lunes, 20 de julio de 2009

El lugar donde no vuelan las palomas, Capítulo VIII- Tres Puñales


Desesperación. Ese era el amargo nombre del sentimiento que pugnaba por hondar en mí. No tenía fuerzas para luchar y a veces llegaba a automutilarme, gozando al ver derramada mi propia sangre, o simplemente me echaba a llorar encima de la cama, hundiendo la cara en la almohada, intentando dejarme sin aire. Sentía como si fuese el ser más repugnante y cruel del mundo. Todo esto porque estaba convencidísima de que yo había matado, aunque fuese indirectamente, a mi madre y a mi hijo Jimmy.

Josh comenzaba a inquietarse. Los cortes en mis brazos y el mis manos eran abundantes y parecía haber más y más cada día. Apenas hablaba, no comía, no dormía. A veces, hasta sentía los labios fríos, como si la sangre dejase de transitar por ellos. Josh acabó recetándome un antidepresivo y un somnífero. Al dormir mejor, decía, comenzaría a recuperar el apetito poco a poco y, con ello, el humor y las ganas de vivir. Pero, si él no se daba cuenta, pasaba de tomar nada. Aunque había momentos en los que parecía faltarme el aire, o me ponía de los nervios, a gritar, o simplemente comenzaba a sufrir unos dolores en la cabeza, o a veces en el pecho, insoportables, y eso sólo los antidepresivos podían calmármelos.

Me pasé días así. Muchos días. Josh me planteó varias veces el ingresarme en el hospital y que pudiesen administrarme fármacos más potentes, pero lo único que obtenía por respuesta era un no rotundo, acompañado de un débil “estoy bien”. Eran unas de las pocas cosas que decía en todo el día.

Hasta que un día mi pompa de depresión y angustia acabó explotando, y sucedió lo que nunca pensé que llegaría a sucederme. Era por la tarde, más o menos a las 7 u 8. El cielo ya estaba oscuro, salpicado por pequeñas estrellas que semejaban diamantes. Estaba mirando por la ventana. No era capaz de llorar, pero sentía una tensión horrible. Parecía que se me hubiesen agotado las lágrimas. Josh me abrazó por detrás y me besó el cuello. No me inmuté. Tampoco dije ni palabra. Permanecí allí, muy quieta, observando la inmensidad del firmamento.

-Voy un momento al supermercado. Volveré en un santiamén.

Volvió a besarme. Yo no aparté la vista del cielo, por lo que Josh se fue, resignado. Pude oír claramente cómo se cerraba la puerta principal. Estuve largo rato en la ventana. No pude evitar permitir que me invadiesen los recuerdos, recuerdos desgarradores. Comencé entonces a escuchar voces… Voces que conocía perfectamente.

-¡¡Así que te escapaste por él de casa! ¿Eh? ¡Veo que no eres tan gilipollas como creía! ¿¡Pues sabes lo que te digo!? ¿¡Sabes lo que te digo!? ¡¡Que ya no te vas a escapar por él nunca más!!

-¡¡Que la puta de Emily no hace más que dar problemas!! ¡¡Atrévete a defenderla ahora!!

-¡¡Has matado a mi hijo!! ¡¡A mi hijo!!

-¡¡Suéltame, por favor!!

-¡¡Puta insolente!!

Todos aquellos sonidos se clavaban en mi cabeza cual si fuesen dagas ardientes. Me oprimía las sienes, intentando no seguir oyéndolos, pero todavía los oía más fuerte y mezclándose unos con los otros. Me fui, como pude, al baño, casi arrastrándome por el suelo. Un dolor inaguantable surgió de mi pecho, mientras seguía oyendo todos aquellos gritos, aquellos llantos. Me agarré al lavabo y cogí del mueble que se disfrazaba de espejo, alzándose ante mí, las pastillas que Josh me había recetado. Sin pensarlo demasiado, volqué unas cuantas en mi mano, que me temblaba, y me las tomé. Todas y casi sin masticar. A pesar de eso, el dolor seguía persistiendo, extendiéndose por los brazos. Volqué otras cuantas pastillas y también me las tomé. Pero ni todo eso me calmaba, ni hacía callar todas aquellas voces horribles:

-¡Las mujeres sólo servís para limpiar y parir!

-Es por tu madre. Tu padre la… la ha…

-¡¡No puede ser!!

-¡¡Ya no te vas a escapar por él nunca más!!

-Esto no me puede estar pasando.

-¡¡Has matado a mi hijo!!

-¡¡Atrévete a defenderla!!

-¡Asesino!

-¡Suéltame! ¡No! ¡¡No!!

-Ni tus hermanos ni tú vais a decir nada, ¿entendido?

Cuando me di cuenta, el botecillo de pastillas estaba completamente vacío. Lo dejé caer en el suelo, escandalizada. Me tapé la boca con las manos y me eché a llorar desconsoladamente. Poco tiempo estuve así, pues el efecto de los antidepresivos fue rápido, y pronto caí en el suelo, semiinconsciente, sangrando por la nariz. No era capaz de respirar, mi débil aliento parecía desvanecerse. Comencé a temblar, como si se congelasen cada una de mis venas. En mi cabeza todavía residían pensamientos evanescentes que nacían y morían en los rincones más inhóspitos de mi mente como si fuesen lenguas de fuego sofocadas por un frío helador. De repente, oigo una voz, como si se produjese muy lejos de mí.

-¡Emily!

Sentí como si alguien me tomase en brazos, sin levantarme del suelo, y me apartase el pelo de la cara. Aunque mi visión no era del todo precisa, logré distinguir a una persona: Josh.

-¡Emily! ¡Qué has hecho!

No pude responder. Era como si mi boca no albergase saliva y fuese incapaz de articular sonido alguno.

-¿Me escuchas? ¡¿Me escuchas?! ¡Si me escuchas, asiente! ¿De acuerdo?

Asentí débilmente, sin apenas mover la cabeza. Josh se percató enseguida de que había tomado las pastillas, al ver el envase en el suelo.

-¿¡Cuántas te has tomado!?

Su voz me sonaba distorsionada, pero noté enseguida su notable preocupación. Seguí siendo incapaz de hablar, por lo que Josh se apresuró a coger el móvil y llamar a urgencias:

-Oiga, necesito que manden una ambulancia enseguida. Tienen que atender con urgencia a una mujer en estado de shock. Tiene el pulso muy irregular. Dense prisa, por amor de Dios.

Dicho esto, y sin dejar de agarrarme ni un solo momento, colgó el teléfono y volvió a hablarme.

-Emily, tranquila. No va a pasarte nada.-dicho esto, colocó una de sus manos en mi pecho y añadió- Respira. Eso es. Respira.

A veces, por mucho que lo intentase, no era capaz de coger aire. El simple hecho de inspirar me causaba un dolor muy fuerte en las costillas, pero Josh insistía:

-¡No dejes de respirar! ¡Emily, no dejes de respirar!

A pesar de parecerme casi imposible, una frase salió de mis labios sin vida:

-Déjame morir.

-¡No, Emily, no morirás! ¡Pongo a Dios por testigo de que no permitiré que te mueras!

Josh seguía ordenándome que respirase, pero mi respiración comenzó a hacerse costosa y pesada. Pude sentir cómo sus lágrimas ardientes caían sobre mi piel como si fuesen gotas de agua cayendo sobre una flor marchita. Dejé de ejercer control sobre mi cuerpo. Notaba cómo la vista se me nublaba. El dolor insoportable que albergaba mi pecho se iba disipando muy lentamente. Todos los sonidos se distorsionaron y se fundieron unos con otros, aunque podía oír con toda claridad los latidos lentos y débiles de mi ya cansado corazón. Pensé que aquella era la mejor manera de pagar por mis pecados. Ahora veía lo inútil que sería luchar por mi supervivencia. Cerré los ojos muy despacio, resignándome a mi aciago destino, mientras escuchaba a lo lejos cómo Josh intentaba devolverme la vida…


Todo estaba muy oscuro. No sabría describir la sensación de serenidad que se había apoderado de mí. No me preocupé si seguía respirando, creí que no tendría por qué hacerlo. De repente, delante de mis ojos veo una luz. Una luz blanca, cegadora. Cada vez comienzo a ver con mayor claridad qué se esconde tras aquel radiante resplandor. “Emily, Emily”, una preciosa voz me llama. ¿Serán los ángeles? ¿Será Dios? ¿Será Satán? Todas mis dudas son contestadas en cuanto recupero la consciencia. Era Josh, que estaba a mi lado, cogiéndome de la mano. Mi miedo a la inminente muerte desapareció.

-Emily, ¿estás bien?-preguntó.

Su preocupación era claramente patente. Yo no contesté. Era evidente que había tocado fondo, muy fondo. Josh me acarició, a punto de deshacerse en lágrimas. Entonces, fui capaz de decirle, con un hilo de voz:

-Perdóname.

Las lágrimas comenzaron a fluir por sus mejillas como nunca antes lo había visto. Lo miré a los ojos muy fijamente. Me dolía verlo entristecerse por mi culpa.

-¿Por qué lo hiciste, Emily?-preguntó, con palpable angustia.- ¿Por qué? ¿Por qué no dejaste que te ayudase? ¡Podría haberte ayudado a superarlo!

Bajé la cabeza con sumisión. Estaba consternado y furioso por lo que había hecho, y no era para menos. Si hubiese hecho lo mismo que hice yo, creo que me habría muerto con él.

-Sé que la muerte de tu madre tiene mucho que ver,-prosiguió-¡pero mi padre murió hace dos putas semanas! ¡Y aquí me ves! Vida no hay más que una, Emily. En cuanto se te para el corazón ¡fuera! ¡Ya no hay segundas oportunidades! ¡No puedo creer que hayas podido… llevar a cabo un acto tan egoísta! ¡Piensa en tus hermanos! ¡Y en mí!

No pude contener más mi llanto. Con la cabeza mirando a las sábanas blancas que envolvían mi cuerpo frágil y enfermo, dejé que las lágrimas se deslizasen por mi rostro libremente. Entonces, Josh me agarró por la barbilla e hizo que nuestras miradas se cruzasen.

-Estuve a punto de perderte.-dijo- No sé qué habría hecho sin ti.

Acercó sus labios a los míos. Nos besamos, muy intensamente. La verdad es que lo deseaba con todo mí ser. Cuando nos separamos, y teniendo mi rostro todavía próximo al suyo, le dije, entre lágrimas:

-Soy una mala madre, Josh, y una hija pésima.

-No es cierto, Emily, y con mi ayuda tú también te darás cuenta de que no lo es.

Aquella frase me llenó de fuerza. Comencé a sentirme avergonzada de querer hacerlo, de querer acabar con mi vida. Me imaginaba lo que dirían los periódicos: “La mujer cuyo hombre mató a su hijo intentó suicidarse”, como si lo viese.

En cuanto salí del hospital, me dispuse a curarme, a salir de aquel infierno en el que estaba metida. En el hospital me habían recetado unos medicamentos muy fuertes, por lo que no tardaron demasiado en hacer efecto. Con el paso de los días comencé a comer algo, a dormitar, a reír. Mi piel fue recuperando su tono habitual, abandonando aquel blanco enfermizo y en mis ojos brillaba a veces una pequeña chispita de felicidad.

Un martes día 29, al salir del trabajo, ocurrió algo que me marcó, y nunca menor dicho, para siempre. Iba por la calle tranquilamente hacia casa. Llovía. No llevaba paraguas y me estaba mojando, pero me daba bastante igual. Venía pensando en lo que me había estado pasando aquellos días, y por muchas vueltas que le daba, parecía una horrible pesadilla, o una macabra jugarreta del destino. Me metí por una calle por la que nunca había ido por equivocación. Vagué por allí bastante tiempo, hasta que la encontré. Allí, en una humilde esquinita, había una tienda de tatuajes, que poseía enormes letreros luminosos. Me acerqué al escaparate sin titubear. Los dibujos que había expuestos eran sencillamente preciosos, algunos los encontraba llenos de furia y angustia, y por eso gozaba mirándolos. Entonces encontré uno. No era uno cualquiera, no, era uno de un ave, seguramente un fénix, que tenía clavados en su pecho puñales. Puñales encharcados de sangre. Sentí un impulso irrefrenable de entrar. El dependiente, que era un chaval joven, lleno de piercings y tatuajes por los brazos, me miró impresionado. Debía ser una de las pocas veces que entraba una mujer allí, y menos una mujer empapada a la que se le transparentaba la camisa blanca y se le veía el sujetador. Me acerqué a él.

-Perdone,-dije, señalándolo- ¿cuánto cuesta el tatuaje del escaparate, el del pájaro?

-El del… ¡Ah, ese! Costar, cuesta 400 dólares, porque ocupa la espalda de punta a punta… pero por ser usted se lo dejo en 200 dólares, ¿le parece bien?

Miré en la cartera. Por suerte, llevaba allí la tarjeta de crédito que Josh me había dado.

-¿Aceptan tarjetas?-pregunté.

-¡Claro! ¡Claro! Venga por aq…

-¡Espere!-interrumpí- Antes de nada me gustaría pedirle un favor…

El chico me miró con curiosidad.

-Sus deseos son órdenes, señorita.

-A ver… El pájaro que aparece ahí es un ave fénix, ¿me equivoco? Pues en lugar de eso, agradecería que me hiciese una paloma.

-Una… ¿paloma?

-Sí, y a poder ser, con tres puñales.

Tres puñales, ni uno más ni uno menos. Tres puñales que impiden sobrevivir a la débil paloma: su madre, sus hijos y ella misma. Tres puñales clavados eternamente en su corazón, pero ella aún sigue ahí, de pie, luchando, aguantando todo aquel dolor, aquel veneno, sin más ayuda que su propia fuerza de voluntad. Era como si aquel tatuaje estuviese hecho para mí.

-Está hecho, señorita.-dijo el dependiente, alardeándose.- Confíe en el menda. Antes querría hacerle un boceto para que viese los cambios…

-De acuerdo. Perfecto.-interrumpí.

Así lo hizo. Realmente el simple boceto parecía ya una obra de arte en sí. La paloma se veía de perfil, con tres puñales muy grandes clavados en su pecho. Le di mi visto bueno al diseño e hice que el chaval se sonrojase.

-Acuéstese boca abajo en esa camilla de ahí.-dijo, señalándola.

Sacó los instrumentos de bolsitas esterilizadas y se puso manos a la obra. En cuanto noté la aguja clavándose en mi piel creí que me moría del dolor. Él se percató enseguida.

-No es fácil pasar de 0 a 100 de golpe.-afirmó- Intente relajarse un poco, que está tensa.

Lo hice. Poco a poco fui dejando de notar un dolor tan fuerte. Mi cuerpo se fue acostumbrando a él. Sentía cómo los trazos de la paloma eran dulces y redondeados, y los de los puñales eran rígidos y duros. Percibí enseguida que la camilla en la que estaba se encharcaba de sangre. Me horroricé al principio, pero luego se me pasó. Si iba a morir, no iba a ser allí, de eso estaba convencida.

Tardó lo suyo en hacerme el tatuaje, pero al final lo consiguió. En cuanto terminó dejó que me lo viese en un espejo. La sangre no dejaba verlo con claridad, pero le di mi visto bueno de todas formas. Me lo tapó con una gasa y me cobró. Marché de la tienda satisfecha, sin pensar ni por un solo segundo en lo que me diría Josh cuando me viese. No tardé en salir de aquella calle y ubicarme. Logré llegar a casa. Entré y me fui a la habitación sin ni siquiera molestarme en encender la luz. Me quité la camisa, que estaba empapada de lluvia y sudor y, enfrente del espejo, levanté un poco la gasa, encharcada de sangre. Allí estaba, el reflejo de mi alma gravado para siempre en mi piel. Una sonrisa asomó de mis labios inconscientemente. Aunque el sudor rozaba la zona todavía sangrante y parecía irritármela, no era capaz de dejar de admirar su belleza. De repente oigo que alguien abre la puerta.

-¿Hola?

Es la voz de Josh. Volví a tapar el tatuaje y me apresuré en coger la camisa. Aún así, Josh fue más rápido que yo y me pilló de espaldas a la puerta intentando taparme.

-Emily, ¿qué te ha pasado en la espalda?-preguntó, preocupado.

-Eh… Verás, Josh… No es fácil de explicar…

Vi su inquietud desmedida en el reflejo de sus ojos. Sin añadir nada más, me quité la gasa y se lo mostré. Me miró boquiabierto, creo que si le hubiese arreado un guantazo, no iba a sorprenderlo más.

-Me lo hice hoy, en una tienda que está en una calle cerca del trabajo.-dije, pues él no abría la boca.- Siento no haberte dicho nada, fue un arrebato, no sé si me…

-No…Me parece que… Te entiendo.-dijo, titubeante.

Había estado mirando el tatuaje con todo detalle, como solía hacer con todo. Supongo que comprendió el valor simbólico del dibujo, por eso, en lugar de echarme uno de esos sermones sobre los inconvenientes de los tatuajes y todo ese rollo, me dijo:

-Es precioso.

Me agarró por la cintura. Yo me dejé llevar. Al contrario que con Robert, con él no tenía ningún tipo de miedo, me conocía a la perfección. Era capaz de coger todo lo malo que había en mi mente y convertirlo en algo completamente hermoso. Comenzamos a besarnos con pasión. Nuestras lenguas parecían fusionarse y convertirse en una sola, que danzaba sin cesar por nuestros labios. Sus manos acariciaban mis caderas muy sensualmente. Yo lo agarraba del pelo, sin llegar a hacerle daño. Él me acostó, muy despacio, en la cama, sin dejar de besarme ni por un segundo. Se me olvidó el dolor de la zona todavía sangrante cuando sentí cómo me desabrochaba el sujetador. Yo le quité la camisa ardientemente y desabroché sus pantalones mientras él hacía lo mismo con los míos. Todas las sensaciones negativas que había experimentado con Robert en aquella inexperta e inocente primera vez se habían convertido en un auténtico paraíso sensorial, en el que cada caricia, cada beso frío, hacían que me estremeciera. Al acabar, nos quedamos completamente dormidos, tapando nuestros cuerpos simplemente con una fina sábana blanca. Después de eso, comprendí perfectamente por qué a ese acto tabú que es el practicar sexo, también se le llama hacer el amor.

2 comentarios:

  1. en serio que tes un talento alucinante. as túas descripcións son escuestas e cheas de forza. sigue escribindo que tes moito que dar de ti.
    o teu dominio do tempo, aparte non é algo que se poida aprender
    naceches para esto e para moitas outras cousas
    FER

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  2. De nuevo un capítulo precioso :)
    Y el tatuaje fue una gran idea, por lo menos a mi me encantan, especialmente por su valor simbólico.

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