domingo, 21 de febrero de 2010

El Lugar Donde No Vuelan Las Palomas: Capítulo XXVII- El síndrome del Lecho Vacío



Come to bed, don’t make me sleep alone
[1]
(…)
Never wanted it to be so cold
Just I didn’t drink enough to say you love me.


Lithium-Evanescence


Nada. No había nada a mi alrededor. Se desvanecieron los árboles, la calle, la noche. Todo. Lo único que me envolvía era un halo blanco de niebla, que imposibilitaba mi visión. Estaba sola. Hacía frío. ¿Por qué demonios hacía tanto frío?

-¿Hay alguien?-alcé la voz, intentando ser oída.

Mi eco es la única respuesta. El vestido blanco que portaba se movía como si formase parte del ambiente, confundiéndose con él. Se me congelaban los brazos, las piernas, la cara. Mis manos oprimieron mi pecho instintivamente. Me dolía cada latido que emanaba mi corazón. Intenté gritar de nuevo, pero mi garganta parecía estar recubierta de hielo, y no ser capaz de articular ni el más primitivo sonido. Quise morirme allí mismo.

De repente, una sombra. Sabía de quién era aquella sombra, la había visto muchas veces. Tantas, que la imagen de su rostro se proyectó en mi mente.

-¡Terry!

Corrí hacia él lo más rápido que pude. Bajo mis pies, cientos de cristales invisibles me los cortaban, herían, sangraban. Pero yo no cesé en mi carrera. Sólo él podría paliar mi dolor, y hacer que desapareciese aquel frío. Parecía estar cada vez más lejos, y la niebla seguía impidiendo que viese con claridad. Seguí. No podía más, me dolía. Seguí, jadeando. En cuanto me encontré detrás de él, lo abracé con fuerza. Apoyé la cabeza en su espalda, buscando allí descanso. Con mis manos cruzadas en su pecho, le agarré la camisa con fuerza. Necesitaba notar su tacto, sentir que estaba allí. Se dio la vuelta. Nos miramos. Volví a agarrarle la camisa.

-Terry, quiero que me mientas. Necesito que me mientas. Dime que tú no hiciste nada de eso, que conseguiste el dinero de cualquier otra forma. Me lo creeré todo, lo prometo, y cuanto más grande sea la mentira, con más gusto me la voy a creer. Dime que te tocó en la lotería, o que te lo prestó un amigo. Por favor.

Una expresión nula se dibujó en su rostro. Sus ojos me miraban con frialdad, como si no hubiese vida en ellos.

-Terry, dime algo.

El más absoluto de los silencios se hizo en aquel páramo.

-¿Por qué no hablas?-comencé a llorar. Mi tono de voz se elevó.

Mis lágrimas suplicaban una sola palabra de su boca, pero no la conseguí. Simplemente siguió observándome. Bajé la cabeza. No se me ocurría modo alguno de hacer que me contestase, ni que me dijese algo, lo que fuese. Erguí suavemente la mirada.

-Dime al menos que me quieres.

Se aproximó entonces a mí. Lo abracé sin dejar de llorar. Lejos de cumplir mi deseo, comenzó a besarme el cuello, con mucha suavidad; aquella que le caracterizaba. Me mordí los labios. Seguía sin poder oírle hablar. De repente, sentí cómo se caía mi vestido al suelo, dejándome desnuda, dejándonos a ambos. La niebla blanca era ahora nuestra única ropa, lo único que podría guarecernos del frío. Su lengua comenzó a lamerme las lágrimas, como si tuviese sed. Me besó luego el pecho, que dejaba entrever mi corazón palpitante en mi piel transparente. Lo abracé, acerqué con mis manos su cabeza hacia mí, mirándolo, sollozando aún. Esperé, como una ingenua, aquella respuesta, aquella declaración que le había pedido. Pero él permaneció allí, acariciándome el sexo con sus largos dedos, haciendo que me excitase, besándome el corazón, provocando que latiese más fuerte. Su saliva me envolvía, como si con ella quisiese tejerme un segundo vestido. Aunque yo seguía llorando, y respiraba fuerte.

-¡Eh!-se oyó entonces.

Era un grito estridente. Cogí a Terry por los hombros y lo levanté, para poder envolverlo en mis brazos, amedrentada.

-¿Qué ha sido eso?-dije, temblando.

No obtuve respuesta, pero la preocupación parecía hacerse patente en su rostro. Miraba de un lado a otro y me abrazaba con fuerza.

-¡Eh!-un segundo chillido, todavía más fuerte, flotaba en el ambiente.

Me acerqué todavía más a él. Lo miré. Agarré con contundencia una de sus manos, intentando que no me dejase sola ante el eminente peligro. Él también ejerció presión sobre la mía.

-Tengo miedo, Terry.

En cuanto pronuncié esas palabras, aquella mano que sostenía, se convirtió en arena, al igual que todo su cuerpo, en apenas unos segundos. Ningún quejido de dolor salió de sus labios. Simplemente, un suspiro. Miré aquellos restos aterrorizada. Me llevé las manos a la cabeza. Una ilusión, sólo había sido eso. Había dejado que me amase un montón de arena, un espíritu, nada.

-¡Eh!

Me agarré con fuerza el pelo, mientras miraba hacia los lados, llorando. Estaba más cerca. Estaba desnuda, desprotegida y vulnerable ante cualquier amenaza.

-¿Qué quiere de mí?-grité.

-¡Despierta!

Abrí los ojos, lentamente. Estaba en el parquecito, sentada en el mismo banco que aquella noche. Y aquel que me llamaba era simplemente un basurero, de unos 40 años que no dejaba de moverme de un lado a otro. Todo había sido un sueño, una pesadilla. No había ningún inquietante lugar frío y blanco, no había ninguna voz que amenazase con hacerme daño, mi piel no era transparente, ni dejaba entrever mi corazón; y quizás lo que más me alivió, no existía ningún Terry que se convirtiese en arena. Eso sí, igualmente no podría hablarme. Seguramente aquello había sido producto de las intensas emociones y las dolorosas imágenes que habían surcado ayer mi retina. El basurero me miraba de mal humor.

-Levántese, aquí no queremos vagabundos.-me conminó.

-Oiga, yo no soy ninguna vagabunda.

Desvié inconscientemente la mirada hacia mi ropa. Estaba manchada de sangre. Al tocarme la nariz confirmé que había tenido una hemorragia.

-Y aún por encima, yonky. Lo que nos faltaba.-seguramente había pensado que aquella sangre era resultado de la cocaína.- Anda, fuera de aquí antes de que llame a la policía.

Me levanté, y me di la vuelta, incorporándome a la calle. Aquel sueño me había parecido tan real, que era como si realmente fuese Terry quien me estuviese acariciando, quien me besaba, aquel que me abrazaba con dulzura, con ímpetu. Me agarré los brazos, intentando imitar aquella sensación, pero no era lo mismo. Me dirigí al banco, a retirar el dinero. Apenas eran las 7 y cuarto. Me llevó unos 5 o 10 minutos en llegar al parque. Me senté en un banco, embadurnada aún de sangre. Nuestro contacto estaría al caer. Intenté no parecer sospechosa, y escondí el sobre con el dinero tras mi espalda. Sin más previo aviso, un hombre, moreno, aproximadamente de la edad de Terry, se plantó delante de mí.

-¿Eres Emily?

-Sí.

-Soy el navajas. Vengo a recoger el…ejem… el ese.

-La pasta, ¿verdad?-dije, entregándole el sobre.

-No lo digas tan alto.

En cuanto lo agarró, optó por esconderlo en el bolsillo.

-Ernesto es un tío de palabra. No volverá a hacerte nada. Eso sí, no le cuentes esto a nadie o será peor.

-Tranquilo.

Se dio la vuelta para marcharse. Me levanté yo entonces y lo agarré por un brazo. Me miró, frunciendo el ceño.

-¿Qué tienes?

-¿Podría preguntarte una cosa?

Se extrañó. Aún así, quiso escuchar lo que tenía que decirle.

-Dime cómo era Terry.

Sí, necesitaba saber qué se escondía detrás de mi mejor amigo, de la persona que siempre había querido por encima de mí misma. Desde que había sabido que era sicario, se había vuelto en un completo desconocido.

-Tú lo sabrás mejor que nadie, ¿no?-contestó.

-Ya no sé qué pensar. Por favor, respóndeme.

Expiró con fuerza el aire por la nariz.

-No te va a gustar lo que vas a oír.

-No me importa.

-Verás, yo me llevaba bien con Terry, pero no podía evitar tenerle respecto. Además, por muy amigo suyo que fueses, como es el caso de Ernesto, o por mucho que le lamieses el culo, siempre te iba a mirar con aquella frialdad, como si tuviese algo contra ti. Era el más insensible de todos. Lo veías sostener la pipa con una decisión, y disparar, sin temblarle el pulso.-comenzó entonces a reírse.- Recuerdo una vez que teníamos que liquidar a un tipo y Terry fue el que se encargó. Cogió un cristal de botella que había en el suelo y le segó la garganta. El cabrón sangraba como un puto conejo.

Me tapé los oídos. Cerré de golpe los ojos. No quería imaginarme a Terry matando a nadie, y menos de esa forma. ¿Insensible? Nunca habría sido capaz de encasillarle en aquel adjetivo.

-¡Joder!-gemí.- ¡Cállate de una vez!

-¿Qué me calle? ¡Si eras tú la que me pidió que te lo contase!

Tenía razón. Quizás no estaba preparada para enfrentarme a aquella realidad. Me llenaba de angustia tener que meterme en la cabeza que él siempre había sido un asesino. Que me había engañado. Él, que era la única persona en la que había confiado. El navajas posó una de sus recias manos en mi hombro.

-En su defensa, sólo puedo decirte que si hacía esto, era por ti. Él nunca lo confirmó, es más, a uno que le preguntó le rompió la nariz, pero… Dicen que estuviste muy enferma, y que para que te pusieras bien, teníais que pagar mucha pasta. Terry se metió en esto hace cosa de unos meses, y dicen que fue porque negoció con Ernesto que le diese el dinero por adelantado, y que él se lo devolvería como los asesinos sabemos. Y mira, yo no soy la clase de tío al que le gusta la patrañada cursi, es más, me pone malo, pero…joder, algo así no se hace por cualquiera. Ten en cuenta que puedes morir a la mínima, ya ves lo que le ha pasado, y siendo amigo de Ernesto, dudo que no supiese de qué iba el negocio. Yo seguramente no haría algo así por ninguna de las pibas con las que estuve hasta ahora, ni harto vino, vamos. Vale que todos aquí somos unos putos sádicos, pero tenemos nuestro corazoncito.

Entonces fue cuando lo comprendí todo. De dónde había sacado el dinero, las llamadas, las salidas por la noche. Las cosas encajaban a una velocidad de vértigo. Pensé en cuando se había herido el brazo. Seguramente lo habían hecho en defensa propia. ¿Por qué no me lo había contado? No me podía creer que me ocultase algo así.

-El maricón aquel tenía una pipa enganchada en la puta pierna, y le disparó.-recordó con amargura el navajas, hablando solo.-Debimos haberlo previsto, sabiendo de quién se trataba, pero no. El jefe no quería un “no” por respuesta. Y lo mandó contra ese hijo de puta. Si le hubiese disparado yo y hubiese quedado en coma, no pasaba nada, que no tengo familia, ni mierda, pero él… Fue más rápido. ¡Si Terry hubiese sido un poco más rápido!... Menos mal que está muerto. Que se pudra. Le está bien empleado, por cabrón. Terry lo hizo por pasta, vale, pero aquel maricón de los cojones lo hizo porque quiso. Si yo ya decía que ir contra un sicario era una locura, pero no, había que eliminarlo y punto. ¡Mierda, joder!-gruñó finalmente, golpeando una lata con fuerza con el zapato.

¿Contra un sicario? Tenía razón el navajas, Terry se había metido en camisa de once varas. Algo así era una muerte segura, hasta yo lo sabía. Debían pagarle algo muy gordo para que hiciese algo así. Por mí, que eso era lo que más me dolía.

-Me voy, tengo que hacer unos recados.-dije, para despedirme.

-Un placer hablar contigo. Me caes bien.

Me di la vuelta para irme, cuando él murmuró, como para sí:

-No me extraña que Terry se hubiese sacrificado por ella. Es guapísima. Guapísima.-repitió.

Me dirigí entonces al hospital de nuevo, andando, soportando las miradas de todo el mundo al ver mi ropa encharcada de sangre. Igualmente, entré con naturalidad en el edificio, y subí las escaleras con rapidez y agilidad. Necesitaba abrir aquella puerta, que rezaba en lo alto “272”, observar de nuevo lo que había dentro, que nada había cambiado desde a primera vez que no había visto. Esta vez no pude quedarme en la puerta observando, no fui capaz. Me acerqué a él, lentamente, sin dejar de mirarle. Sí, estaba como siempre, quizás un poco más pálido, pero no había cambiado. Era, simplemente, como si estuviese dormido, eso es. Me senté en un sillón que había a un lateral de la cama. Deslicé una de mis manos hasta llegar a tocar la suya. Estaba fría, casi rígida. La acaricié, suavemente, intentando captar cada uno de los huesos, de los músculos, que la conformaban; recorriendo con mi dedo cada una de las venas que se dejaban entrever. Lo miré. Aquellos ojos, que hacía apenas un día estaban rebosantes de vida, eran en ese momento el puro reflejo de la muerte. Dejé escapar una lágrima, que cayó en las sábanas como si fuese lluvia. Unas palabras vinieron a mi mente, como si fuese un discurso elaborado expresamente para él:

“Hoy he dormido contigo. Hoy me he entregado plenamente a ti. Hoy he vuelto a sentirte cerca. Y en un par de minutos, en un paraje onírico, no te imaginas lo que llegamos a hacer. Hemos descansado en el frío, nos hemos follado a la niebla, he respirado tu aire, has bebido mis lágrimas. Sólo te pido que cada vez que vuelva a llorar, desde la otra punta de la ciudad, conviertas mi llanto en besos”.

Me acurruqué en el sillón. La tristeza me asoló en tan solo un instante. Ahora tendría que volver a casa, que enfrentarme al caer la noche a dormir sola, en la cama que ambos compartimos. En aquellas sábanas frías, sin gozar del calor de su cuerpo. ¿Era tan alto el precio que debería pagarse con su vida o con la mía? Me puse a pensar. Si no me hubiese acostado con él aquella noche, nunca habríamos tenido a Amy. El estrés producido por la niña y el trabajo seguramente hicieron que triplicara mi dosis diaria de tabaco y, con ello, apareciese la enfermedad. La enfermedad, esa había sido la raíz del problema. Si no la hubiese tenido, Terry no se vería obligado a hacer aquello, por consiguiente, no estaría allí. Todo sucedió tan deprisa, que habría sido imposible detener su rumbo.

Miré el reloj. Las 3. ¿Realmente había desperdiciado toda la mañana en el hospital, sin ni siquiera comer nada? Me incorporé y decidí levantarme. Debía ir a casa. Había pasado la noche lejos de mi hija, seguramente se preguntaría qué había sido de mí. Crucé la estancia, intentando captar en el acto cada una de las sensaciones que sentía al estar allí. Procurando que mi mente nunca olvidase aquella imagen, que nunca le olvidase a él. Antes de irme, giré la cabeza para poder observarle por última vez. Acto seguido, salí y cerré con cuidado la puerta, como si no quisiera despertarle.

Llegué a casa al cabo de un cuarto de hora, debido al atasco. Aparqué en el garaje, como siempre. En cuanto lo hube hecho, me miré por el espejo retrovisor. Mis ojos revelaban claramente lo mucho que había llorado, pues estaban casi despintados. Cogí la sombra de ojos que guardo en el bolso y me retoqué un poco. Por lo menos, Amy no sospecharía. Me peiné con los dedos, pues estaba algo desaliñada. Recordé que tenía el vestido manchado de sangre; debía quitármelo. Salí entonces del coche. Me situé enfrente a la puerta de casa. Debía aparentar naturalidad. Por Amy. Por mí.

Timbré, pues no llevaba las llaves conmigo. Tuve suerte, pues la que me abrió fue Lorelay. Sabía que estaría cuidando de la niña, siempre lo haría. Me miró con preocupación. Dejé entrever una tímida sonrisa, intentando calmarla.

-¿Dónde te metes?-preguntó, desquiciada.- ¡Me tenías preocupada!

-No podía volver a casa, Lorelay. No podía permitir que Amy me viese llorar, ¿comprendes?

Suspiró, apartando la mirada. Seguramente no sabía cómo mencionar el tema.

-Liza me lo ha contado todo. ¿Cómo está?

-¿Cómo va a estar? ¿Crees que iba a despertar de la noche a la mañana?

Se acercó a mí y me abrazó. Me sentí segura al estar en los brazos de alguien plenamente conocido. Yo también la abracé fuerte. Desearía haber llorado en aquel momento, junto a mi hermana, pero mis ojos habían agotado todas sus lágrimas, y lo único que salió de mí fue una respiración fuerte, que intentaba arrancar toda la tristeza de mi cuerpo.

-Lo siento, Emily.-murmuró.

Me separé de ella, con mucha dulzura. Me miró. También lo quería. Todos lo queríamos, y no podríamos evitar echarlo de menos. Era como si fuese mi marido, parte de nuestra familia. Justo por eso no debían enterarse de lo que era realmente.

-¿Dónde está la nena?-pregunté.

-Está en su habitación, haciendo los deberes. ¿Se lo vas a contar?

Supe a lo que se refería. Enmudecí un instante, negándolo rotundamente con la cabeza.

-Por supuesto que no. No lo entendería. ¿Cómo iba a entenderlo?

Parecía que intentaba convencerme a mí misma de mi propio argumento. Lorelay asintió. Comprendió mi decisión. Seguramente era la más correcta. Algo así no era fácil de explicar. Ni siquiera yo alcanzaba a entenderlo muy bien. Era algo tan extraño. No era muerte, todavía había un ápice de vida en su interior; tampoco era un sueño, se habría despertado al percibir mi presencia, como lo hacía todas las mañanas. Era un concepto demasiado confuso.

Dejé que Lorelay se fuese para dirigirme a mi habitación. Me cambié de ropa lo más rápido que pude, para poder ir al cuarto de Amy. Tendría que dominarme. Sabía de antemano que me hablaría de su padre, y no podía permitir que una sola lágrima surcase mis mejillas, o toda la mentira que había estado tejiendo cuidadosamente durante la mañana no habría servido de nada. Asomé la cabeza por la puerta entreabierta. Ella se encontraba enfrente al escritorio, dibujando con sus lápices de colores, los cuales estaban esparcidos por la mesa. Me aproximé por detrás, sin que ella se diese cuenta de que estaba allí. La abracé por detrás, haciendo que dejase de pintar, asustada, y la besé en una mejilla muy fuerte. La había echado tanto de menos, había pensado tanto en ella. Me miró entonces con aquellos ojitos grises que había heredado de mí, para cerciorarse de quién era. Sonrió, y me abrazó, colocando su cabeza en mi pecho.

-¡Por fin has venido, mamá! ¿Dónde estabas?

-He salido a hacer unos recados. Lorelay y tú estabais dormidas, así que no quise despertaros. ¿Te he preocupado?

Asintió, mirándome con ojos tristes.

-Pensé que te había pasado algo.

-Lo siento, cariño. La próxima vez te avisaré, lo prometo.

Bajé ligeramente la cabeza y la besé en el pelo.

-¿Qué te parece si vamos a la cocina a tomar un helado?-le pregunté, sonriendo.

-¡Vale!

Dicho esto, se separó de mí, y me cogió de la mano para ir juntas. Seguramente no querría volver a perderme de vista. Al llegar allí, se sentó en la mesa, mientras yo rebuscaba en el congelador.

-¿De qué lo quieres: de vainilla o de chocolate?

Dudó un momento antes de contestar.

-¡De chocolate!

Se lo preparé en poco tiempo. En cuanto lo vio enfrente de ella, se relamió. Era una golosa, como yo. Aunque todo lo que me había pasado aquel año me había hecho adelgazar muchísimo, hasta el punto en que mi cuerpo prácticamente se había reducido a un cúmulo de piel y huesos. Quizás por eso Amy me preguntó:

-¿No vas a comer uno, mamá?

-No, cariño, no tengo hambre.

-Por cierto,-al oír esas palabras, sentó cómo se me aceleraba el corazón.- ¿y papá? ¿No ha venido contigo?

Me senté entonces a su lado, mirándola con serenidad. Suspiré hondo antes de comenzar a contárselo.

-Mira, Amy, papá se ha ido a un viaje de empresa a Europa esta mañana.

Se quedó en blanco, con la boca entreabierta. No se acababa de creer lo que le estaba diciendo.

-¿Cuándo se fue? Y… Y… ¿Cuándo va a volver?

-Esta mañana, muy, muy temprano. Todavía no me dijo cuando vendría. Seguramente pronto. Dentro de unos meses o así.

Le acaricié una mejilla. Estaba completamente pálida. No debí habérselo soltado de aquella manera, pero necesitaba librarme de aquella mentira.

-No te preocupes. Me dijo que te traería un regalito.

-Pero no me dijo adiós. Quería decirle adiós antes de que se fuera.

Comenzó a llorar, tapándose la cara con las manos. Con aquellas manos pequeñas y dulces. La envolví en mis brazos, intentando devolverle la calma. Contuve las lágrimas, mientras le decía, con amargura en la voz:

-A mí tampoco me dijo adiós. No pudo decírnoslo.

Amy seguía llorando desconsolada, quise tranquilizarla, mirándola con muchísima ternura.

-No llores más, mi vida. Ya verás como vuelve. Y cuando vuelva, todo será como antes. No pasa nada.

Noté cómo se iba calmando, cómo disminuían sus gemidos entrecortados, y su respiración recuperaba el ritmo normal. La besé de nuevo.

-Tómate el helado, anda.-le dije.- No hay nada que quite más la tristeza que el chocolate.

Le guiñé un ojo, intentando que sintiese mi complicidad. Sonrió levemente. Yo la acompañé. Quería que sintiese que me tenía a mí a su lado. Estuve pensando en lo que me había dicho, en que Terry no se había despedido de ella. Era lo único que necesitaba de él: un beso, unas últimas palabras que llevarse al recuerdo. ¿Y cuáles eran esas últimas palabras para mí? “A las 9 estaré aquí”. Todavía me cuesta creer que le insistiese tanto con que llegase pronto a casa, cuando nunca llegó. Resultaba casi irónico.

Al caer la noche, volví al bar. Intenté encontrar a Sharon en el trayecto de ida, pero no había rastro de ella. Seguramente estaría trabajando. Me senté en un taburete enfrente a la barra al llegar allí. Me resultaba todo tan extraño. Hacía un par de noches, me encontraba a aquellas horas en la cama con Terry, sintiendo cómo me abrazaba por detrás, y en aquel momento estaba en un garito alejado de la mano de Dios, en un barrio al que nadie iría en su sano juicio. En medio de mis pensamientos llegó Tobías a atenderme. Estaba nuevamente ataviado con ropa negra, con unos mitones en las manos, y sosteniendo un pitillo entre los labios. Al verme, me sonrió con ternura.

-Tú otra vez por aquí, ¿eh?-dijo.- ¿Qué tal te encuentras hoy?

-Algo mejor. Gracias.

-De nada. ¿Te hace un pito?-al preguntármelo, sacó una caja de cigarros del bolsillo.

-Sí, por Dios, lo necesito.

Dejé que me lo introdujese suavemente en la boca. Una vez allí, sacó un mechero negro, en el cuál estaba dibujado un pentagrama dorado, y me lo encendió, dejando que aspirase fuertemente el humo. Lo saqué, mientras saboreaba el regusto amargo del pitillo, y luego lo expulsé, experimentando un gran placer al hacerlo. Hacía demasiado tiempo que no recordaba qué se sentía.

-Y eso que teóricamente lo tengo prohibido.-murmuré, mirando hacia aquella droga, como si estuviese hablando con ella.

-Putos matasanos.-dijo Tobías.- El tabaco es la mejor medicina, que no te engañen.

-Amén.-sonreí levemente.

Volví a darle otra calada. Él seguía allí conmigo, fumando hombro con hombro. Me sentaba algo mal estar allí sin consumir nada, además de estar gorroneándole cigarrillos, así que le pedí:

-Tráeme una birrita, Tobías.

Con una sonrisa en los labios, obedeció mi mandato. La verdad es que no me apetecía demasiado, pero una birra baja bien. De repente, y mientras posaba el vaso enfrente de mí, llegó Sharon. Iba vestida con una diminuta falda negra y un corsé rojo, que realzaba de una manera asombrosa su figura. A sus espaldas, acarreaba con una mochilita con forma de corazón con unas alas de murciélago. Al verla, noté que Tobías se sonrojaba. Escuchaba su respiración fuerte y temblorosa desde el otro lado de la barra. Ella se acercó a nosotros, contenta.

-Hola, chicos. Veo que habéis hecho buenas migas. ¿Qué hacéis?

-Ya ves, aquí fumando.-respondí.

Le miró entonces a él. Sonrió, por compromiso, pero se notaba que seguía alterado. Ella se le acercó y le preguntó, sin dejar de mirarle a los ojos:

-¿Te encuentras mal, Tobías? No tienes buena cara.

Tragó saliva. No sabía qué contestar, no le salían las palabras. La súbita presencia de Sharon había provocado su enmudecimiento. Ella, con mucho cuidado y dulzura, deslizó sus largas y rojizas uñas por su cuello, y le acarició una mejilla con la otra mano. Se observaron mutuamente, sin mediar palabra. Entonces sí que se tornó roja la cara de Tobías, y las uñas, que yacían en su yugular, vibraban con mucha delicadeza, al ritmo de su corazón. Sharon se rió con picardía.

-¿Qué pasa, mi niño, que no me hablas? Ni que te hubiese arreado.

-N… Nada…-consiguió contestar.- Es que estoy… un poco cansado, eso es todo.

-Menos mal. Ya me estaba preocupando.

-¿Quieres algo?

-Lo de siempre, ya sabes.

Mientras rebuscaba en la nevera del bar, se le oyó decir:

-Hoy nos ha llegado un tinto cosecha del 62. Me gustaría que fueses la primera en probarlo.

-¡Qué honor, Tobías!-exclamó ella, llevándose una mano a la mejilla.

-Te lo mereces, Blood. Es más, invita la casa.-sentenció, mientras se lo servía en una radiante copa de cristal.

-¡Oh, qué encanto! Valió la pena que volvieses a hablar. Muchísimas gracias.

De repente, se oyó un grito de uno de los tantos clientes que se apiñaban en la barra, ansiosos de su néctar:

-¡Chaval! ¿Estás sordo, o qué?

-Bueno, os dejo solas. Ya me contarás.-dijo Tobías, suspirando.

-Descuida, lo haré.

Dicho esto, él se fue apresurado a atenderles. Sharon se quedó mirándole, algo atontada.

-¿No es monísimo?-musitó.

Antes de que pudiese responderle, recuperó la compostura.

-Bueno, a otra cosa. ¿Cómo estás?

-Un poco mejor, gracias.

-No es fácil superar algo así. Poco a poco. ¿Qué tal tu primera noche sola?

-Llámame loca, pero la pasé en un parque.

-¿En un…?

-Sí, me quedé dormida en un banco.

Sharon se tapó la boca, se moría de risa.

-Sí,-refunfuñé.- tú ríete.

-Lo siento, Em, pero es que… Sólo se te puede ocurrir a ti.

-Lo sé.

Mientras ella se secaba las lágrimas, comencé a pensar en el sueño, en aquellas sensaciones. ¿Debería contárselo?

-Sharon.

-Dime.-respondió, mientras encendía un porro.

-Tuve un sueño, ayer, un poco extraño…

-Creo que voy a tener que cobrarte por cada vez que tenga que interpretar un sueño tuyo. Es coña, cuéntame.

-No quiero que lo interpretes. Sé muy bien qué significaba. Lo que pasa es que… Soñé con Terry, y… no sé… Era como si estuviese conmigo… Lo sentía con tanta claridad…

-¡Ahá!-contestó Sharon, poniendo carita detectivesca.- a ti lo que te pasa es que tienes el Síndrome del Lecho vacío.

-¿Qué coño es eso?-pregunté, con curiosidad.

-¿No sabes qué es...? Bueno, es verdad, lo inventé yo. Pero dudo que no te haya pasado alguna vez.

Inspiró el porro con fuerza. Expiró, y sus palabras salieron despedidas danzando con el humo:

-El Síndrome del Lecho vacío, se da cuando pierdes a alguien, por el motivo que sea, con el que pasabas la noche. Ya sea un amante, como un marido, como un padre.

-¿Y un amigo?-pregunté, reprendiéndole en el acto por insinuar que Terry y yo éramos "amantes".

-También, también. El caso es que te sientes sola en la cama, pero no sólo en la vuestra, sino en cualquier sitio que duermas. Intentas evocar su presencia para paliar el dolor. A veces es tan fuerte tu convencimiento, que puedes llegar a sentir como si estuviese todavía allí. El tacto de las sábanas se convierte en el de sus manos; el viento azotando la ventana, en su respiración; el tic-tac del reloj de la mesita, en el sonido de su corazón. Se convierte en dueño absoluto de tus sueños, y los domina a su gusto. Y es todo tan real, que es como si estuviese allí.-se agarró los brazos, como si lo sintiese.- Luego te despiertas, y ya no queda nada. Es como un fantasma que resurge cada noche y muere al llegar el alba. Se duplica el sufrimiento al levantarse, pero compensa al volver a la cama. Es como si nunca se hubiese ido del todo.

Había descrito mis síntomas a la perfección. Me sentí menos extraña, pues supuse que ella también había pasado por eso.

-¿Y cómo se cura?

-Olvidando. Es la única forma.

Bajé la cabeza.

-Nunca olvidaré a Terry. Es superior a mí.

La miré entonces. Su cara reflejaba algo de preocupación.

-Estaré enferma toda la vida.-murmuré.

-Tampoco es tan malo. Es cuestión de acostumbrarse. Por lo menos algo de él se queda contigo.

-Es cierto… Algo de él.-me repetí a mí misma.

Retorné pronto a casa. Amy estaba en casa de la tita, así que tendría que dormir completamente sola aquella noche. No podría esconderme eternamente, pues tendría que enfrentarme a ese momento tarde o temprano. Nuestra cama. Mía y de Terry. Vacía. Con las sábanas blancas nuevas, limpias. Frías. Tan frías. Me mantuve un buen rato sentada encima, sin atreverme a acostarme. Era como si estuviese esperando, como antaño, a que viniese él de tomar los medicamentos, me besase en el pelo, y poder acostarnos juntos. No ocurriría. Tenía que hacerme a la idea. Me dirigí al armario para ponerme el camisón. Al quitarme la camiseta, pude contemplar nuevamente la cicatriz. Esta vez nadie me diría lo bonita que es, nadie calmaría mi dolor interno. La miré. Solas. Nos había dejado solas. ¿Por qué? ¿No había nadie que lo mereciese más que él? Maldije a quién le había disparado. Lo maldije tanto. Llegué a alegrarme de que estuviese muerto. Aunque fuese Terry el que quisiese asesinarlo. ¿No podía haberlo dejado vivir a él? Ojalá, pensaba, se hubiese muerto en el acto, y no lo hubiese hecho. Si me hubiese topado con él, si estuviese vivo, lo mataría con mis propias manos. Me dirigí a la cama. Me acosté, tapándome con las sábanas. Hacía tanto frío. Allí, entre toda la oscuridad que me rodeaba, quise encontrarle. De repente, aquellas sábanas se tornaron en un tacto conocido. El sonido del viento que entraba por la ventana, el reloj. Todo, tal y como Sharon lo había descrito. Gocé de la enfermedad. De aquel síndrome con el que iba a convivir el resto de mi vida. De su ficticia presencia. Dueño de mis sueños. Mi Terry. Comencé a llorar. Quería tenerlo allí de verdad. Lo necesitaba. Sentía como si mi vida se escapase por la ventana, acompañando a aquella falsa respiración. Cerré los ojos, entre lágrimas. Rememoré en un solo instante todos los momentos que vivimos juntos. Cuando bromeábamos sobre irnos a las Bahamas, cuando bailamos y dejé escapar toda mi voluptuosidad, mi enfermedad... Todo.

Pero mi lecho seguía completamente vacío.

[1] Ven a la cama, no me hagas dormir sola (…)/ Nunca quiso ser tan frío/ Sólo que no bebí lo suficiente como para decir que me amabas.

7 comentarios:

  1. waww me encanta tu nove, que bueno que anbas hagamos novelas de este tipo :)
    yo una gotica de vampiros, y tu tambien gotica
    obvio que la voy a seguir leyendo

    me encanta besos♥

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  2. porfavor sube cap pronto, me estoy vovliendo loca, tienes una imaginacion increible, deberias escribir un libro, una pregunta , terri murio?

    besos !♥♥

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  3. Muchas gracias ^^ subiré pronto :33
    Terry está en coma, si muere se sabrá más adelante ^^!

    Besos!!!

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  5. Hola , si la verdad esque emily se parece a elizabeth,(es la que decia tu , pero ahora es elizabeth es la misma solo que con nombre diferente,es la protagonista principal).

    Parecen las mismas personas en un mundo diferente

    Besos

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  6. Para lo de la musica, le das a get tracks, abajo del reproductor

    la verdad es que decía a Amy, no a elizabeth xDDD

    Besos ^^

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  7. no amy, se referia a amy lee, es la hermana de elizabeth, pero la protagonista, como en tu nove es emily, en la mia es elizabeth

    besos♥:)

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