jueves, 16 de julio de 2009

El lugar donde no vuelan las palomas, Capítulo VI- El castillo de una princesa


Ya estaba completamente decidido. Y, por supuesto, no iba a cambiar de opinión. Me quedaría con Josh, con mi Josh, en su humilde casita a las afueras de la ciudad.

Al día siguiente del juicio, la policía me concedió una copia de la llave de mi antiguo piso para poder coger mis cosas. Fue un día duro. Josh y yo tuvimos que hacer un par de viajes en coche para recoger toda la ropa, las joyas y demás objetos de valor, sin olvidar los juguetes de los niños. Mientras los sostenía en las manos para depositarlos en cajas de cartón, recordaba cuánto había jugado con ellos, y cuánto les habían gustado cuando se los habíamos regalado.

Los que más daño quizás me habían hecho fueron los de su primera Nochebuena: dos peluches de osito, uno azul para Jimmy y uno rojo para John. Sólo tenían unos meses, pero era reconocible sus caritas de ilusión cuando vieron que debajo del árbol de Navidad que había en casa de mi madre estaban los regalos que Papá Noel les había dejado. Gatearon los dos hacia ellos casi al mismo ritmo y rompieron el papel de regalo. No creo que supieran por qué estaban esos regalos allí, pero era indudable su felicidad. Mamá me miraba de reojo, sonriendo. Se los había comprado ella, porque yo en aquel entonces no tenía ni un duro; el dinero que ganábamos daba para comida, ropa, calzado y alquiler, y a Dios gracias. Mucho fue lo que lloré sosteniendo uno de esos peluches, arrodillada en el suelo de su habitación. Menos mal que Josh, que se percató de mi abatimiento, me abrazó por detrás y me devolvió a la realidad.

Después de bastante tiempo acostumbrándome a vivir con Josh, sin Jimmy y sin John, comencé a incorporarme al trabajo. La verdad es que creí que estaba cayendo en una depresión, pues apenas comía, apenas dormía, apenas reía… Eso, sí, estaba feliz al lado de Josh. Feliz y segura, más de lo que he estado con ningún otro hombre. Eso, y sólo eso, me indicaba que me estaba poniendo mejor, que la época de llorar postrada en la cama toda la noche y de las crisis de ansiedad había terminado, y daba paso a una época de felicidad y alegría, al lado del hombre de mis sueños. Además, ahora que por fin había conseguido el divorcio, nuestra relación estaba mejor vista a los ojos de Dios, aunque no lo estuviese a los ojos de la gente.

Ahora por fin pude retomar contacto con mis amistades, sobre todo con Terry, pues lo echaba muchísimo de menos. Quedamos algunas veces para tomar café. Realmente tenía ganas de contarle todo tal cual lo sentía, sin ahorrarme nada, pudiendo expresarme con total naturalidad. Cuando le conté la parte en la que lloraba desconsolada al lado del cadáver de mi hijo, por sus mejillas comenzaron a resbalar un par de lágrimas. Creo que él era una de las pocas personas que eran capaces de ponerse en mi lugar, aunque no lo hubiesen vivido. El día en el que le conté todo aquel horror, cuando íbamos a irnos a casa, me abrazó fuerte. Lamentó no poder estar ahí para darme todo su apoyo. Yo le dije que no importaba, pero la verdad es que agradecí enormemente su actitud.

Un día, mis hermanos vinieron a nuestra casa, acompañados por mi madre. Tenían ganas de verme. Yo también las tenía. Thomas me abrazó como si le fuese la vida en ello. Las chicas, igual. Salimos todos juntos a tomar algo. Josh, mamá y yo un café y mis hermanos, un helado cada uno. El de Thomas tuve que acabárselo yo, pues era enorme y se cansó a la mitad, o quizás antes. Charlamos de muchas cosas: del colegio de Thomas, del instituto de Lisa y Lorelay… en fin, y todo por el estilo. Eso sí, nadie quiso tocar el tema de Jimmy. Realmente lo agradecí, pues parecía que, cuando la gente me miraba por la calle, veía a esa chica de la que hablaron en las noticias hasta la náusea que había perdido a su hijo a manos de su marido, no veía a la trabajadora eficiente que trabajaba en la oficina toda la mañana y parte de la tarde, o a la enamorada feliz que era entonces. Me llamó la atención que mamá no paraba de mirar el reloj cada poco, y eso que, en su tiempo libre, nunca le importaban los horarios a los que estaba sometida día tras día. Aproximadamente a las siete de la tarde, sacó disimuladamente un bote de pastillas del bolso y, escondiéndolo debajo de la mesa, cogió una para, acto seguido, introducirla en el café. Pasó bastante tiempo hasta que pudiéramos estar las dos solas, que fue al volver a mi casa, cuando los niños dormían y Josh fregaba los platos de una segunda ronda de cafés, y pude preguntarle:

-¿Qué te tomaste antes?

Ella guardó silencio un momento. La preocupación era palpable en mi voz.

-Nueva medicación. Una pastilla antes de desayunar y otra en cuanto pasen 12 horas. Siento no habértelo dicho antes.

-No pasa nada.-concluí.

Nuevos antidepresivos. Seguramente más fuertes. Parece que la brutalidad de mi padre aumentaba día tras día, dejando tras de sí desesperación y tristeza desmedidas, sólo controladas por el efecto de una potente droga. ¿Hasta cuándo había de estar así? Quizás, y para su desgracia, toda la vida.

Josh y yo estuvimos viviendo un par de meses allí en aquella casita tan pequeña y cuca juntos. Lo peor sin duda eran las camas, que eran separadas. Sólo alguna vez dormíamos en la misma cama (la suya, que era un poco más grande), pero nos moríamos de calor. No obstante, nuestra vida era muy feliz. Nuestro amor era fuerte, y claramente palpable. Algunas de mis amigas me envidiaban. Otras no, pues decían que Josh era un poco feo para mí, aún así nunca me importaron los comentarios de la gente.

Mi vida por aquel entonces semejaba un cuento de hadas. Hablando de eso, a Josh le había contado una vez una anécdota: Mi familia y yo vivíamos en un pueblecito. Un pueblecito verde y precioso en el que las palomas revoloteaban por el cielo como pétalos de rosas blancas. Los campos estaban vestidos de flores, que en primavera mamá, Amy y yo recogíamos. La tierra era fértil y los frutos de nuestros árboles eran deliciosos, hasta me atrevería a decir que las manzanas de aquel manzano que sembró la desgracia en nuestra familia sabían quizás mejor que las que Adán y Eva comieran en el Paraíso. Pero después de perder a Amy, mi padre decidió que era mejor marchar de allí. Mamá, por supuesto, no discrepó. Yo no quería marchar, pero aún así lo hicimos. Nos mudamos a la ciudad donde vivía con Robert. Allí los edificios eran tan grandes que no dejaban crecer la vegetación. Cuando era pequeña, le llamaba “El lugar donde no vuelan las palomas”, y era cierto, pues las palomas yacían en algún parque, sin atreverse a emprender el vuelo, amedrentadas, como lo estaba yo cuando vivía con Robert. El cambio de aires, combinado con la reciente muerte de Amy, hizo mella en mí. Me desperté la primera noche que estábamos en la nueva casa, a las 3 de la mañana, con 41º de fiebre. Llegué a creer que me moría. Mamá un día, después de que los médicos estuviesen en casa, se sentó al borde de la cama y me dijo:

-Emily, las princesas enferman cuando las separan de su reino, ¿no lo sabías? Tú también debes de serlo, aunque ni tu padre ni yo seamos reyes.

Y ese fue el mote que llevé toda mi infancia: princesa. Cuando mis hermanas no oían, pues si no se celaban, mamá me llamaba así. A veces aún lo seguía haciendo. Y ahora, a raíz de contárselo a Josh, comenzó a llamarme “princesa” él también.

Una mañana de sábado, Josh me despertó, a las 11 y media de la mañana.

-Despierta, dormilona, que voy a llevarte a un sitio.

Me desperecé perezosa. Me puse un vestido blanco un poco por encima de las rodillas, pues hacía sol, desayuné una taza de café y nos metimos en el coche.

-¿A dónde vamos?-le pregunté en la mitad del camino.

-Ya lo verás.-respondió mientras sonreía pícaramente.

De pronto, y sin preverlo ni imaginarlo lo más mínimo, aparcamos delante de una hermosa y gran casa también a las afueras de la ciudad. Estaba pintada de color salmón. Un gran manzano se alzaba cerca de la puerta, entre un montón de flores bonitas. Bajé del coche embelesada.

-Qu… ¿Qué es…?-pregunté.

-Es nuestra nueva casa.

Giré la cabeza y lo miré extrañada. Si me hubiese pegado, no me sorprendería más.

-¿De qué estas hablando, Josh? ¿Te has vuelto loco?

-¡Para nada! Es una casa majísima, con jardines y un huerto en la parte de atrás, amueblada en un estilo así muy antiguo, con una enorme cama de matrimonio y toda, toda para nosotros dos.

Yo seguía admirando maravillada aquel paraje. Nuestro nuevo hogar.

-Toda princesa necesita un castillo, ¿no crees?-me susurró al oído.

Me volví hacia él y lo abracé. No podía creer lo que estaba viendo, que esa fuera ahora mi casa, después de vivir en casitas pequeñas y humildes toda mi vida.

-¿Cómo te la permitiste?-pregunté.

-Cuando mi padre murió me dejó una herencia considerable. Con toda aquella pasta me la pude permitir.

Dicho esto, nuestros labios se fundieron en un gran beso. ¡Entonces sí que me sentí como una verdadera princesa! Nos cogimos de la mano y caminamos hacia la puerta.

-Creo que ahora es el momento adecuado de darte esto.-dijo.

Acto seguido, sacó del bolsillo un anillo. Era enorme y brillaba más que todas las estrellas juntas. Me lo colocó suavemente en uno de mis dedos. Las lágrimas comenzaron a fluir por mis mejillas.

-¡No puedo creérmelo!-exclamé, llevándome las manos a la cabeza.

-¿Feliz?-me preguntó Josh.

Lo miré a los ojos. Esa pregunta me la había hecho Robert hacía tiempo, pero la respuesta fue distinta.

-Muchísimo, Josh. Eres lo que más quiero en este mundo.

Me acarició suavemente y acercó sus labios a los míos, pero antes de dejarle hacer nada, dije, interponiendo mis manos entre él y yo:

-Pero tienes que prometerme algo.

-¿El qué?-casi se preocupó.

-No quiero tener un manzano en mi casa. Me trae malos recuerdos.

Él comprendió mi decisión, le mencioné lo de Amy hace tiempo. Aún así, suspiró aliviado y gritó eufórico:

-¡No hay problema, princesita! ¡Si quieres lo corto ahora mismo! ¡Con estas manitas!

Volvimos a besarnos, con mucha más intensidad que antes. Pensándolo bien, es verdad que toda princesa necesita un castillo, pero aunque viviese con él debajo de un puente me sentiría como en un cuento de hadas. Sin duda, era mi príncipe azul, con el que soñaba encontrar de pequeña, y todos me decían que no existía. ¡Qué equivocados estaban!

3 comentarios:

  1. (:
    Comoo molaa! ^^

    Me has hecho feliz de nuevo! :D :D :D

    pero me he emocionado otra vez con la parte del osito... :D

    Pero por ahora feliz!! ^^
    Me sigue encantando tu novela!^^

    feliciidades!:D

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  2. Por fin las cosas comienzan a ir mejor :)
    Es una casa preciosa, el tipo de casa en la que me gustaría vivir, con algún que otro animal ^^
    Esperemos que Josh no nos defraude ;)

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  3. Que bién, por fin un poquito de felicidad en su vida :)

    Ojalá que dure y que Josh sea un buén tipo, Emily se lo merece.

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