algo está yendo mal, eso fijo.-sentencié.

-¡Pero lo hemos probado todo! ¿¡Qué nos está pasando, Emily!?

-Josh, creo que lo mejor sería que fuésemos a hacer unos análisis por si acaso. Imagínate que el parto de los gemelos me ha hecho algo, no sé, o…

-O quizás el problema sea yo.-dijo entonces él, muy serio.

-Hazme caso, Josh.-le dije, acariciándole la cara.-Es lo más sensato.

Me asombró oírme hablar a mí misma sobre sensatez, yo, que siempre fui la impulsiva. Josh me miró a los ojos. Estaba a punto de llorar.

-Está bien, Emily. Por los dos.

-Por los dos.-repetí.

Así lo hicimos. Un especialista nos tomó muestras de sangre y orina. Al cabo de una semana, en la que Josh no levantó cabeza, llegaron los resultados. Mientras estábamos en la sala de espera, sentí cómo me cogía de la mano y me la apretaba hasta hacerme daño. Nunca lo había visto tan nervioso, por lo que no se lo impedí. En cuanto nos llamaron, sentí que comenzaba a temblar. El médico nos hizo sentar en las sillas que había enfrente de su escritorio y dijo, mirando detenidamente unos papeles que sostenía en las manos:

-Señorita Gray, según estas pruebas, usted no presenta ningún tipo de anomalía que le impida tener hijos. De hecho, según consta en los archivos, ha dado a luz una vez, a un pequeño llamado Jimmy, ¿me equivoco?

-No.-murmuré bajando la cabeza.

Me molestó que comenzase a tocar el tema de mis hijos. Aún así, ¿cómo iba a ocultarlo, teniéndolo tatuado en mi piel e inscrito permanentemente en lo más profundo de mi corazón? Y lo peor era que no había nombrado a John, básicamente, porque gracias a las mariconadas que había hecho Robert de venderlo y cambiar su identidad. A pesar de haber notado mi abatimiento, el médico prosiguió fríamente, todavía muy serio.

-Es perfectamente evidente que el problema es de él. Lo siento, señor Sidle, pero usted es estéril. De ninguna manera podría concebir.

Josh se quedó completamente perplejo, eso lo noté yo. Creo que no le habría hecho tanto daño ni aunque lo matase a hostias. Salimos de la consulta poco después de saberlo. Él no habló en todo el camino, pero, en cuanto llegamos a casa, se cubrió la cara con las manos y gritó:

-¡Mierda de vida!

Yo, que aún estaba en la puerta, entré y la cerré en el acto. Me acerqué a Josh por detrás y lo abracé muy fuerte.

-Josh, no te preocupes.

-¡¿Cómo no me voy a preocupar?! ¡Soy un ser inservible! ¡No podré darte un hijo!

Evidentemente, todo lo que estaba diciendo era fruto de su tristeza. Ese no parecía ser el Josh científico y calculador que se tomaba todo con filosofía, no. Estaba viendo a un Josh completamente destrozado. Entonces, lo cogí por los hombros y lo giré para que me mirase a los ojos.

-No está todo perdido.-dije- Todavía podemos tenerlos.

-¿Cómo?

-Adoptando. ¿No te das cuenta? Esos niños quieren padres que los quieran y nosotros queremos hijos a quien querer. Me encantaría hacerlo.

-No sé, Emily…-dijo, no muy convencido.

-No sabes por qué han pasado esos niños. Deben estar hartos de sufrir, y yo también lo estoy. Venga, Josh. Ayudémosles.

-Está bien.-dijo, después de estarlo pensando un buen rato, sin apartar su mirada de la mía.- Lo haremos.

Lo abracé con toda mi alma. Había estado pensando en adoptar en el coche. Eso era lo que hacían los padres que no podían tener hijos: adoptar. Esa misma noche quedé con Terry para tomar una copa en nuestro bar habitual: “El Templo de la Salsa”. Él ya estaba al tanto de todo el rollo del intento de suicidio, así que no quiso tocar el tema. Alabó mi tatuaje, eso sí, que lo acababa de descubrir, pues se veía a la perfección con el top rojo abierto por la espalda que llevaba. Estuvimos hablando horas, y, por supuesto, le conté lo de la adopción.

-Mañana iremos al orfanato “Holly Ghost” para que la asistente social nos evalúe y nos presente a los niños.-le dije, tomando de vez en cuando un trago de cubalibre o dándole una calada al pitillo.-Estoy nerviosísima. Tengo miedo de que no me lo den por el tema de Jimmy y eso.

Terry se quedó muy serio, entonces afirmó, mientras se desabrochaba algo del cuello:

-Eso no pasará.

Entonces, sostuvo en sus manos el collar que se había quitado. Era un collar con la cadena de plata. En el centro, como si fuese una espada, colgaba un diente de tiburón.

-Es mi amuleto. El diente de tiburón simboliza la fuerza. No es que crea mucho en estas cosas, pero me lo había regalado mi madre y significa mucho para mí. Me gustaría que te lo quedases.

-¿Estás loco? No, me niego. ¡Te lo ha dado tu madre, no te quitaré una cosa así!

-No me lo estás quitando, te lo estoy dando yo. Quédatelo.

Por mucho que le decía que no, Terry era mucho más insistente que yo. Acabó por cogerme de la muñeca y metérmelo en la mano.

-Toma.-reiteró.

Acabé por cogerlo. Era un colgante precioso, pero me sabía mal aceptárselo, pues era de su madre y yo sabía mejor que nadie que la echaba de menos. Aún así, me lo puse.

-Te dará suerte.-dijo.

-Muchas gracias, Terry.

-De nada.

En ese momento, sonó mi canción favorita y lo saqué a bailar. Parecía que el ritmo fluía por mis venas. Me lo pasé genial esa noche, y apuesto a que Terry también. Aún así, nos fuimos pronto del bar. Tenía que descansar.

Al día siguiente, por la mañana, Josh y yo nos encaminamos al orfanato. Yo me vestí de traje, que consistía en una falda y una chaqueta, y me recogí el pelo en una coleta. Debía estar perfecta para la entrevista. Por supuesto, en mi cuello, estaba el collar de Terry, faltaría más. Necesitaría mucha suerte para que me aceptaran.

El orfanato era grande pero parecía caerse a cachos. Estaba pintado de marrón rojizo, y tenía un enorme reloj a lo alto. En la puerta estaba la asistente social.

-Buenos días, señor Sidle.-dijo, estrechándole la mano a Josh, y luego añadió, haciendo lo mismo conmigo.-Señora Gray. ¿Les parece que comencemos con la entrevista?

-Sí, por qué no.-respondió Josh.

Entramos. Los niños estaban en el recreo. Mientras aquella mujer interrogaba a Josh mientras miraba unos informes, yo contemplaba por la ventana del despacho cómo aquellos preciosos pequeños jugaban inocentes. Me fijé en uno, en uno en concreto. Era de piel color café, con el pelo corto, ricito y negro como el petróleo. Los ojitos eran color miel, los reconocí perfectamente. Estaba en una esquinita, sentado, apartado de todos. Cuando yo era pequeña, también hacía lo mismo. Eso era una mala señal. Indicaba que algo en su vida estaba fallando. De repente, la agente social, que no había dejado de mirarme de reojo en ningún instante, nos dijo:

-Me gustaría que viesen los dibujos que han hecho los niños. Verán qué monada.

Nos llevó a varias clases, diciéndonos quién lo había pintado, cuántos años tenía y enseñándonoslo en fotos que llevaba ella en una carpeta. De repente, en un aula, vi encima de un pupitre un dibujo. No tenía firma. En él, se veía a un hombre blanco desfigurado apuñalando a una mujer negra. Abundaba el color rojo, en pinceladas hechas con golpes secos y temblorosos, llenas de miedo y angustia. No pude evitar imaginármelo, imaginar cómo aquel desalmado mataba a puñalada limpia a la mujer, indefensa. Comencé a sentirme mal. Relacioné directamente ese dibujo con el asesinato de mi madre. Me apresuré a ir al baño, corriendo y tapándome la boca.

-¡Emily!-gritó Josh en cuanto vio que huía.

Allí en el baño vomité lo que quise. Cuando volví a la clase, la agente social me miró con recelo y preguntó:

-¿Se encuentra bien, señora?

-S…Sí.-respondí, todavía temblando- Creo que el almuerzo me sentó mal.

-Entiendo…

-Y… ¿Podría decirme una cosa? -me atreví a decirle.

-Pregunte lo que quiera.

-¿Quién pintó ese dibujo?

Lo señalé con el dedo. Josh se horrorizó al verlo, aunque no tanto como yo, claro. La asistente, en cambio, se mostró muy serena.

-Ah, ¿ese? Lo pintó Adrien Meltzler. Tiene 10 años, vino el año pasado.

-Algo tuvo que pasarle para que pintara eso.-repuse.

-Pobrecillo. Es porque su padre mató a su madre y luego se suicidó, por la noche, mientras él estaba en la cama. Se despertó al oír el jaleo y, evidentemente, lo vio todo.

El corazón me golpeaba en el pecho como si no tuviese sitio. Era inevitable pensar en el trauma que tendría, casi tan grande como el de mis hermanos, o el mío. Me resultaba imposible pensar en las similitudes que tenía con él emocionalmente hablando.

-Esperen,-dijo la asistente rebuscando en su carpeta.- Creo que tengo aquí una foto suya.

Nos la enseñó. Casi me desmayo, lo puedo asegurar. Era el niño que había visto por la ventana, sin duda alguna. Estaba visto que estaba predestinada a ayudarle. En cuanto Josh y yo volvimos a casa, se lo conté.

-Josh, ese pequeño me necesita. ¡Me necesita de veras!

-Ni siquiera te fijaste en los otros chavales. Puede que nos necesiten más que él.

-Lo dudo. Por un momento llegué a sentir lo que él sintió y ver lo que él vio a través de aquella pintura. Nunca me había pasado.

-Lo relacionas con lo que te ha pasado a ti, eso es todo.

-Y justo por eso quiero a ese niño. Nunca te pido nada, Josh. Accedí a tener un hijo porque tú me lo rogaste. Lo necesito. En cuanto lo vi por primera vez volví a sentir ese instinto maternal que tuve con mis hijos biológicos.

Josh se lo pensó un rato. Comencé a ponerme muy nerviosa, tanto que hasta me vino el mono del tabaco, que lo había sabido controlar todo el día.

-De acuerdo, Emily. Tienes razón, os necesitáis uno al otro, y eso se nota. Si nos conceden el derecho a adoptarlo, lo haremos.

Lo abracé con todas mis fuerzas, mientras dejaba que las lágrimas de felicidad se deslizasen por mi rostro con total libertad. Ardía en deseos de volver a ver a Adrien y darle aquello que tan desesperadamente necesitaba: amor.

Días después nos llegó una carta. Buenas noticias, muy buenas. Nos concedieron el derecho a adopción. En cuanto lo oí de los labios de Josh, que era quien la había abierto, me harté de besar el collar de Terry una y otra vez. Luego lo llamé por teléfono para darle la noticia. También llamé a mis hermanos, que casi lloran de emoción cuando se enteraron de que iban a ser tíos por 2ª vez. Josh, Terry y yo nos fuimos de copas por la noche para celebrarlo. Lo peor fue la resaca del día siguiente, pero valió la pena.

Estuvimos varios días teniendo encuentros esporádicos con el pequeño Adrien, es decir, haciendo salidas al campo, al parque, y un largo etcétera, para conocernos mejor. Creo que le caí bien desde la primera vez que me vio, pues a los pocos días de vernos ya me llamaba “mamá” con toda naturalidad. Eso me calentaba el corazón.

Pasamos un mes así, hasta que pudimos llevárnoslo a casa. Lo encontré muy nervioso y un tanto asustado. Mientras le ayudaba a hacer la maleta me preguntaba, con aquella vocecilla de ángel:

-¿Cómo es la casa, mamá? ¿Es grande?

-Sí, cielo, es grande.-respondí- Y tiene un jardín muy bonito lleno de flores y árboles. Ya lo verás.

-¿Y tiene piso de arriba?

-Claro. En el piso de arriba están las habitaciones.

-No me gustan los pisos de arriba.-musitó.

En cuanto hubimos hecho las maletas, bajamos a la recepción, donde nos esperaba Josh jugueteando con las llaves del coche.

-Ya estamos listos.-dije, cogiendo la maleta más pesada con una mano y cogiendo a Adrien por la muñeca con la otra.

-Bueno, pues vamos al coche y nos largamos de aquí.

Así lo hicimos. En cuanto llegamos a casa, noté como Adrien se impresionaba. La miraba con ojitos ilusionados, intentando cerciorarse de que aquella casa grande y bonita era su nuevo hogar. Josh y yo lo ayudamos a instalarse en su cuarto, el que habíamos pintado y arreglado para él. Pronto se hizo de noche. Vimos una película, reímos, cenamos una pizza riquísima y luego acostamos a Adrien. Me pareció que algo lo había horrorizado en cuanto se metió en la cama, pero intenté no darle importancia. Lo arropé y Josh y yo le dimos cada uno un besito de buenas noches. Lo vi muy complacido, seguramente añoraba aquellos besos paternales llenos de ternura que seguramente sus verdaderos padres le habrían dado.

Josh y yo nos fuimos a la cama un poco más tarde. Él estaba cansado y un poco deprimido porque al día siguiente tendría que ir a trabajar. Yo me quedé dormida enseguida, pues estaba agotadísima. Pero aproximadamente a la una de la madrugada, sentí como si golpeasen mi hombro muy despacio.

-Mamá…

Era la voz de Adrien. Abrí los ojos lentamente y giré la cabeza. Efectivamente, el pequeño estaba allí de pie detrás de mí, muerto de miedo.

-¿Te pasa algo, cielo?-murmuré.

-¿Puedo dormir contigo?

-Claro que sí. Acuéstate aquí.

Le hice un sitio en la esquina de la cama. Me giré para estar enfrente de él y poder mirarle a los ojos. Estaba a punto de llorar.

-Es normal que estés algo asustado.-le dije, acariciándole el pelo- Es tu primera noche aquí, pero ya verás como mañana estás mucho mejor.

Él permanecía a mi lado sin inmutarse. Miraba a Josh, me miraba a mí y sentía como temblaba entre mis dedos.

-Tengo miedo porque si me duermo pasan cosas malas.-murmuró.

Entonces lo comprendí. Cuando había pasado el desafortunado incidente de sus padres, él estaba dormido. Me estremeció la simple idea de que Josh pudiese hacerme algo semejante. Es más, desde que mi madre murió me pregunto por qué algunos maridos hacen eso, ¿por qué acceden a dar el “sí quiero” si se va a convertir en un “no te quiero”? La imagen que más se repetía en mi adolescencia resurgía en mi mente arrasando todo buen pensamiento a su paso. Lo peor es que mi padre no solo pegaba a mi madre, si no que nos tiene pegado a mis hermanos y a mí; alguna vez tengo estado en el suelo encharcada de sangre retorciéndome de dolor. Si nos odiaba, si de verdad nos odiaba tanto, que nos hubiese dejado en paz y que se hubiese ido. Pero bueno, dejémoslo estar. Ya no tengo por qué pensar en él.

Observaba cómo Adrien me miraba con aquellos ojos repletos de terror. Me acerqué un poquito más a él, llegando a sentir su agitada respiración, y le dije, en voz baja y con mucha ternura:

-No va a pasarme nada malo, cielo. No vas a pasar otra vez por ese calvario. Yo te protegeré.

Mis palabras debieron tranquilizarse, pues se quedó dormido al poco rato. Miré a Josh de reojo. Era completamente imposible que él llegase a hacerme eso. Era incapaz. Intenté dejar de comerme la cabeza con mis oscuros pensamientos y cerré los ojos. Ahora era yo la que temblaba. No sé cómo fue el quedarme dormida.

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