domingo, 12 de julio de 2009

El lugar donde no vuelan las palomas, Capítulo I- Presentación



Mi nombre es Emily Gray.

Provengo de una familia bastante numerosa y muy humilde. Humilde en todos los sentidos, no sólo en el económico. Soy la mayor de 5 hermanos, arrebatándole a mi padre en el simple acto de haber nacido el deseo de tener un primogénito varón; aunque siempre me aseguré de no cumplirle ningún deseo a ese hombre. Nunca llegó a tratarme como a una verdadera hija; ni a mí ni a mis hermanas. Probablemente, de todos modos, yo era la que más trabajaba: fregaba, hacía las camas, ayudaba a mi madre, cuidaba de mis hermanos… Y después, pero sólo si tenía tiempo, hacía mis tareas del colegio. Me tenía una especial rabia. Y mi madre, aunque se esforzaba en defenderme, tenía que mantenerse miles de veces en silencio.

Continué mis estudios, contra viento y marea, hasta que tuve la oportunidad de ir a la universidad, pero mi padre me detuvo. “Las mujeres solo servís para limpiar y para parir” me dijo. Recuerdo con claridad ese día. Estaba disgustadísima, más de lo que lo había estado nunca. Me escapé de casa y me fui a la casa de Robert, mi primer amor. Era compañero mío de clase. Nos habíamos besado ya muchas veces, incluso delante de los profesores, y lo que era más, de los otros alumnos, pero todavía no tenía el coraje suficiente para dar el gran paso.

Llamé al telefonillo dos o tres veces. Estaba demasiado nerviosa como para darle tiempo a reaccionar. Llovía, y no tenía paraguas. Poco después abrió la puerta. Me recibió en bata.

-¿Emily? ¿Qué haces aquí?

Noté asombro en su voz. No se lo esperaba.

-Es que… yo…

No era capaz de hablar. Me estaba muriendo de frío.

-Ven adentro, o te vas a resfriar.

Le obedecí. En ese momento no era consciente de mis actos. Me dejaba llevar. La casa de Robert era bastante pequeña: una cocina, un baño, una diminuta sala de estar y una habitación con una cama de matrimonio. Robert vivía sólo, sus padres le habían comprado el pisito en cuanto cumplió la mayoría de edad, y él estaba encantado.

-Ven, siéntate y cuéntamelo todo.-me dijo, señalando la cama.

Yo se lo conté. Puede que no debiera hacerlo. Nadie tenía por qué saber cómo era mi padre, su carácter machista y retrógrado, pero creía que Robert era distinto. Lo creía.

-¡Robert! ¡Tienes que salvarme! ¡Tienes que alejarme de él!-grité, agarrándolo por las solapas de la bata.

No pensaba en lo que estaba diciendo. Quizás en otra situación hubiera moderado mis palabras, pero me sentía tan despechada. Me eché a llorar en sus brazos. Lloré, lloré, lloré como nuca antes lo había hecho. Al cabo de un buen rato logré tranquilizarme. Robert me abrazaba fuerte.

-Em, comprendo que te pongas así. Lo que ha hecho tu padre es sencillamente repugnante…

Yo escuchaba. Lo escuchaba con toda mi atención. En ese momento, Robert cogió mi cara agarrándome suavemente la barbilla y la levantó un poco.

-Puedes venir a vivir aquí.-sentenció- Tu padre no puede decirte nada, ya tienes la mayoría de edad.

-Pe… pero… ¿Tú me dejas?

-Pues claro, Em. Somos novios, ¿o es que ya no lo recuerdas?

Sonreí. Luego, me dejé llevar otra vez, aunque ahora sentía como si fuese de trapo, como si dentro de mí no hubiese nada más que suave algodón. Las manos de Robert recorrían mi cuerpo como serpientes venenosas a punto de picarme, pero yo disfrutaba, ¡disfrutaba! De repente, el corazón comenzó a latirme fuerte, muy fuerte. La lengua de Robert se deslizaba por mi cuello. ¿Quién podía resistirse? Sentía dolor, en la barriga, mucho dolor, pero lo contrarrestaba un enorme placer. La piel se me ponía de gallina. Tenía una sensación muy fuerte de ahogo, no podía respirar, hasta que todo aquello cesó. Cesó después de largo rato. Percibí enseguida mi desnudez. ¿Lo habíamos… hecho? ¿Robert? ¿Yo? Realmente nunca me habría imaginado que perdería la virginidad con él.

-Estuvo bien, ¿eh?-me dijo, cogiendo una cajetilla de tabaco- ¿Quieres un pito?

Yo asentí. Me lo colocó el los labios y me lo encendió.

-Que, ¿feliz?-preguntó.

-No, tuya.

-Entonces cerramos el trato, ¿a que sí?

-Supongo que sí.

Nos besamos. En su aliento estaba impregnado un fuerte sabor a tabaco rubio. En el mío también, así que no me importó. Luego, apagamos la luz. No tardé en dormirme.

Al día siguiente les comuniqué a mis padres mi decisión. En cuanto llegué a casa, me dispuse a hacer la maleta. Mi madre no dejaba de llorar, y de preguntarme si quería que me ayudara. Yo siempre le negaba esa ayuda, más que nada para no estar mucho con ella. Me dolía tanto verla así. Yo siempre había sido su niña, su ojito derecho, su vía de escape de la tiranía de mi padre. ¡Cuantas veces no se tiene encerrado en el cuarto de baño a llorar! Su piel blanca estaba marcada, por los golpes que le asentaba él, pero nunca la oí quejarse. Ella siempre había querido educarme de un modo diferente a ella. “No quiero que llegues a ser como yo, princesa. Te mereces otra vida.” Siempre intentó protegerme de hombres como papá, pero si caí en sus redes, no fue culpa suya.

En cuanto acabé de hacer el equipaje, me despedí de todos: de mamá, de Liza, de Lorelay y de Thomas. Mi pequeño Thomas. Era el más pequeño, y el único hombre de verdad en nuestra familia. Él nunca sería como mi padre, no, Thomas era un cielo.

Como ya he dicho, mi padre quería un heredero varón, por encima de todo, entonces, le obligó a mi madre a concebir y concebir, hasta que nació Thomas. Además de las hermanas que ya he mencionado, tuve otras dos: una de ellas nació muerta, y la otra murió a los 4 años, cuando yo tenía 5. Se llamaba Amy. Leí una vez que Amy significa amada, bonita. Y Dios sabe que era bonita, era preciosa. Tenía unos rizos rubios que brillaban como rayos de sol, y los ojos azules, grandes, como canicas. La adoraba. Éramos inseparables, siempre jugábamos juntas y hasta íbamos en el mismo colegio. Pero un día estábamos en el jardín de nuestra casa, jugando con una cometa… Lo recuerdo como si fuese ayer. Íbamos con el mismo modelo de vestido, pero el suyo era azul y el mío, rojo. La cometa era rosa, con unas mariposas amarillas. Mamá nos la había comprado, por las buenas notas. De repente, una ráfaga de aire enganchó la cometa en un árbol, un manzano que había cerca de los columpios. “Voy a cogerla” dijo Amy, con aquella vocecilla de ángel. Debí habérselo impedido, pero era demasiado pequeña como para comprender que podía hacerse tanto daño. Trepó el árbol con mucha agilidad, parecía una profesional. Al llegar a la rama donde estaba la cometa, estiró el brazo para cogerla, pero estaba demasiado lejos. “Voy a decirle a mamá que nos ayude” dije. “¡Espera, Emily, que casi la tengo!” Luego, todo ocurrió muy deprisa, lo suficiente para que escapara a mi control. La rama cedió, el pié de Amy resbaló… En cuanto me di cuenta, estaba en suelo. No se movía. “¿Amy?” dije, asustada. No hubo respuesta. En ese momento, mi madre, que había oído el ruido producido por la caída desde la cocina, se presentó en el jardín. Se llevó las manos a los labios. Algo iba mal. Muy mal. “¡¡Amy!!” gritó. Se acercó a ella y la tomó en brazos. Pude ver, horrorizada, que en la cabeza de Amy había una herida enorme, la más grande que había visto, y goteaba sangre. “¡Amy! ¡Mi niña! ¡Háblame! ¡¡Por amor de Dios, responde!!” Comencé a temblar. Había sucedido algo que no podía comprender. ¿Por qué Amy no se movía? ¿Por qué estaba mamá llorando? ¿Por qué tenía los ojos cerrados? Al principio llegué a pensar que se había dormido, pero me percaté enseguida de que no despertaba. Cuando mamá venía por las mañanas para levantarnos, Amy era la primera en levantarse. Mi madre seguía abrazándola fuerte, como si con su angustioso abrazo, con el calor de su cuerpo, pudiese devolverla a la vida. Mamá lo pasó realmente mal para explicarme lo que acababa de pasar, que Amy se había ido y que nunca más iba a poder verla. Me dijo que estaba en el Cielo, y que estaría muy feliz, pero yo nunca llegué a aceptarlo.

Volviendo al día en el que me fui de casa, a lo cuál no me atrevería a llamarle independizarse, no por ahora. Me despedí, como ya dije, de todos, en la entrada de la casa. Bueno, no exactamente de todos, a mi padre no le dije adiós, simplemente lo miré con el mismo desprecio con el que él me miraba a mí. Robert estaba fuera, sentado en su coche, esperándome. Metí el equipaje en el maletero y me senté al lado de mi novio. El coche arrancó suavemente y nos fuimos distanciando del que había sido mi hogar durante tantos años, viendo como las manos de mis hermanos se despedían de mí y desaparecían en la lejanía.

3 comentarios:

  1. (: (: (:
    ME ENCANTAA!!

    ES PRECIOOSAA!! (nunca escriboo en mayusculaas peroo es que me encantaa!! ^^ )

    tiaa, te lo has currado un montón, me encantaa! ^^

    (:

    FELICIIDADEES DE NUUEVOO!! ^^

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  2. Mola m8 m8 tou dacordo ko tipo ese currachela m8 temos k kdar ou falare aljun dia detes eh¿?

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  3. Vaya, una historia muy tierna a la par de dura...
    Por cierto la elección de la música me encanta y le pega mucho a esta historia ^^

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