viernes, 17 de julio de 2009

El lugar donde no vuelan las palomas, Capítulo VII- Mensajeras de la muerte (1ª parte)


Mi primera semana en nuestra nueva casa fue, quizás, una de las mejores de mi vida. Adoraba ver cómo no era yo sola la que me ocupaba de la casa, si no que Josh colaboraba y me hacía el trabajo muchísimo más llevadero. Y las noches… ¡Qué noches! Pero bueno, eso ya es personal. Pero la felicidad tiene un precio.

Fue el día 15 de marzo, un día lluvioso y horrible, mientras Josh y yo cocinábamos, cuando recibí una llamada. El teléfono de la sala de estar sonó como si fuesen chillidos de dolor de un alma penitente.

-Atiendo yo.-dije, inocente- No dejes que se pasen los espaguetis, ¿eh? Si ves que tal, tira uno a la pared, a ver si están hechos.

Me dirigí a la sala, secándome las manos con un trapo.

-¿Les echo la salsa ya?-preguntó Josh desde la cocina.

-Todavía no, eso al final.

Dicho esto, cogí el teléfono, esperando que fuese la llamada diaria de mamá para saber qué tal estábamos. ¡Qué equivocada estaba!

-¿Sí?-pregunté, contestando al teléfono.

-Emily, ¿eres tú?

La reconocí. Era Liza, mi hermana más pequeña. La voz le temblaba, y la escuchaba respirar fuerte. Estaba… ¿llorando?

-¡Claro que soy yo! ¿Qué pasa?

-Es mamá… Ella…

Mi corazón comenzó a palpitar.

-¿Mamá?-grité, fuera de mí- ¿¡Qué le pasa a mamá!?

En ese momento, Josh llegó a la sala y me abrazó por detrás. Yo ni siquiera reparé en eso. Estaba escuchando atentamente lo que me decía Liza, ahogándose en sus propias lágrimas. Cuando hubo acabado, dije, quizás sin pensarlo demasiado, con ira desmedida en la voz:

-¡Maldito hijo de puta! ¡Me cago en la madre que lo parió!

Josh me miró extrañado, aunque creo que sabía a quién me estaba refiriendo.

-¡Liza, cariño! ¿Sigues ahí?-dije, alarmada-¿Dónde estáis?... … Ahá…Ahá… De acuerdo. Voy ahora mismo, ¿entendido? Un beso. Hasta ahora.

Colgué el teléfono, dejando caer mis brazos a lo largo del cuerpo. Josh me besó en el cuello.

-¿Qué te ha dicho?-preguntó.

-Mi padre… Le ha…

Apenas era capaz de relatar lo que Liza me había contado. Josh me acarició la mejilla.

-Mamá está ingresada en el hospital St. Bleeding Mary.-dije al fin- Está en la ciudad, cerca del materno en el que nacieron mis hermanos, así que sé indicarte más o menos el camino. Necesito que me lleves a allí.

Y así lo hizo, dejando los espaguetis en el congelador, para comerlos cualquier día. La verdad es que en cuanto oí la voz de Liza al otro lado del teléfono, se me pasó el apetito. Nos metimos en el coche y nos encaminamos hacia el hospital. El camino me resultó bastante largo y angustioso, pero al final logramos encontrar el sitio.

Afortunadamente encontramos aparcamiento cerca de la entrada. Salimos del coche y entramos en el hospital, separándonos del movimiento y la vida de la calle e introduciéndonos en un lugar de tristeza y desesperación, donde las camillas con enfermos a las puertas de la muerte iban y venían sin cesar por delante de mis ojos. Nos acercamos a recepción y pregunté, con muchísima más cortesía y serenidad que la última vez:

-Disculpe, ¿podría indicarme cuál es la habitación de la señora Rose Gray?

La recepcionista, muy amable, me contestó:

-Sí señorita. Es la habitación 123, en la segunda planta, al final del pasillo. Si ve que no la encuentra, pásese por aquí y la acompañaré personalmente.

-Muchas gracias.

Dicho esto llamamos al ascensor. Al ver que tardaba, combinado con mi claro nerviosismo, me encaminé a las escaleras y las subí corriendo, oyendo los pasos de Josh detrás de mí, pues, evidentemente, me seguía. Pronto di con la habitación. El letrero de hierro con el número 123 hizo temblar mi pulso cuando me disponía a abrir la puerta. ¿Cómo me la encontraría? Y lo que más me intrigaba, ¿con quién me encontraría?

Abrí la puerta despacio, asomando un poco la cabeza. A lo contrario que pude pensar, y acorde con lo más lógico, en la habitación solamente estaban mis hermanos y, por supuesto, mi madre. No sé por que llegué a pensar que mi padre podía estar allí. Quizás porque me moría de ganas de decirle cuatro cosas a la cara, de poder decirle claramente, y por primera vez en mi vida, el desprecio y la repulsión que siempre sentí hacia él. Seguramente fue mejor así.

Mamá estaba acostada en aquella cama incómoda de sábanas blancas, con uno de esos incómodos mandilitos que te ponen en los hospitales y que parecen hacerles publicidad de la manera más grotesca del mundo. Yo estaba tan conmocionada que no había abierto la boca. Eso sí, era indudable la chispa de felicidad que brilló en los ojos de mi madre en cuanto me vio entrar por la puerta.

-¡Emily!-exclamó, a punto de echarse a llorar-¡Sabía que vendrías!

Me fui a su lado casi corriendo y la abracé, deshaciéndome en lágrimas. Siempre temí que esto sucediese, pero intentaba pensar en otra cosa. Y ahora que había sucedido lo único que se me pasó por la cabeza fue ponerme a llorar como una boba.

-Mamá,-dije al separarnos- ¿cómo estás?

-Mejor, mejor.

-¿Qué te hizo?-le pregunté, simplemente y sin pararme a pensar en el daño que podía estar haciéndole.

Resignada, pero quizás un poco agradecida por poder contármelo, me enseñó aquellas heridas enormes y algunas todavía sangrantes: Dos en la espalda, cuatro en las piernas, tres en los brazos y una descomunal en el pecho. Me horroricé.

-¡Ese hijo de puta! ¡Capullo de los cojones! ¡Como lo pille lo voy a matar!

Evidentemente no pensé lo que dije.

-Emily, por favor, no hables así de tu padre.-sentenció ella, bajando la cabeza.

-¡Ni por favor ni hostias, mamá! ¡Esto ha pasado de castaño oscuro!

-Emily, por favor. Haz el favor de dejarlo ya.

Me mordí la lengua. No le dije todo lo que pensaba sobre él, ni todo lo que llegaría a hacerle si estuviera allí, aunque yo acabase muerta, pero vi que le hacía sufrir y me callé. En ese momento entró Josh en la habitación, que creo que estaba aún más amedrentado que yo.

-¿Se puede?-murmuró.

-¡Josh, has venido! Eres todo un caballero. Me da la impresión de que mi hija está aprendiendo, ¿eh?

Josh sonrió agradecido. Sé perfectamente que la última frase se refería a Robert. Mamá nunca sintió mucho cariño hacia él, y todavía menos después de lo que había pasado.

-¿Y se encuentra usted mejor?-preguntó Josh.

-¡Ay, no me tutees, que me haces sentir mayor!-respondió ella, soltando una modesta carcajada. Hacía tiempo que no la veía reír- Pero sí que estoy mejor, sí.

Las horas parecían nacer y morir caprichosamente. Josh y yo nos pasamos la tarde en el hospital. El cielo oscurecía lentamente, como si alguien hubiera derramado encima tinta negra que se extendía poco a poco. Cuando ya comenzaba a ser de noche, Josh me sacó afuera de la habitación.

-¿Qué pasa?-pregunté.

-¿Quieres que nos quedemos o nos vamos y volvemos mañana?

-Josh, no hace falta que te quedes.-respondí, acariciándole la mejilla y mirándolo a los ojos llena de amor.- Yo me quedaré aquí algunos días, pero no voy a arrastrarte a ti.

-No me estás arrastrando, princesa. Quiero estar contigo.

-Tengo que cargar con esto yo sola, mi amor. Debo hacerlo. Aún así, agradezco…

-No tienes que agradecerme nada.

Dicho esto, me besó. Delante de todos los médicos, delante de todos los enfermos. Sus miradas se clavaban en nosotros como cuchillos, pero el amor combate al dolor. Yo sostenía su rostro entre mis manos mientras él me agarraba por la cintura y me acercaba a sí. Nos separamos, pero no nos soltábamos. Ninguno de los dos quería que aquel momento se terminase nunca. Fui yo la que le dije con mucha dulzura:

-Vete a casa, Josh. Necesitas descansar.

-¿Y si te…?

-Si me pasa algo te llamaré, no te preocupes.-interrumpí.

-Volveré mañana.-dijo, arrimando su frente a la mía.

-Te esperaré.

Entonces nos separamos. Contemplaba con tristeza cómo se alejaba de mí y lo perdía de vista entre todas aquellas personas. Entré en la habitación, resignada. Cuando todos mis hermanos estaban dormidos, mi madre aprovechó para decirme:

-Menudo beso te plantó antes tu chico.

-¿Lo viste?-pregunté, un poco preocupada.

-¿Qué si lo vi? ¡Creo que lo vio todo el hospital!-dicho esto, comenzó a reír- ¡Lo estarán comentando días! Pero no te estoy criticando ni nada, cariño. Hacéis bien en expresaros, sois jóvenes todavía.

Yo esbocé una sonrisa. Mamá nunca había estado tan contenta, y sospecho que era por la ausencia de quien le arrebataba la felicidad.

-Eso sí, me fijé antes de que la enfermera esa rubita que vino a cambiarme el suero, ¿te acuerdas? No le quitaba ojo al culo de Josh. ¡Ji, ji! ¡Así que vigílalo bien!

-Si vuelve a hacerlo le diré: “a mirarle el culo a tu santa abuela, niña, que este ya está fichado”.

Mi madre se moría de risa. Mis hermanos no se despertaban ni a tiros, estaban muy cansados.

-Eres tremenda.-murmuró ella sin dejar de reír.

Al cabo de poco, dejo de sonreír y me dijo:

-Pero ten cuidado, princesa. No quiero que vuelvan a hacerte daño otra vez. Me niego a que sigas mis pasos y que te pase esto.

-Mamá, no pienses en eso.

-Te lo digo para que no empieces a creer que vivir con un hombre es un camino de rosas. Yo lo pensé, y fíjate. Es un camino de espinas, empinado y llevando una cruz a cuestas.

Observé que una lágrima se deslizaba lentamente por su mejilla. Se me encogió el corazón. Se cubrió la cara con las manos, para amortiguar su llanto, mas era inútil.

Mientras estaba en el coche no pude evitar pensar si, como ya han hecho infinidad de veces, habían discutido por mí. Era lo más probable, teniendo en cuenta todo lo que me estaba pasando. No pude evitar preguntárselo, pues tenía una sensación de culpabilidad insoportable.

-Mamá, quiero que me contestes sinceramente, ¿por qué te pegó?

-Y… ¡Y yo qué se! Por lavarle mal una camisa, por hacer la comida demasiado salada… Pudo ser por cualquier chorrada. Yo no estoy en su mente.

-Mientes.-sentencié- Apuesto a que discutió contigo. Y aún diría más, apuesto a que fue sobre mí y sobre Josh, o sobre mi divorcio.
En ese momento entró una enfermera, interrumpiéndonos. Esta era una morena, que ya conocía yo de venir a la habitación más veces. Mujer de pocas palabras. Simplemente le inyectó algo a mi madre, seguramente un calmante fuerte. Noté en su rostro muchísima tristeza. En aquel momento deseé haberme callado la boca y no haber mencionado el tema. En cuanto la enfermera se hubo marchado, mi madre sostuvo mi rostro entre sus débiles manos, perforadas por el suero, y me dijo, muy bajito:

-Eres lo que más quiero en este mundo, diga lo que diga tu padre. Por ti es por quién todavía estoy viva.

Me estremecí. Estaba a punto de echarme a llorar. Mamá me besó en la mejilla y comenzó a quedarse dormida. Yo, por el contrario, no pegué ojo en toda la noche.

Exactamente cuatro días más se quedó mamá en el hospital reponiéndose de las heridas, que fue lo equivalente a cuatro días sin trabajo y cuatro días oyendo constantes chismorreos sobre “la hija de la de la 123 y su novio”. Mamá se moría de risa cuando me lo contaba. Mis hermanos asumieron bastante bien la estancia de nuestra madre en el hospital. El que peor se lo tomó creo que fue Thomas, que si podía no se movía de mi regazo en todo el día.

El día en el que le dieron el alta mamá estaba feliz, muy feliz.

-Lo que más adoro es quitarme esta mierda de batita que no me cubre ni el coño y darles a todos a tomar por culo.-me dijo mientras se vestía.

Salió del hospital como una mujer nueva. Llena de heridas por todos lados, pero nueva. Hasta llegué a notar un aspecto saludable en su rostro.

-¿Os acercamos hasta casa?-dijo Josh.

-No hace falta, gracias. Cogemos un bus que pasa por la plaza de aquí al lado y nos deja cerca de allí.

-Piénselo bien.-insistió.

-No, gracias. ¡Ay, princesa, que pesado es tu chico! No sé cómo lo aguantas.

-¡Eh!-refunfuñó Josh- ¡Emily, dile algo!

Yo no pude intervenir. Me meaba de risa.

-Bueno, pues ya tendremos que despedirnos.-dijo mamá.

Dicho esto, le dio dos besos a Josh.

-Adiós, encanto.-dijo ella.

-Adiós, generosa.

Mi madre se acercó a mí mientras se reía. Me abrazó fuerte.

-Adiós, cariño.

-Cuídate, mamá.

Después de las despedidas, nos fuimos cada uno por nuestro lado. Aunque mamá gritó en la lejanía:

-¡Emily! ¡No dejes que conduzca Josh, que es capaz de dar cinco vueltas a la manzana antes de marchar!

-Je, je, je. ¡Qué graciosa!-dijo Josh con sarcasmo.

Me gustaba el buen rollo que había entre ellos. Realmente nunca había visto a mi madre de este modo; tan sonriente, tan alegre, tan dicharachera… Me metí en el coche con una sonrisa en los labios. Creía que todo iba a mejorar para ella, pero cuán equivocada estaba.

Al llegar a casa, Josh y yo nos comimos los espaguetis congelados que habíamos dejado.

-Habrá que terminar lo empezado.-dijo él.

-A ver cómo saben.

No estaban del todo mal. Eso sí, la salsa la volvimos a hacer. ¡Y vaya risas en la cocina! Era grandioso cocinar con Josh. Comimos hablando de todo lo que me había pasado en el hospital: de los cotilleos, de la enfermera rubia… Josh reía sin fin.

-¿De verdad que la rubia esa…?-decía-¡Oh, Dios! ¡Te prefiero a ti mil veces!

Realmente, nadie lo pasa bien en un hospital, pero este caso había sido una excepción.

Nos acostamos tarde, alrededor de la una de la madrugada. Yo estaba agotada, y Josh me figuro que lo mismo. Y aún por encima tenía que ponerme a trabajar al día siguiente… O al menos eso creía.

Las horas esta vez pasaban veloces como si fueran aviones surcando el cielo estrellado. De repente, a las 6 de la mañana, sonó el teléfono. Yo abrí un poco los ojos, pero fue Josh quien dijo, con voz cansada:

-Cojo yo.

Escuché atentamente lo que decía. Me lo sé de memoria ya de tantas veces como lo repetí mentalmente:

-¿Sí?... Sí, es esta la casa, ¿con quién hablo?... … No… per… ¿Cómo ocurrió?... … … Entiendo… Entonces se lo comunicaré. Muy amable. Buenas noches… Buenas noches.

En ese momento colgó. Yo me desperecé y le pregunté:

-¿Quién era, cariño?

2 comentarios:

  1. lo dee siiempree! (:

    PRECIOSOO! *-* qieroo la segunda parte ya :D

    estee haa teniido de todoo risas & llantos peroo me siigue gustando!

    graciias por seguir escribiendo! ^^

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  2. No se porque pero tengo un mal presentimiento respecto a esa llamada...

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