lunes, 27 de julio de 2009

El lugar donde no vuelan las palomas, Capítulo X- Tela de mentiras


Pasaron los años como si fuesen las hojas que caen caprichosamente de un árbol agonizante. Tiempos de prosperidad y felicidad de los que ya escasean. A Josh y a mí nos iba fenomenal en el trabajo. Adrien ya se había convertido en un apuesto jovencito de 12 años que sacaba nueves y dieces como panes. Terry había dejado su puto trabajo de empleado de gasolinera que tantos disgustos y depresiones le había causado y se había metido a mecánico, que era su el trabajo que siempre había querido, en cuanto me lo contó nos fuimos de copas, aquella noche bebí como un murciélago y fumé como un tren de vapor, lo reconozco. A mis 23 añitos pensaba que nada podía irme mejor. Esas eran las vacas gordas.

Pero a las vacas gordas le llegan las flacas. Tiempos difíciles que no paraban de abrumarme. Todo comenzó un día de febrero. Josh me había dicho el día anterior que no se encontraba muy bien y pidió cita para ir al médico. Se la dieron enseguida, seguramente les había insistido mucho. A las seis y media de la tarde cogió carretera. Me pasé la tarde mirando el reloj para ver cuánto tardaba. No es que estuviese excesivamente preocupada, la verdad, pero soy bastante impaciente, y más con eso de las visitas al médico, que me traen por el camino de la amargura.

Josh llegó aproximadamente a las ocho. Yo estaba limpiando la cocina y Adrien veía la televisión como merecido descanso. Abrió la puerta sin hacer ruido y se metió en la cocina. Por la cara que puso me figuré que no esperaba encontrarme allí.

-Hola cariño.-le dije.- ¿Qué tal en el médico?

Tardó en contestar. Se le veía nervioso, mucho más de lo que está alguien que sale de hacer una revisión.

-Bien.-respondió, titubeante.

-Entonces no hay ningún problema, ¿no?

-No, estoy bien.

-Me alegro. Que, oye, cuando me dijiste ayer por la noche que te dolía el pecho me puse mala. Pero bueno, todo se ha quedado en un susto.

Sí, eso era lo que me había dicho. Cuando lo oí, palidecí. Contando que el hermano de mi madre, mi tío Agnus, murió de un rollo de esos. Yo tenía 2 años, así que no tengo ningún recuerdo de él, pero vamos, que son cosas que intimidan lo suyo.

Entonces, sin pensarlo demasiado, me acerqué a Josh sensualmente. Me agarré a su cuello y le dije, en voz baja para que no me oyese nuestro hijo:

-¿Qué te parece si nos metemos en la habitación y lo celebramos?

Se puso colorado, lo vi enseguida. No parecía estar muy a gusto. Incluso me atrevería a decir que le incomodaba la situación.

-Está Adrien en casa, Emily.-dijo- Mejor que no.

La voz le temblaba. Lo miré a los ojos. Lo calenté pero bien, eso se notaba. Aún así, no lo forcé:

-Está bien. Ya lo haremos en otro momento.

Él no añadió nada más y se fue. Se pasó varios días hablándonos a Adrien y a mí lo mínimo. Cuando le preguntaba si le pasaba algo, siempre me respondía que no con voz triste y apartando su mirada de la mía. Llegué a pensar si había hecho algo que le incomodase. Quizás no veía con los mismos buenos ojos mi relación con Terry. O cualquier cosa. Comencé a deprimirme. No dejaba de pensar en qué estaba haciendo mal para que Josh me tratase así. Bueno, a mí y a Adrien, que no sé qué habría hecho el pobre. Había días en los que intentaba presionarlo para que volviese a ser el de antes, pero en cambio en otros intentaba incluso esquivarlo. Sentía como si entre nosotros hubiese una barrera infranqueable, que según iban pasando los días, las horas, las semanas, se iba engrosando y aumentado de tamaño.

Hasta un viernes, día 13, creo. Era por la noche. Como de costumbre, habíamos cenado todos juntos, había ido a ducharme, a mirar cómo estaba Adrien y a la cama. Me quedé dormida enseguida gracias a la ducha, que me había atontado un poco. Se hizo tarde. Toda la casa dormía. Me sentí levantar de la cama, en el aire, y volver a acostar. Luego, oía ruidos. Ruidos extraños. El viento. Gritos. Gente. Ajetreo. Luego la calma. El silencio. La tranquilidad. Y otra vez el alboroto. Abrí los ojos lentamente y conseguí ver, como entre niebla, luces. Luces de colores centelleantes. Farolillos. Miré a ambos lados. Josh estaba sentado a mi lado, sostenía algo en las manos. Entonces me di cuenta y vi que no era un sueño: estábamos en un coche, los dos. Él conducía. Naturalmente, me puse nerviosa.

-Josh, ¿qué coño hacemos aquí? ¿Dónde está Adrien?

-Adrien está bien.-dijo, con voz pausada y sin separar los ojos de la carretera- Está en casa durmiendo.

-P…Pero… ¿A dónde vamos?

Guardó silencio unos instantes. Mis manos temblaban y ansiaba de veras una respuesta. Sin a penas mover los labios, contestó:

-Emily, ¿recuerdas cuando te di ese anillo?-refiriéndose al anillo que me diera cuando compráramos la casa- Esa era una señal de amor eterno. Ahora vamos a hacer que sea bien visto por el Estado.

De repente comencé a verlo claro, aunque me parecía una locura viniendo de una mente tan cuerda y sana como la de Josh: quería que nos casáramos.

-¿¡Estás loco!?-grité, desquiciada.- ¡Da la vuelta ahora mismo!

-No tenemos tiempo, cariño. Cuanto antes, mejor.

-¡Josh, da la vuelta, por amor de Dios!

No me contestó. Estaba muy serio y pálido, muchísimo más que de costumbre. Sentí verdadero miedo, ¡miedo! ¡Con Josh! Era casi impensable. De pronto, aparcamos de golpe, y vi cómo él se desabrochaba el cinturón del coche.

-Baja.-me ordenó, muy seco.

Le obedecí. Creo que más por temor a lo que pudiese hacer que a otra cosa. De repente, entre la oscuridad de la noche, distinguí un edificio grande, antiguo, sostenido por unas columnas jónicas. Arriba de todo relucía un cartel. Me di cuenta enseguida de que era el juzgado de guardia. Allí, Josh y yo rellenamos todos los impresos para que nuestro matrimonio tuviese todas las de la ley. Luego volvimos a casa en coche sin mediar palabra. En cuanto llegamos subí las escaleras como un caballo a trote, entré en la habitación de Adrien y lo besé todo lo que quise. Por suerte no se había despertado aún.

Pasaron dos o tres semanas cuando pasó algo fatídico y funesto que cambió mi vida para siempre.

No me resultaba muy difícil ser la señora Sidle. Es más, lo llevaba con bastante diplomacia y orgullo. Desde que habíamos contraído matrimonio, Josh se mostraba muchísimo más cariñoso conmigo y con Adrien, aunque seguía intentando esquivarnos. Yo sólo trabajaba por la mañana, pero aquel día estaba de guardia, así que aproximadamente a las 4 de la tarde me dispuse a irme.

-¿Quieres que te lleve, mi amor?-preguntó Josh.

-No hace falta. Cogeré el autobús de las 4 y media y estaré en la oficina a tiempo.

Miré a Josh a los ojos mientras él me agarraba por la cintura. Estaba mucho más pálido que nunca. No le di importancia, pero era sin duda una señal de lo que iba a suceder. Adrien vino también a la puerta a despedirme. Me dio un abrazo y un beso muy fuertes.

-¿A qué hora vuelves, mamá?-preguntó.

-Sobre las 10, 10 y media, o quizás más tarde. No me esperes despierto.

Erguí la cabeza y besé a Josh en la boca muy suavemente.

-Procura que Adrien haga los deberes, ¿eh?-le dije- Y tenéis para cenar un poco de arroz en la nevera. Lo calientas unos 5 minutos y ala.

-Vale.-respondió él, mirándome embelesado.

-Adiós.-les grité, antes de cruzar la calle.

-Adiós.- me contestaron casi a la vez.

Me fui, inocentemente, al trabajo. No había mucho que hacer, así que me aburría bastante. Pero de repente, a las 10 de la noche, cuando el cielo estaba ya oscuro como la boca del lobo, sonó el teléfono:

-Seguros “Casa feliz”, al habla Emily Gray. ¿Qué desea?

-M…M… ¿Mamá?

Era Adrien. Su voz temblaba y parecía estar llorando. Sentí como si me diese un vuelco al corazón.

-¡Adrien! ¡Sí, soy yo, mi amor! ¿Qué ocurre?-dije, alarmada.

-Es papá… Pap…

-¿Qué le pasa a papá?

-Está en el suelo… No se mueve…

Ahora sí que me puse nerviosa. Me temí lo peor.

-¡Adrien, llama a una ambulancia! ¡Y no te muevas de casa, que voy enseguida!

Colgué el teléfono y me puse el abrigo apresurada.

-¡Sustitúyeme! ¡Tengo que irme!-le dije a Mary, una compañera.

Salí del edificio y llamé a un taxi. Vino con rapidez. Me monté y le grité a dónde quería ir.

-¡Y rápido!-añadí.

Así lo hizo. El taxista pisó el acelerador todo lo que pudo. Yo no dejaba de morderme las uñas, que ni de fumar tuve ganas. No dejaba de darle vueltas a si Josh estaba muerto, vivo, si había sido una simple caída, o un desmayo, o algo mucho, muchísimo peor. Al llegar a casa, vi la ambulancia y el coche de policía aparcados en el césped y por lo menos tres policías haciendo guardia en la puerta. Me bajé del taxi apresurada.

-16 dólares con 75, señorita.-dijo el taxista.

Le alargué un billete de 20 dólares mientras le decía, ansiando perderlo de vista:

-¡Quédese con el cambio!

En cuanto el dueño del taxi hubo cogido el billete y se hubo marchado, corrí hacia la puerta, agarrando el bolso para que no me cayese. Antes de poder entrar, un policía me agarró por un brazo tan fuerte que consiguió hacerme daño.

-¿A dónde se cree que va, señora?-dijo, con tono autoritario y cierta prepotencia.

-¡Soy la madre del niño!-grité- ¡La mujer del hombre que… que estaba en el suelo! ¡Déjeme entrar de una puta vez!

Me soltó como con asco. Subí las escaleras a galope y vi, aterrorizada, a Adrien llorando en la puerta de la habitación. Dentro, unos sanitarios hablaban entre ellos, rodeando el cuerpo inerte y blanquecino de Josh, que tenía la camisa desabrochada, seguramente por intentar reanimarlo. Dos de los cuatro médicos que había se levantaron y salieron de la habitación. Al verme, aturdida en medio del pasillo, uno de ellos me dijo:

-Lo hemos intentado todo, pero aquí ya no hay nada que hacer. Lo siento.

Me llevé las manos a la cabeza y me agarré el pelo fuertemente. No podía creer lo que estaba oyendo.

-P…Pero… C…Cómo…-dije, tartamudeando temblorosa.

-Sufrió un infarto. Todavía esperamos hacerle la autopsia para determinar la causa exacta de la muerte.

En ese momento no había lugar a dudas, había muerto. ¡Muerto! ¡Josh! No podía creérmelo. Sentí de repente como si mi mundo se derrumbase mientras me acercaba lentamente a la habitación, donde unos sanitarios lo metían en una bolsa negra y la cerraban apresuradamente con una cremallera, sin brindarme la oportunidad de ver su rostro por última vez. Era completamente insoportable aquella sensación de impotencia que todavía recuerdo como si fuese ayer. Me acerqué a Adrien y lo abracé, con las pocas fuerzas que albergaba.

-¡Fue por mi culpa mamá!-chilló, mientras lloraba desconsolado- ¡No supe qué hacer!

-Normal que no lo supieses. Tranquilo.

Dejé que las lágrimas se deslizasen libremente por mis mejillas, sin hacer nada para impedirlo. La verdad es que esta vez había actuado con mucha más serenidad que cuando mi madre había muerto, quizás porque esta vez aquel que me consolaba ya no podría volver a hacerlo nunca más. No en esta vida.

En cuanto todos se fueron, fui a acostar a Adrien. Logré, después de estar dos horas y media sentada al borde de la cama, que quedase dormido. Lo besé en la frente y me fui al piso de abajo. No me atrevía a dormir en la misma habitación en la que mi marido había muerto hacía tan solo un par de horas. Me acosté en el sofá, tapada con una mantita de punto que había hecho mi madre una vez, y me puse a ver la televisión. La programación nocturna era una mierda. Allí me echaba a llorar como una boba cuando veía los anuncios del fútbol, que a Josh lo traía loco, o por cualquier otra gilipollez. Todavía no sé cómo conseguí quedarme dormida. Eso sí, sin pesadilla, sin sobresaltos, ¡era como el sueño de un muerto!

Me desperté alrededor de las 7 de la mañana. El teléfono comenzó a sonar, como si chillase de dolor. Lo cogí mientras me desperezaba.

-¿Sí?-dije, con voz cansada.

-Señora Sidle, han llegado los resultados de la autopsia.

Seguramente era la policía. En ese momento sí que me desperté por completo.

-¿Y?-pregunté, exaltada.

-Fue por un infarto. Padecía una enfermedad coronaria que solamente se podría curar con una costosa operación. Son todos los detalles que podemos darle.

Mi garganta no fue capaz de producir ni el más mínimo sonido. La enfermedad de Josh tenía curación, ¿por qué no me lo había dicho? ¿El coste? No habría problema: trabajaría horas extras, me quitaría de mis vicios, incluso… Incluso creo que sería capaz de darle mi propio corazón para poder salvarlo; pero no. Prefirió mantenerlo en silencio. Y el silencio tejió redes de mentiras como una viuda negra, que fueron devorando su vida lentamente. Al cabo de un rato, el señor que me atendía, que había permanecido callado todo este tiempo, dijo:

-¿Señora? ¿Se encuentra bien?

-S…Sí, sí, estoy bien.-titubeé.

-Puede decirle a los de las pompas que vengan a recoger el cuerpo a partir de las 8, ¿le parece bien?

-Sí.

-Pues por mi parte, nada más. Mi más sentido pésame y disculpe por las molestias.

-Adiós.-respondí, fríamente.

-Adiós.

Acto seguido, me dispuse a llamar a la funeraria y las pompas. Lo enterrarían esta tarde a las 6, en un ataúd negro con detalles en dorado, como el estuche de una pluma cara. Después, me senté en el sofá y me detuve a pensar, clavando los ojos en el suelo. ¿Tan poco confiaba Josh en mí como para no decirme algo tan importante como eso? Realmente nunca comprendí por qué no lo hizo. Quizás fue porque era demasiado caro, o porque no quería preocuparme. ¿Pero de verdad no se figuraría algo como esto? ¿No se paró a pensar que mi dolor sería muchísimo más insoportable desconociendo la verdad? Se me pasó por la cabeza llamar a Terry. No estaba como para tener muchas luchas internas más, así que lo hice. En cuanto le expliqué lo que pasaba, le faltó tiempo para venir disparado. Cuando llegó, le abrí la puerta y le di dos besos.

-Emily, mi más sentido pésame.-dijo, apesadumbrado.

-No hace falta que lo sientas.-respondí- Estoy hasta el coño ya de tanto pésame.

-¿Dónde está Adrien? ¿Se encuentra bien?

Me pareció un auténtico detalle que se preocupase por él.

-Está durmiendo. Aunque no sé si dormiría mucho esta noche. Perder a sus padres… ahora esto… ¡Uf, no sé!

-¿Y tú qué tal te encuentras?-preguntó, mientras me abrazaba por detrás- Dormirías algo, ¿no?

-No te creas que mucho. Dormité un poco, pero es como si nada.

-Apuesto a que todavía no has desayunado, ¿verdad?

-No es que me diese mucho tiempo.

-Te prepararé un café.

Y dicho esto, me soltó y se dirigió a la cocina. Sabía perfectamente dónde estaban las cosas y cómo funcionaban, por lo que se puso manos a la obra.

-Terry, no hace falta.-dije- De verdad, no tengo hambre.

-Pues empieza a tenerla. Déjate de tonterías, porque como te pase como la última vez…

Se refería a cuando intenté suicidarme, evidentemente. No quise decir nada más. Estaba en lo cierto, dejar de comer así era una soberana gilipollez. Yo esperé a que acabase de preparar el café de pie en la puerta de la cocina, cerrándome mi bata azul con una mano.

-Toma.-dijo Terry mientras me alargaba la taza con el café.- Pero te aviso que está ardiendo.

-¡Bah! No importa.- exclamé mientras la agarraba.

La verdad es que sí que quemaba, pero apenas sentí aquel cúmulo de calor a pesar de tener las manos congeladas. Nos sentamos los dos en el sofá.

-Terry, me siento tan miserable.-le dije, a punto de llorar.- ¡Josh no tuvo confianza en mí! ¿No me quería lo suficiente como para contarme lo del corazón? Si lo hubiese hecho, ahora…

-No te comas la cabeza, mi reina. Tendría sus razones, pero dudo que sean esas.

-Aún así, Terry-dije mientras posaba en la mesa la taza de café- y aunque te parezca raro, parece que el dolor que siento es mucho menor esta vez, aunque haya perdido a mi pilar maestro, por así decirlo.

-Es normal. Seguramente, aunque no lo quieras, estás reprimiendo parte del dolor que sientes para que Adrien no se ponga peor.

Dicho esto, tomé su cara entre mis manos y le susurré, deshaciéndome en lágrimas:

-Hablas igual que él.

Bajé las manos lentamente hacia su cuello, mientras bajaba la cabeza poco a poco y lo abracé, rompiendo a llorar. Terry me acarició la cabeza sin decir nada. Sabía que lo necesitaba. Creo que nunca había llorado tanto como allí con él en ese momento. Me fui calmando. No quería bajo ningún concepto que Adrien pudiese oírme llorar.

-El funeral es esta tarde, a las 6.-dije, levantando la cabeza con el fin de alcanzar los ojos de Terry.- ¿Vendrás?

-Pues claro que iré. No pienso dejarte sola.

Sus palabras me calentaban el corazón. Creo que en aquel momento nadie más que él podría tranquilizarme. Entre los preparativos y todo el rollo la hora del funeral llegó revoloteando como una mariposa, tiñendo de negro mi alma. Me vestí con lo mismo que llevé al funeral de mi madre, que no tenía yo muchas ganas de ponerme a elegir modelito. Adrien iba con un pantalón y unos zapatos negros, y en la camisa blanca cruzaba una corbata negra como la rúbrica de una esquela fúnebre.

Josh siempre había dicho que cuando él muriese no quería ceremonias ni aglomeraciones en su entierro, y que pasaba de las cursiladas de los funerales. Eso sí, quería enterrarse en el cementerio, al lado de su padre. Aunque él no era creyente, estaba bautizado y había hecho la confirmación de niño, por lo que estaba admitido.

El funeral dio comienzo antes de lo que yo desearía. La gente fue llegando y dándome el pésame. Eso sí, sólo los más allegados: amigos, compañeros de trabajo y algún que otro familiar con los que no tenía trato. Luego llegó la tía Margarite con los niños. Josh tenía mucho trato con ellos y lo querían un montón. Se les veía destrozados. La verdad es que ninguno de nosotros se esperaba algo como esto. Terry ya estaba allí, es más, no me había abandonado desde que había venido por la mañana a casa. La ceremonia fue tediosa y aburrida. Yo apenas escuché lo que el Padre decía y me centré en memorizar uno a uno, sin albergar ninguna emoción, todos los detalles del rostro de Josh. Me horrorizaba verlo con aquel tono blanquecino y cadavérico, muy alejado de la faz morena y curtida por el sol de la que yo me había enamorado. Estaba vestido con una camisa y pantalones negros, como si fuese la ropa de los domingos. La verdad es que es innecesario trajearlo tanto, cuando nadie volverá a verlo nunca jamás. Me estremecía pensar que hacía tan solo unas horas nuestros labios estaban en contacto uno con el otro, pudiendo sentir el calor que desprendían sus fuertes brazos; y ahora, se acabó. En cuanto los enterradores lo sumergían bajo tierra me fui despidiendo de todos nuestros momentos felices, de todos sus besos, de sus abrazos, de sus caricias, y pensando en enfrentarme a la realidad otra vez sola.

Terry no se había separado de mi lado. Realmente le agradecí su comprensión. Mientras él me cogía de una mano, seguramente para que pudiese percibir su presencia, yo envolvía a Adrien con un brazo. Todo lo que nos estaba pasando era irremediable y escapaba a nuestro control.

En cuanto Josh ya descansaba bajo tierra, la gente comenzó a rezarle responso tras responso. El ambiente comenzaba a atosigarme por lo que di media vuelta y me alejé de allí.

-¿A dónde vas?-me preguntó Terry, agarrándome de un brazo. Estaba preocupado por mí, lo sé. Lo noté en su voz.

-A fumar. Vuelvo pronto.-respondí fríamente.

Entonces me dejó ir, aunque sentí que su mirada cargada de angustia en la nuca. En la puerta del cementerio logré sacar un pitillo y fumármelo en tranquilidad, sin que la gente me mirase raro, sin que nadie me mirase con falsa compasión. Necesitaba estar en soledad, saboreando aquel puñal. Sí, la muerte de Josh se había clavado como un puñal en mi espalda. Otro puñal que la indefensa paloma tendría que sobrellevar. De repente, veo una sombra detrás de mí proyectada en el suelo. La observo sin dejar de fumar. El miedo se apodera de mí un instante. De repente, veo como dos brazos musculosos me envuelven. En los nudillos de aquellas recias manos estaban tatuadas las palabras KISS y KILL respectivamente. BESA y MATA. ¿Había alguien que fuese capaz de hacer compatibles aquellas dos palabras?

-Hola, corderito.-escucho.

Sí lo había. Me di la vuelta sobresaltada y contemplo, horrorizada, que el dueño de esos brazos, que seguía sin soltarme, era Robert.

1 comentario:

  1. ¡¡No puede ser!! Una desgracia tras otra... y ahora encima aparece Robert, aunque yo tenía muy claro que era cuestión de tiempo.

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